7 de septiembre de 2006

Cacharilas

La historia de mi apodo empieza en la Plaza de Toros de Santamaría. No en las faenas de Paquirri, sino cerca de las cuerdas de un ring y de fornidos luchadores de lucha libre. Transcurría el año de 1952 y yo iba allá, puntual, todos los sábados, a eso de las seis de la tarde, para tr ansmitir en radio por La Voz de Bogotá y la emisora Mil Veinte, las llaves retorcidas, saltos temerarios y patadas asesinas de personajes enmascarados de la época como Firpito Bogotá, con quien tenía una buena amistad por aquellos días.

Cuando empecé en la radio, con solo veinte años, Fernando Gutiérrez Riaño, el más famoso animador de la época, me decía ‘el Benjamín de Guaduas‘, mi pueblo natal, por lo joven que era. Pero ese apodo no duró mucho. Yo comenzaba mis narraciones de los encuentros en el ring con esta frase: "Ya están los cachascanes en el cuadrilátero. ¡Va a empezar el combate!". Los cachascanes eran los luchadores pues cachas no solo significa el mango de un cuchillo o de un revólver, sino que es también un término que se usa en la lucha libre cuando un luchador agarra al otro del cuerpo. Incluso, cachas, según el diccionario, se utiliza para decir que alguien es fornido o musculoso. No era mi caso, pero por decir una y otra vez esa palabra, terminaron mis compañeros de trabajo llamándome ‘Cachas‘. Luego sucedió lo que pasa con muchos apodos: por pasar de boca en boca terminó deformándose como lo hacen las palabras en ese juego del teléfono roto. No se cómo, ni por culpa de quién, ya no fui más ‘el Cachas‘, sino ‘Cacharilas‘ y luego, para los más afectuosos, ‘Cacharilitas‘.

Ese fue el apodo con el que debí vivir esta vida y la historia de cómo surgió. No me molesta, pero solo me gusta que lo utilicen los más cercanos a mí. Esos a quienes, por cariño, también les he dejado mi huella, poniéndoles tantos apodos que ya casi ni me acuerdo de ellos. Solo se me vienen a la mente, ahora que lo pienso, los apodos que les puse a Armando Plata Camacho (‘el Chupo‘ Plata), por lo infantil que era en sus actitudes cuando trabajó conmigo; a Carlos Pinzón (‘Silki‘), porque era tan flaco como un faquir famoso de esa época que dormía sobre tachuelas; al locutor Eduardo Benavides (‘el Pote‘), por lo gordo que era; a Ignacio Escobar, gerente propietario de Transmisora Caldas (‘Mico Suelto‘), porque se la pasaba saltando por todas partes en la emisora, y a Enrique París (‘el Turco‘ París), porque nos vendía corbatas y cuanto podía mientras trabajábamos en la radio. Un saludo de ‘Cacharilas‘ para todos ellos, esta vez desde las páginas de SoHo.