11 de mayo de 2005

Bádminton

Mis respetos al bádminton. A sus dirigentes y a sus practicantes. A sus hinchas no, porque no hay.

Por: Andrés Restrepo

Mis respetos al bádminton. A sus dirigentes y a sus practicantes. A sus hinchas no, porque no hay. Es increíble que hayan logrado convencer al mundo de que el juego insignia de las fincas de recreo, el jueguito de los que no tenemos ni el talento ni el estado físico para jugar tenis, es un deporte de alto rendimiento. Y cuando digo convencer al mundo, no es una exageración: el Comité Olímpico Internacional decidió desde Barcelona 92 erigir al bádminton como deporte olímpico y la Real Academia de la Lengua tiene la palabra ‘bádminton‘ en su diccionario.
Digo que es increíble que hayan logrado este reconocimiento porque el bádminton da la impresión de ser el resultado de las modificaciones que un grupo de amigotes con tragos en la cabeza le hizo al tenis para que todos pudieran jugar: "Nosotras no jugamos tenis con ustedes porque nunca alcanzamos la pelota. ¡Uichhh!", se quejaron las tías en un paseo mientras sacaban la carne para el asado. Pues entonces los hombres del grupo, cerveza en mano, decidieron cambiar la bola de tenis por el gallito, esa especie de cruce entre pelota y pájaro copetón con que se juega el bádminton. El nombre técnico del implemento es volante, como Giovanni Hernández. Y, como Giovanni Hernández, su única gracia es que deambula sin fuerza ni velocidad por la cancha sin importar la situación.
Hay que reconocer que el tema tiene sus ventajas. En las transmisiones televisivas de bádminton no hay necesidad de repetición en cámara lenta: por más que el badmintonista (¿badmintonero? ¿badmintosario? ¿badminister?. como Sabas) reviente con todas sus fuerzas el bendito gallito con la raqueta, este saldrá parsimonioso y manso hacia el territorio del rival, como Giovanni Hernández en contragolpe. Además, en el bádminton nunca habrá dudas sobre el lugar donde picó el volante, ya que el gallito prácticamente no rebota: su recorrido muere al tocar el piso dejando las polémicas de si cayó adentro o afuera para deportes que sí se juegan con pelotas (no malinterprete el lector: me refiero a las bolas para jugar. No osaría poner en duda la masculinidad de los practicantes del bádminton).
Ya que el bádminton cedió parte de su dignidad con el tema del "cambiazo" de la pelota por el gallito, podría pensarse que sus creadores (que, como dije, podrían haber sido mis tías y mis tíos en un paseo) habrían decidido cimentar el prestigio de su deporte imponiendo entonces unas dimensiones de cancha respetables. Algo así como compensar el vergonzoso facilismo de jugar con gallito en lugar de bola, con el orgullo de practicar un deporte en una cancha, digamos, con el doble de área de una cancha de tenis. Pero no. Mientras las medidas oficiales de una cancha de tenis son de 23,8 metros de largo por 8,2 metros de ancho, las de una cancha de bádminton son de 13,4 metros de largo por 5,2 metros de ancho. Parece que mis tías dijeron:
-"A esta edad ya no estamos para correr por este potrero".
-"Bueno, entonces juguemos en media cancha", habrían respondido mis tíos. Como en el colegio cuando no había suficiente gente para jugar once contra once un partido de fútbol: jugábamos en media cancha.
Sin embargo, he pensado que la filosofía del bádminton no es mala. Propongo crear un deporte idéntico al fútbol, con una bomba de fiesta de cumpleaños en lugar del balón, para ver si logro al fin hacer veintiuna, y jugar en un campo de 30 metros por 20 metros para no fundirme a los quince minutos. ¿Será algún día el goodminton, mi nuevo deporte, deporte olímpico? No lo sé. Por lo pronto, mis tías están trabajando en el reglamento.