13 de julio de 2006

Buscando esposa por los clasificados

El periodista Mauricio Silva, un cotizado soltero del medio, aceptó buscar esposa a través de un aviso de prensa. Aquí, el resultado de una propuesta muy decente.

Por: Mauricio Silva Guzmán
“Acepté buscar esposa por clasificado porque siempre me he querido casar, porque me atrae la gente que responde a este tipo de cosas y por sapo” | Foto: Mauricio Silva Guzmán

"Sacudido y desengañado por una incontable racha de experiencias amorosas sin final feliz, reconocido periodista bogotano, de 37 años de edad, parrandero y HÉTERO, busca mujer desente (sic), sencilla, alegre, CUERDA, salsera y muy sexy, entre los 25 y los 35, motivo matrimonio. Es en serio. Escribir a elsoldadodelamor@gmail.com adjuntando foto y explicando porque (sic) es la mejor candidata".

Con todo y esos errores de ortografía, como ese "desente" que se les fue a los que reciben avisos en El Tiempo -¡qué indecencia!-, salió publicado este aviso en la sección Busca Amistades del primer diario del país. Los necios editores de SoHo, por su parte, decidieron bautizar el e-mail bajo el lobazo y sonoro título de elsoldadodelamor. Hasta ahí, digamos, todo más o menos regular. Pero tranquilos, que la cosa empeora.

Primero respondo a la pregunta: ¿por qué me presté? Porque, en efecto, sigo soltero (no es paja). Porque, además, desde niño me he querido casar y he deseado tener hijos, nietos, perros, matas, finca, piscina, fotos de paseos, boleros compartidos y todas esas cosas que nos venden los comerciales de los bancos, pero la vida -y un reguero de ejemplos cercanos- me ha enseñado que esa pinturita es una chepa tan solo comparable a sacarse el gordo del Baloto. Eso sí, dejo en claro que me ha tocado una serie de mujeres espectaculares, inteligentes, buenas, todas ellas "más o menos locas" -citando al poeta Eduardo Escobar-, con las que, por razones que no vienen al caso, no se pudo llegar al altar ni mucho menos a la proyección de la finca geriátrica. ¡Qué se le va a hacer! Y también me presté porque me atrae la gente que responde a este tipo de cosas, con todo y su discurso, con todo y su pundonor.

Y también porque de alguna manera quiero abrirme a la posibilidad de tentar al destino. Y, por supuesto, por sapo.

Vamos por partes. El aviso estuvo todo un fin de semana con lunes festivo en los clasificados de El Tiempo y a lo largo de siete días contestaron 37 mujeres (hasta donde supongo, mujeres). Menos de la mitad de ellas enviaron sus fotografías. De las fotos no hablo.

Mejor, y de una vez por todas, aquí una selección de las respuestas más llamativas, tal cual llegaron al correo electrónico del tal soldado. Por obvias razones, omito los nombres de tan aguerridas y respetadas corresponsales:?

Los mensajes

• "Soldado del amor. Qué te crees, la última Coca-Cola del desierto".

• "Hola, soldadito... ¿cómo estás? No clasifico para ser tu esposa, pero sí tu amiga. Por ejemplo no cumplo con la edad. Tengo espléndidos 42 años. No diría que soy sexy pero sí soy muy agradable y siento gran atracción y excitación ante especiales situaciones y en momentos agradables. ¡Ah, pero sí cumplo con otra serie de los requisitos que tú señalas: decente, honesta, justa, digna y actúo acorde con la moral sexual".

• "No te envío foto, primero porque las cámaras fotográficas no son mis mejores amigas y segundo, porque no tengo fotografías recientes".

• "¿Lo que espero de una relación? COMPAÑÍA. No soy arribista, ni materialista, pero sí me gusta vivir bien; odio las peleas, los gritos y los malos tratos. Bueno, si fuera tú me escogería porque estoy acá sentada escribiéndote y sé que la vamos a pasar de maravilla".

• "La verdad no recuerdo enviarte ningún mensaje. Me imagino que fue mi amiga, pero bueno ella creo que sí quiere salir contigo".

• "Soy nacida en Santa Marta, Magdalena, pero no soy negra. No envío foto, no porque sea espantosa, sino porque no sé como enviarla por aquí".

• "Quería saber si no te interesan la feitas (sic)".

• "Bueno, las fotos son de mi cumpleaños, hace ya casi un año, pero te cuento que he perdido nueve kilos porque me gusta sentirme bien conmigo misma. Soy morena, de ojos color miel, cabello ondulado, mido 1,60. Lo demás salta a la vista".

• "No te enviaré foto ni el resto de bla, bla, bla. Lo único que te digo es que te puedo contar, y con mucha propiedad y experiencia, que así como lo estás haciendo no funciona, no funciona, no funciona".

• "No entiendo lo de hétero".

• "Hola, soldado. No podría decirte por qué soy la mejor candidata, pues no quiero sentirme como en un reinado de la panela y menos como en una feria de exposición. Soy del Tolima, parrandera, la música afro hierve por mis venas y los tambores del porro, mapalé, cumbia y joropo retumban en mis más sublimes recuerdos".

• "Si lo deceas haci (sic), por mi (sic) no hay problema, solo que estoy desocupada los fines de semana, sobre todo los días domingos, pues los sábados llego un poco tarde. Pero eso sí, por mí, no hay problema alguno".

• "Te cuento que soy enfermera, tengo una especialización en epidemiología y terapia enterostomal, me encanta mi trabajo, y actualmente combino parte asistencial en la Clínica de Heridas con parte administrativa en los procesos de control de infecciones de la institución donde laboro. La otra buena noticia es que hace rato no trabajo por turnos, sino que cumplo un horario de oficina por lo cual disfruto a cabalidad de fines de semana y festivos".

• "Creo que en alguna parte está mi príncipe azul... Al igual que tú, en alguna parte ha de estar tu princesa dorada. Ánimo".



Las citas

A todas les respondí los mensajes. A todas les dije que sería chévere tomar café, conversar y conocerlas. La mitad aceptó. Otras, como la siguiente, respondió: "Con relación al café tendríamos que cambiarlo por una Coca-Cola pues no tomo cosas calientes". Una simplemente se bajó con el siguiente argumento: "Antes del café me gustaría saber cosas de ti. Qué tal que seas más bajito que yo". En fin.

A lo largo de tres noches me cité con doce mujeres en un café muy bonito y agradable del norte de la ciudad llamado Accento. Tres de ellas me dejaron metido: una llamó y dijo que la habían operado de una liposucción y que era mejor que no la viera así. Otra, vía celular, me insultó de la siguiente manera: "Usted cree que las mujeres estamos en competencia por conseguir a un tipo como usted. No sea ridículo". La otra, directamente no llegó.

Las charlas con cada una de las nueve restantes nunca pasaron de 30 minutos. En general debo decir que se trata de mujeres muy valientes y decididas y que, con mucha dignidad, hicieron todo para agradar en pro de su propia felicidad.

Una de ellas, una mujer con dos hijos de 12 y 14 años, me dijo que había respondido el mensaje porque lo había encontrado muy tierno y que le había despertado un sentimiento maternal. Me dijo que yo sonaba desesperado y que ella me quería salvar. "También me quiero salvar a mí. Ya salí de la crianza de mis hijos y necesito una vida". Más que razonable.

Otra, una increíble mujer de 35 años, la enfermera que había escrito que tiene una especialización en epidemiología y terapia enterostomal, me habló con una sinceridad y sencillez conmovedoras: "Por dedicarme sin respiro a mi trabajo, por haberme enamorado de mi carrera y de lo que significa asistir a los demás, me olvidé de mí. Ahora quiero recomponer mi vida". También me contó que se ha dedicado a la capoeira (el arte marcial brasileño) y que solo le hace falta con quién compartir su pasión a todo, incluido el baile.

Una, al verme nervioso, simplemente me interrogó:

—¿Qué buscas?

—Lo que dice el anuncio.

—¿Pero, de verdad te quieres casar?

—Siempre he querido.

—¿Por qué no te has casado?

—He estado de malas.

—¿Se lo has propuesto a alguien?

—Sí, un par de veces. Una vez de palabra y no me pararon muchas bolas; y otra vez con anillo, con show y todo.

—¿Y qué pasó?

—Todo se volvió mierda. Pero no viene al caso.

—¿Por qué haces esto?

—Porque me atrae la idea y porque voy a escribir un artículo sobre toda esta situación.

—Pilas, el mundo es cruel. No juegues con nadie.

—A todas les he contado que voy a escribir.

—No importa, no juegues con nadie.

Otra, sorprendida, riendo, me dijo que esperaba encontrar con un redactor de noticiero, neurotizado, calvo, casposo, "exactamente de esos que les escriben los parlamentos a las cretinas presentadoras que solo sonríen". Por supuesto remató con la siguiente pregunta: "¿Tú presentas algún noticiero?".

Una filóloga de la Nacional me dijo que estaba atraída por el aviso porque le había parecido muy cercano a la "literatura del vacío". Dijo que el texto parecía escrito por Efraim Medina. Que había algo de "Eros y Tánatos por aquello de la relación entre el sexo y la muerte". Luego, al ver que yo me movía de un lado para el otro, me dijo: "Usted tiene ruptura en el campo neoético y, si se concentra, corre el riesgo de ahogarse". A ella le pregunté por qué estaba en esto y me respondió: "Porque la curiosidad ha llevado al ser humano a hacer muchas cosas bellas; y otras veces, no tan bellas".

Pero la última mujer que llegó fue la que más me impactó, la que pegó más fuerte. Debía tener unos 50 años. Por supuesto le pregunté, con el mayor de los respetos, por qué se había lanzado a esto si el anuncio decía claramente "mujer entre los 25 y los 35". Entonces me respondió con tono firme y a manera de lección: "Si realmente te quieres casar, si realmente quieres compartir la vida con alguien, no le pongas etiquetas al amor. En el mensaje que te escribí te dije, ‘como lo estás haciendo no funciona, no funciona, no funciona‘. Te explico: el amor llega solito. Llega cuando no etiquetas a nadie, cuando no esperas de nadie nada diferente a lo que es. Solamente cuando aceptes a la gente como es, entonces encontrarás el amor".

Por supuesto tuve que preguntar: "Si lo tienes tan claro, ¿por qué lo buscas en un aviso de la prensa?".

Y ella me contestó: "Porque al amor hay que ayudarle y siempre hay que creer que es posible".

Hicimos silencio, nos tomamos un trago largo, nos despedimos, nos levantamos de la mesa y allí, sin más, terminó mi más reciente intento de asistir, vestido de pingüino, a un altar.

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