14 de septiembre de 2011

Diatriba

Contra la moda de los vampiros

Por: Laura Samper

¿Dónde quedó Drácula, el Conde, con su fama de empalador y asesino en serie? El hombre de la novela de Bram Stoker (1897) que se hacía inmortal al beber la sangre de sus víctimas. ¿A dónde se fue para ser reemplazado por un vampirito impúber? Un metrosexual que vive deprimido porque sí, teniendo toda la belleza, todo el billete y todos los contactos del mundo. Ese ser contemporáneo que tiene familia, vive en una mansión sobre las colinas heladas de Washington y cuyo contrincante es un hombre lobo descuidado, pobre y malhablado que parece un cachorro. Sí, me refiero a la abominación cinematográfica y literaria de la saga Twilight.

Todo es tan brutalmente inverosímil que sería mejor catalogar sus películas como comedias románticas para quinceañeros. Nosferatu, de 1922, es una joya del cine mudo. El vampiro de este filme es una bestia encorvada, calva y mueca, que succiona la sangre de sus víctimas con los únicos dos dientes que le quedan adelante. Drácula, la adaptación de 1992 de la novela de Stoker, liderada por Gary Oldman en un papel brillante, es otra obra en donde la imposibilidad del protagonista por desposar a Mina se vuelve el centro de la narración. Entre sus poderes sobrenaturales se encuentra el de transformarse en hombre lobo. Precisamente, una de las escenas mejor logradas es cuando Drácula, convertido en bestia, penetra salvajemente a Lucy, la mejor amiga de Mina.

Twilight, en cambio, se puso de moda porque todos sus protagonistas masculinos son físicamente inigualables. Hay que reconocerlo. Esto quiere decir que mujeres de todas las edades se mojan en la sala de cine, la de su casa e incluso en la suya, con usted al lado. Y más cuando el hombre lobo aparece de la nada sin camiseta, con sus músculos moldeados y su bronceado de cabina; o cuando en la tercera película, Eclipse, el vampiro protagonista, después de ser seducido por su amada de todas las formas posibles, le suelta la frase más ridícula de la historia: “Te deseo, pero quiero estar casado contigo primero”. ¿Qué hombre, en esta época de salvajismo sexual o en cualquier época, se atrevería a decirle a una mujer que no se la quiere comer sino hasta cuando estén casados?

Para completar, en vez de quemarse con el sol como Drácula, el muy desgraciado tiene insertados diamantes en la piel que brillan con la luz; no muerde humanos sino que caza animalitos silvestres, y además permite que su novia se besuquee con el hombre lobo, su archienemigo. Y ella lo complementa, pues lejos de ser Mina, la dama refinada e inteligente, es una muchachita solapada, zoofílica e infinitamente aburrida.

Los vampiros ya no protagonizan historias para adultos que involucran conflictos con el cristianismo y la aristocracia. Ya no son esos seres únicos en el mundo que batallaban contra su soledad e inspiraban un tanto de terror. Ahora son adolescentes deprimentes que intentan educar sobre la sexualidad, personajes de cuentos risibles con heroínas arrechas y héroes célibes e idiotas.

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