16 de enero de 2013

Contra peñas blancas

Por moda, tendencia o esnobismo, la arquitectura a veces toma rumbos inentendibles. Eduardo Arias se despacha contra Peñas Blancas.

Por: Eduardo Arias

Cómo decirlo. Las torres Peñas Blancas son el equivalente al diamante incrustado en el diente de Diomedes Díaz. Una joya, es cierto, en este caso única y exclusivamente por el precio que se paga por los apartamentos, alrededor de 14 millones de pesos por metro cuadrado, de acuerdo con el portal Kien&ke. Peñas Blancas es una incisión en los cerros bogotanos cuya única finalidad es mostrar que el dueño de la dentadura es un duro, que cuenta con todo el billete del mundo y la mejor manera de demostrarlo es con una extravagancia de ese tenor, que se note, que haga bulla. Porque, aunque suene a cliché viejo y gastado, el síndrome de querer vivir en Miami sigue presente en el imaginario de casi todos los colombianos de los siete estratos.
Así se ve desde diversos puntos de la ciudad esta edificación que parece copiada de uno de los tantos hospitales geriátricos que funcionan en Miami y alrededores. Una prótesis, como una extravagancia, como un capricho arrogante que le clavaron al paisaje urbano del oriente de Bogotá. Porque si algo tenía bonito la ciudad era la uniformidad del ladrillo en los edificios.
Pero bueno, hay que aceptarlo. Esta es la época de los arquitectos superestrellas y vedettes, cuya única finalidad es precisamente esa: lucirse, hacerse notar. Construir edificios, puentes, estadios, museos y salas de concierto que parecen ovnis recién aterrizados en las ciudades. Proyectos que podrían estar en cualquier lado porque no pertenecen a ninguno. Descrestes de alta tecnología que no tienen absolutamente nada que ver con el entorno que los rodea. Decenas de ejemplos que no viene al caso nombrar corroboran esta peste que se ha apoderado de decenas de ciudades en todo el mundo.
Alguna vez dijo Rogelio Salmona —palabras más, palabras menos— que la arquitectura es la disciplina en la que confluyen la historia y la geografía. Bogotá encontró en el ladrillo a la vista un elemento propio de su geografía, de su cultura ancestral, que podía adaptarse a las distintas necesidades de los tiempos. Es cierto, el 95 % de los edificios que se construyen en ladrillo son anodinos. Y bastantes de ellos son francamente feos. Varios, ofensivos, como las Torres del Este, unas 20 cuadras más al sur de Peñas Blancas. Están lejos de ser una obra de arte. Las Torres del Parque son una excepción, no la regla. Pero si algo destacan los viajeros que conocen Bogotá es la larga continuidad de edificios de ladrillo de los cerros orientales, que toman coloraciones tan especiales cuando reciben el sol de la tarde. El rojo encendido hace juego con los distintos matices de verde de la vegetación de los cerros. Pero ahora esa prótesis grotesca, ese diente de yuca llamado Peñas Blancas está ahí para arruinar la continuidad que se había logrado.
Peñas Blancas forma parte de esas edificaciones que recuerdan el famoso apunte del escritor Guy de Maupassant, quien decía que su lugar favorito en París era el restaurante de la Torre Eiffel porque era el único sitio de París donde no se veía la Torre Eiffel.?Por suerte, y por desgracia, una de las características de la arquitectura, el urbanismo y la construcción es que uno termina acostumbrándose a todo. Pero, mientras llega ese día, maldeciremos una y otra vez ese manchón blanco y grotesco que se tiró la vista de los cerros orientales de Bogotá.