12 de diciembre de 2006

Contra los aguinaldos

Gracias a los aguinaldos empezaron las guerras entre mi familia, todo empeoró el día en que mi hermano (el mayor) por hacerle tres pies a mi tía Tatis, la empujó por el acuatobogán

Por: Julián Arango
| Foto: Julián Arango

La palabra aguinaldo viene de Au-gui-l‘anuef, que en alguna lengua muerta quiere decir Algui, nombre del muérdago de los druidas. Solo a algo tan detestable como los aguinaldos se le ocurre venir de semejante palabra tan fea. L‘anuef significa el año nuevo, según esto y, por lógica, el muérdago de año nuevo. Bueno, por lo menos ya quedamos más tranquilos al saber qué significa y de dónde viene la palabra aguinaldo. Saber qué significa muérdago y de dónde vienen los druidas, se los dejo de tarea, es cuestión de ‘googlear‘ cada palabra y ya.

Con el tiempo, la ofrenda que, en este caso me imagino debe ser el muérdago, se fue convirtiendo en regalos para los más cercanos, como símbolo de fraternidad y unión (entra estridente sonido de disco rayado) ¿Fraternidad y unión? Sí, amigo lector, como lo lee: fraternidad y unión. Ojalá mi hermano (el mayor) esté leyendo esto, porque creo que ni a él ni a ninguno de mis primos mayores les contaron este pedacito. Durante toda mi infancia o, mejor, llamémosla infamia, sufrí con la llegada de la Navidad por culpa de esos muérganos aguinaldos. Al oír esa palabra, mi cuerpo genera una reacción eruptiva. En este momento, mientras voy escribiendo con la derecha, con la izquierda me rasco la nuca.

Desde julio, en el colegio empezaba a entrenar para no dejármela montar en Navidad y no ser el aguinaldo de mi hermano (el mayor). Me inscribía a cuanto curso existía para superar mi déficit de atención, participé cuatro veces en Concéntrese, jugaba lotería, con la psicóloga del Club de Leones trabajamos inútilmente el Estado de Alerta Permanente y el Método Silva no me sirvió, porque terminaba recalcando el perdón. Nada me servía, seguía cayendo redondo, siendo el hazmerreír de la familia, pagando aguinaldos año tras año.

Yo vivía con paranoia, prevenido, no se me podía hablar, era un niño tensionado, desconcentrado, no podía ni hacer veintiuna y la tabla periódica se la quedé debiendo al profesor Morales, porque, la verdad, yo solo tenía cabeza para superar mi trauma, al cual le he dedicado bastante tiempo de mi vida.

Una de mis conclusiones es que los aguinaldos son, en general, una pesadilla. Pero sobre todo para los hermanos menores, y yo soy uno de ellos. Nosotros hemos sido víctimas del efecto "chazculifaz", más conocido como el efecto "me lo papié", que no es más que hacerlo quedar a uno, perdón por la expresión, como una soberana hueva delante de todo el mundo.

Estoy absolutamente seguro de que los aguinaldos son la causa, la raíz y el origen que hacen de Colombia un país violento y agresivo, donde los hermanos mayores siembran en los menores la semilla de la prevención, la venganza y la codicia. Lo malo es que estos menores repetimos la historia con nuestros hermanos o primos menores porque, reconozco, yo también le reventé el tímpano a un primo gritándole: ¡Mis aguinaldos!, porque le pregunté "¿usted es marica?" y estábamos jugando al sí y al no y él tenía que decir sí y siempre gritaba ¡no! y así lo tuve durante los nueve días. Hoy en día hace pipí sentado.

Qué mamera, nunca pude pasar Navidad (época de recogimiento) tranquilo, en paz, tomándome un guarito helado en la piscina de la finca que alquiló la familia en Melgar al lado del Acuatobogán, comiendo rico y durmiendo mucho, enamorándome de la amiga de la prima, jugando un picadito, echando globos y voladores. Pero no, con los aguinaldos me tocaba vivir jincho de la perra, inconsciente (ya sé de dónde viene mi problema con el trago), viendo a ver cuál de todas las amigas de mis primas daba papaya para robarle un beso "andeniado" o dándole cosas al que se atravesara para ver si las recibía, o hablando para que no me contestaran, o viendo quién estaba patiabierto para meterle el pie. Puros comportamientos de borracho en Navidad y todo para pertenecer al núcleo familiar, no hay derecho.

Pero lo más grave de los aguinaldos es que tienen plata de por medio, cosa que lo hace aún más peligroso, sobre todo en un país como el nuestro, donde se vive del "y qué van a dar" y del "con cuánto lo dice". Y como las apuestas se van acumulando desde el 16 hasta el 24, se pueden perder cifras considerables. Un tío mío tenía una finca en Villeta, llamada Los Mandarinos de la cual no le quedaron ni las pepas, y todo porque jugó al beso robado con mi prima, y como mi tío era falto de afecto, se dejaba besar sin esfuerzo y al final mi prima (la única economista de la familia) le pasó la cuenta de cobro.

Gracias a los aguinaldos empezaron las guerras entre mi familia, todo empeoró el día en que mi hermano (el mayor) por hacerle tres pies a mi tía Tatis, la empujó (según él, sin querer), por el acuatobogán. Ella perdió los dos dientes delanteros, cosa que le ayudó de ahí en adelante a no volver a perder en pajita en boca, ya que tenía siempre dos algodones en las encías. Hoy en día, en mi familia se juega un permanente hablar y no contestar, un dar y no recibir, también a no dar y tampoco recibir pero, sobre todo, a hablar y no contestar que, creo, es una de las manifestaciones más grandes de violencia. Así que, amigo lector, usted está a tiempo de salvar a su familia de la guerra y la incomunicación: esta Navidad ayude a no promover más estos "inofensivos juegos" que supuestamente promueven el diálogo, la paz y la "unidad familiar". Por mi lado, este año fui el comisionado de los diálogos de paz en mi familia y logré que solo se juegue al beso robado. Bueno, algo es algo.