8 de marzo de 2007

Humor

Defensa de las comedias románticas

Los latinoamericanos confundimos drama con melodrama, la comedia con lo burdo y creemos que romántico es algo o muy sexual y tórrido o muy retorcido y feroz.

Por: Alberto Fuguet
Alberto Fuguet | Foto: Alberto Fuguet


Tengo una amiga que, cada tanto, me envía correos o me cuenta/ resume las películas que ve. Me cuenta películas que cree que no me interesan o que no veré. Y, a veces, gracias a ellas, las veo: en aviones, en el cable, en un cine de otra ciudad o —incluso— cuando la insistencia es mucha, las "bajo" de Internet. Porque el tipo de películas que ella ve y que recomienda son películas que, en rigor, a veces funcionan mejor en pantallas alternativas: tu ordenador, un iPod, la tele. Gracias a ella me informo y me intereso por películas que mi círculo cinéfilo y de gente que hace cine o crítica de cine no comenta o trata de ocultar. Es más: sé que muchos de aquellos que aún son críticos ven estas películas. A veces las destrozan o las salvan pero nunca, jamás, las mencionan.

Esta amiga —Connie— sí habla de ellas, como si fueran las únicas que existieran. No va al cine por la cosa artística ni por perversiones baratas (celebrar lo malo por lo malo) ni por el star system. Va por la historia, el aire acondicionado y "un poco de luz, de gente no tan fea, que no se viste mal, que sufre por amor pero no tanto para que se corten las venas y una quede deprimida". Amó, por ejemplo, y con locura, Little Miss Sunshine, pero admite que la amó porque, uno, no es tan mala y tiene una escena final

emocionante (opino igual) y, dos, porque la vio en París. Según ella, TODA película sube dos estrellas si uno la ve en otro país. Sobre todo si no es "tan buena".

Puede tener razón.

Cuando está en su país, ve casi todas las películas y las ve antes que nadie, los días de estreno, porque trabaja frente a un mall que tiene no-sé-cuántas salas. La Connie es la espectadora ideal porque, a pesar de ser culta en materia cinematográfica, no se deja contaminar. Siempre ingresa ansiosa y siempre sale agradecida.

Típica frase de ella:

"Volver es pésima, recocida y falsa. La mejor escena es cuando la Cruz canta. Sin duda es Almodóvar remixed y for export, pero lo pasé genial. Me encantó. Me salvó la tarde".

¿En qué quedamos?

¿Es buena o es mala?

Quizás sea las dos cosas.

O, más clave aún, qué importa. Si tiene un par de escenas, si se deja ver, si entretiene, si tiene personajes, si fue capaz de sacarla de su rutina, si no la hizo pensar pero sí la hizo sentir.

Cito:

"Yo a la hora de almuerzo iré a ver El descanso (The Holiday), esa con Jude Law, Cameron Diaz, Jack Black y Kate Winslet; le tengo ganas a esa comedia, ya sabes: el amor, chica conoce a chico, etc. Me emociono y juro que la cosa es así en verdad... Qué pena, ¿no?".

Quizás pena es la palabra.

Pena.

La clave de estas películas livianas y agradables es que son, más que nada, un respiro. El tipo de película donde el espectador no tiene que poner mucho de su parte, pero donde los actores, al no tener una gran historia que contar, tienen que cumplir con algo parecido a lo que les corresponde a los amigos: no hacer mucho, pero hacerlo bien y, sobre todo, estar. Estar en el momento preciso aunque no hagan nada, lo que —claro— no es poco.

¿Es necesario entonces defender la comedia romántica?

Sin duda no merece atacarse. ¿Es frívola? No creo. Frivolidad es perder el tiempo y no lograr nada a cambio. Si esa definición es cierta, entonces buena parte de los dramas y películas de autor y de buena conciencia son frívolas. Desechables. La comedia romántica es un drama (perder o no encontrar al amor de tu vida) pero en plan ligero. Sabemos que las cosas sí van a resultar y ese premio, ese orden, es quizás lo que haga que este género funcione tan bien.

No nos importa el final, nos importa el viaje.

Hay pocas comedias románticas netamente masculinas, pero John Cusack, a partir de Alta Fidelidad, está haciendo lo posible por revertir las cosas. Owen Wilson y Will Farrell están explorando nuevas variantes: la comedia romántica de amigos. Amigo encuentra amigo, lo pierde, lo recupera, etc. El género antes exigía juventud y futuro, pero ahora Diane Keaton se ha reinventado como la reina de la comedia romántica para la tercera edad. La película más interesante del año es un drama-romántico cómico: The Break-Up con Jennifer Aniston y el gran Vince Vaugh. Una pareja casada empieza a derrumbarse. A medida que se van alejando, se van conociendo más. ¿Qué pasó? Se casaron sin conocerse. Ahora, separados, podrán quererse puesto que, para amar, es clave primero conocer y aceptar al otro. Lo malo es que si uno conoce a alguien mucho, sabe sus carencias y los dos captan que, a pesar de amarse, no pueden vivir juntos. Son, al final, muy distintos. El final es para llorar y uno no tiene claro por qué siente felicidad si cada uno opta por su propio camino.

Digresión:

¿Por qué los latinoamericanos no son capaces de hacer comedias románticas? Quizás porque confundimos drama con melodrama, la comedia con lo burdo y creemos que romántico es algo o muy sexual y tórrido o muy retorcido y feroz.

Fin de la digresión.

La duda que persiste es por qué este género aún no se legitima frente a los guardianes de la cultura. Quizás porque la comedia romántica es el nuevo placer culpable. Tal cual. Ahora que no hay culpa, y quizás por abusar del placer, pocas cosas de verdad logran provocarlo, la idea del placer culpable, concepto que arrasó durante los ochenta y quizás alcanzó la gloria a comienzos de los noventa, ya no existe. Se ha transformado en el oxímoron que siempre ha sido.

Las cosas, de verdad, han cambiado. Ahora lo malo es bueno. Ahora hacen películas sobre Ed Wood que son caras, de prestigio y ganan Óscar. Hoy lo cutre es cool; hoy el mal gusto, gusta. Hoy lo barato no sale caro y lo caro resulta kitsch. La idea entonces del placer culpable, de entretenerse con productos de segunda o tercera, híbridos y bastardos, se ha legitimado entre otros motivos porque todo ha descendido. ¿Es Infernal Affairs un placer culpable? No. Es lo que hay que ver aunque no sea más que un estilizado ejercicio de estilo. Los infiltrados, su remake americano, arrasa con los Óscar y le da —por fin— a Martin Scorsese la estatuilla (por algo mediocre y no por las cintas por las que sí se lo merecía). El cine porno ya es un producto doméstico, además de ser una industria de avanzada y solo puede culpar a aquellos con problemas religiosos no resueltos. Boogie Nights, entre otras cintas, legitimó este submundo. Lo mismo sucedió con Kill Bill y El tigre y el dragón: las artes marciales ya no provocan culpa sino son coreografías artísticas

Lo más parecido a un placer culpable, entonces, al menos desde el punto de vista masculino, sobre todo el cinéfilo, es la comedia romántica.

¿Por qué?

Quizás porque les gusta más a las mujeres que a los hombres. Quizás porque están hechas para que las mujeres vayan solas o, si pueden, arrastren a los hombres al cine. Por aquí la cosa se pone más interesante. Los hombres ven fútbol, no comedias románticas. Ven dramas, acción, terror, cosas eróticas, cintas de guerra o sobre el poder. La idea que subyace es que un hombre bien hombre no puede ir a ver una comedia romántica. Aunque esté enamorado y a punto de casarse. Al menos, no puede ir solo. Ni, Dios lo permita, con un amigo. Una comedia romántica solo se puede ver con una chica. Si no la cosa se pone medio gay. Es ese el temor que provoca la comedia romántica: que no son suficientemente masculinas. Pero el género se rearma para los nuevos tiempos. Ahora hay para todos los sectores, etnias, orientaciones y género y todas funcionan en forma parecida: todas tratan un tema cercano, todas son en el fondo un thriller (¿lo lograrán? ¿terminarán juntos?) y todas nos muestran un mundo que es mejor que el existe y, por lo general, bastante mejor que el nuestro.

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