14 de febrero de 2003

Yo y mi otro yo

¿Alguna vez ha sentido que hay 'alguien' que vive dentro de usted y se toma demasiadas libertades? Usted no está loco. Antonio Sanint descubrió quién es ese hombrecillo que nos acompaña siempre.

Por: Antonio Sanint

Tengo miedo de volverme loco. Pienso que estoy entrando en una nueva etapa de mi vida que ya no tiene marcha atrás. Estoy empezando a ver los primeros síntomas, y sospecho que lo que tengo es incurable.

Llego a mi casa, dejo las llaves en algún lugar y media hora después estoy por todos lados mirando y pensando: "¿Dónde fue que puse las llaves?". No le estoy pidiendo a mi cerebro que busque en archivos olvidados de hace quince años. Fue hace treinta minutos que las puse en algún lado. Lo más triste no es que pierda cuarenta y cinco minutos de mi vida buscándolas sino que al final me encuentro mirando para todos lados y me sorprende la pregunta: "¿Qué era lo que estaba buscando?"

Estoy a punto de dormirme y un pensamiento me hace incorporar: "¿Le pasé el cerrojo a la puerta?". Me levanto, llego a la puerta y me doy cuenta de que sí, sí le había pasado el cerrojo. Pacientemente me devuelvo a la cama y cuando estoy a punto de dormirme otro pensamiento me invade: "¿Revisé el cerrojo a la puerta?".

Yo no estudié psicología pero no es necesario ser un experto en la mente para saber que algo malo está germinando en mí. Ojo, los síntomas parecieran ser inofensivos. Pero casos se han visto de personas que tienen un dolorcito en el abdomen y el amigo le dice: "Eso debe ser una neuralgia. No le pare bolas", y un mes más tarde, en el entierro, el mismo tipo le dice a otro amigo: "tan raro, si él era muy sano".

No, lo mío es grave y afortunadamente lo sé desde el principio. Debo admitirlo. Sé el riesgo que corro al admitirlo pero debo hacerlo: tengo una persona viviendo dentro de mí que no soy yo. Algunos médicos le dicen mi otro yo, otros más expertos le dicen esquizofrenia moderada con delirios de doble personalidad. Yo le digo desgraciado. Porque es que no hay derecho a que alguien que viva dentro de mí no tenga la decencia de contarme dónde fue que puso las putas llaves. O que no me cuente qué fue lo que pasó con el cerrojo de la puerta. Yo digo, si vamos a vivir juntos que por lo menos tenga la decencia de dejar el cerebro ordenado después de usarlo. ¿No es lo mínimo que uno puede hacer si está compartiendo cuerpo?

Uno pensaría que es gracioso el hecho de que uno viva con alguien más en el cuerpo de uno, pero créanme, no se lo deseo a nadie.

Claro, al principio fue divertido porque no nos conocíamos y en esa etapa todo es descubrimiento y todo es nuevo. Por ejemplo, el hecho de que nos gustaran las mismas películas me parecía una coincidencia agradable, y lo mismo con la comida y con la televisión ?nunca peleábamos por el control remoto?. Pero todos sabemos que al principio todo es superficial.

Yo empecé a sospechar de su intenciones reales un día que jugábamos ajedrez. Todo era normal: tu turno, mi turno, qué buena jugada, qué inteligente eres, ese peinado te queda muy bien? las cosas normales que uno dice cuando juega ajedrez con uno mismo. De repente, sentí un objeto punzante dentro de mi tráquea, la respiración se me cortó, me faltaba el aire, me estaba ahogando. No sé cómo pero metí la mano hasta mi garganta y con el dedo logré sacar el objeto que casi me cuesta la vida. El alfil? el miserable intentó hacerme trampa comiéndose el alfil sin que yo me diera cuenta?

Desde ahí las cosas empeoraron y empeoraron. Me hacía decir cosas que yo jamás hubiera pensado decir. Cosas estúpidas que me hacían quedar como una chancleta. Por ejemplo, cuando llegaba tarde en la noche al edificio donde vivo, el portero después de dejarme entrar se despedía diciéndome "que duerma", y yo, incoherentemente, le contestaba "lo mismo". O cuando me presentaban una mujer bonita y yo me ponía un poco nervioso, él me hacía equivocar de nuevo y en vez de saludarla "hola, cómo estás" o "quiubo, qué tal", de mi boca salían torpemente las palabras "quiuola, ¿cómo tas, ben?".

Por un momento pensé que esto no tenía solución. Desesperado fui a donde un amigo y le conté. Tenía miedo de que se burlara de mí o de que saliera corriendo a conseguir una camisa de fuerza. Pero no. Me dijo, también con un poco de nervios pero a la vez alivio, que a él le pasaba lo mismo. Que, por ejemplo, una tarde que le estaba haciendo visita a su novia le dio unas ganas terribles de ir al baño, y cuando estaba en el trono con los pantalones bajados a punto de que la yugular se le explotara, por equivocación su suegra abrió la puerta. El

quedó paralizado y la mujer también, pero su voz interior, su otro yo, el malparido que lo hace quedar mal a uno le dijo "sea decente". Y mi amigo, con pantalones abajo, muy decente se paró y le extendió la mano saludando "¿quiuola, cómo tas?".

Pero no solo a él sino a mucha gente le pasa. No sé si han visto a esos deportistas que se hablan a ellos mismos en voz alta y utilizando su propio apellido: "¡Vamos, Gutiérrez, concentradito, usted puede, suba los brazos, no le quite la mirada, vamos, vamos!". ¿Eso qué es? El otro regañándolo.

Claro hay inquilinos que ya abusan y uno entonces encuentra al dueño del cuerpo en un manicomio creyéndose Bolívar (o en alguna presidencia.) Pero entendamos que esos no son ellos, ese es ese maldito que los hace creerse de esa manera.

Sí, nos pasa a todos y no hay de qué avergonzarse. Por eso creo que debemos unirnos y apoyarnos mutuamente. ¿Por qué no crear un grupo de apoyo los jueves por la noche, para que dejemos salir a los que viven dentro de nosotros a que se conozcan, que hablen de nosotros o que nos hagan equivocar, o que hagan lo que nosotros no los dejamos hacer?

La verdad, esa es la única solución que le veo al problema, porque, seamos honestos, ellos no se van a ir; con la edad lo único que pasa es que se vuelven más fuertes.

La otra es rezar todas las noches esperando un milagro: "Dios, líbrame de mí".