14 de mayo de 2009

Buscando a la mamá de José Miel

Me parece que todo era mucho mejor en los ochenta. Se bailaban merengues sin vulgaridades. Nada de "perrea, mami, perrea". Las semanas deportivas en los colegios eran sin puñaleta y sin celulares.

Por: Juan Francisco Arbeláez
Buscando a la mamá de José Miel | Foto: Juan Francisco Arbeláez

Soy ochentero. Lo reconozco y me ufano de serlo, como Andrés López. Me parece que todo era mucho mejor en los ochenta. Se bailaban merengues sin vulgaridades. Nada de "perrea, mami, perrea". Las semanas deportivas en los colegios eran sin puñaleta y sin celulares. Uno se robaba el carro responsablemente. No había Facebook. Y cuando uno se sentaba a ver televisión el asunto mejoraba aún más: los monitos animados eran monitos de verdad, y no transformers seudoeróticos o muñecos amanerados como los "teletubbies", de quienes su inclinación sexual nadie ha podido dar verdadera cuenta, o como los "backyardigans" que son un verdadero festival de desviaciones zoológicas en un antejardín de la casa de quién sabe quién.

Nada de eso. Lo nuestro era el "ushi doshi maugua, hirai dae hero" del Capitán Centella; las tetas cilíndricas de la mujer de Mazinger Z; la voz de la abejita Maya y su inseparable Willy. Sin embargo, había tres series que podían arruinar la infancia de quien las viera: Heidi, Marco y José Miel. Los tres compartían el mismo derrotero: encontrar a la mamá. Imagino que la de cada uno era una mamá inusualmente despiadada y desprendida que a lo mejor tuvo un embarazo (o una fecundación) no deseada; temerosa de dejarlos por ahí a las orillas del río Tunjuelito, medio crió a su hijo y se largó después, sin más ni más, sin disculpas.

A Heidi, su mamacita querida la mandó a una cabaña en el sitio más frío y menos civilizado de los Alpes suizos, para que la criara un viejo ermitaño y malgeniado que decía ser su abuelo. El corpulento vejete hacía su mejor esfuerzo de padre y madre mandando todos los días a Heidi, una niñita de 8 años, a cuidar cabras con un pastorcito desmueletado en las montañas escarpadas donde el riesgo menor era que la chiquita se despeñara en una caída libre de 400 metros mientras averiguaba "por qué huele el aire así". Parece que por esto se destrozó la columna Clara, que era la amiga a quien Heidi cuidaba. Porque no solo nadie la cuidaba a ella, sino que ella debía cuidar a otra niña.

Heidi creció dedicada a todas las actividades que un niño puede hacer solamente bajo la observación de un adulto responsable. Se la pasaba entre animales briosos. Se balanceaba en improvisados columpios campesinos, de vuelo sideral. Nadie le decía que se abrigara de las gélidas temperaturas suizas. Quizás por eso nadie conoce el verdadero final de la serie, en que la niña muere.

Pero su miserable historia no es mejor que la de Marco, un niño al que si uno se encuentra hoy, y le pregunta por su mamá, tendría que decir a ella le "tocó" irse a otro país, y lo dejó solo a su suerte. ¡Qué mamá tan abnegada! Le importó un bledo dejar a su hijo menor de edad y largarse a la Argentina a "trabajar duro". El chino dijo que se bandeaba entre mercaderes, comiendo lo que fuera más barato, es decir, el líchigo, y cometiendo pequeños crímenes en asocio con un mico albino de nombre Amedio. ¿Puede salir algo decente en la mente de un niño que crezca viendo semejante trama?

Sin embargo, el caso más dramático es el de José Miel. Si José Miel estuviera vivo hoy sería drogadicto. La miserable infancia que tuvo en búsqueda de su mamá le habría pasado la factura ahora que es adulto. José Miel se llamaba Koncho Mogatari, Hinminashigo Haschi, lo cual de por sí ya hace que la vida de alguien sea insoportable. De cariño, y de pereza, le decían simplemente José Miel, como si fuera un baladista. La madre del zángano, una abeja reina, bastante abeja y bastante reina, solo aparecía en la serie para que uno sufriera porque estuvo a punto de encontrarse con su hijo. Ella salía por la puerta de atrás del mismo panal al que él entraba por la de adelante, y jamás lograban estar el uno con el otro, y mientras tanto uno dejaba escurrir sus primeras lágrimas sentimentales. ¿Dónde diablos puede estar metida la mamá de José Miel ahora?, ¿La contrató Jerry Seinfeld para que fuera extra en Bee? ¿Trabaja de masajista en Abejitas?

De los tres, no se sabe cuál corrió con peor suerte. Tengo entendido que José Miel vende pulseritas en Cartagena; que Heidi, en el improbable caso de haber sobrevivido, se prostituye en Ginebra y que Marco ahora es un importante capo de la "Cosa Nostra". Es el precio de no haber crecido con la mamá cerca. Pero pudo haber sido peor. Si de verdad se hubieran traumatizado, hoy por hoy no harían parte del bajo mundo, sino del elenco de los "teletubbies".