22 de abril de 2010

La mayor innecesidad del siglo XXI

Lo admito: la gente se ríe de mí descaradamente (Dios bendito, porque soy comediante; me dedico a lo que mi tía Lucila llama el "stup comin"), y durante los últimos 22 años de mi vida me he enorgullecido de esa reacción.

Por: Diego Camargo
Ilustración Andrés Barrientos | Foto: Diego Camargo

Lo admito: la gente se ríe de mí descaradamente (Dios bendito, porque soy comediante; me dedico a lo que mi tía Lucila llama el "stup comin"), y durante los últimos 22 años de mi vida me he enorgullecido de esa reacción.

Pero no siempre me hizo feliz la burla general… de hecho, la peor humillación de mi vida se debió justamente a la risa pública. Fue el miércoles 17 de agosto de 1988 a las 9:12 a.m. en el salón del grado octavo de mi colegio, la Concentración Educativa Jossef Stalin… no se me olvida.

Durante el examen oral del tercer período de inglés debíamos contar frente al resto del curso algo de nuestra vida. Yo quise emocionarlos con noticias de mi perro nuevo, una cría de gozque que crecía enorme, producto del cariño que le profesaba. Quise decir: "No me van a creer… pero tengo un cachorro que crece mucho porque jugamos mucho con él, aunque me babea siempre".

Por desgracia, al intentar hablar me puse nervioso, se me olvidó que cachorro se decía puppy y me aterré, por lo que terminé diciendo: "You won‘t believe me, but I have a pussy. It gets bigger when someone plays with him and It lets me wet".

Los que entendieron se carcajearon casi hasta el desmayo, excepto el profesor Edilberto (Edilbert, como nos hacía llamarle), cuya cara temblaba de la rabia.

Para cuando caí en la cuenta de mi error, ya Edilbert les había hecho saber a todos que yo era un irrespetuoso y un ignorante, y que por no hablar otro idioma estaba condenado a vivir y morir en el fracaso.

Me metí al Colombo Americano como venganza. Me costó dos largos años y un viaje de seis meses a Spokane (Washington) para perfeccionar el idioma.

Finalmente pude llegar a esta conclusión: aprender idiomas es la innecesidad más popular del siglo XXI.

Es cierto; el inglés está sobrevalorado (sin mencionar las lenguas muertas como el francés, el italiano o el portugués)… de hecho, en mis 13 años de vida profesional solamente he debido recurrir a mi conocimiento de inglés cinco veces, y dos de ellas fueron para atender llamadas telefónicas que buscaban otra dependencia.

Para lo único que usé el inglés fue para descrestar secretarias… que pensaban que con ese conocimiento iba yo a llegar a gerente.

Pero lo más revelador es que comprendí que el problema de aprender inglés no es el inglés en sí mismo, sino los métodos usados para estudiarlo, que se basan en frases imposibles de aplicar en una conversación real.

Sin ir más lejos, cada vez que usted pone el CD de Learn English Easy, Fast and Cheap oirá, para empezar, una voz en guatemalteco que pronuncia la frase que hay que aprender: "El ratón se está robando el queso". Luego, alguien que parece ser un irlandés borracho, por la forma en que arrastra las consonantes, trata de hacer la traducción al inglés "The mouse is steeling the cheese".

Hasta ahí todo suena bien. Pero dígame usted, querido lector, ¿en qué situación de la vida se va a ver usted obligado a decir: "The mouse is steeling the cheese"? ¿Quién, en lo que nos resta de existencia, nos va a dar pie para que podamos pronunciar alguna maldita vez esa frase?

No creo que vaya uno a poder entrar a un McDonald‘s en Nueva York a decir: "Good morning, sir,… I‘d like a Big Mac, please… Oh! Yes… bigger fries and coke, I‘m really hungry … Oh!! Nice… double cheese… mmhmm… by the way… the mouse is steeling the cheese!".

Pero hay frases peores: "El gato está en la silla", es decir: "The cat is on the chair", o "El loro está en la rama", o sea: "The parrot is on the branch"… no muy útiles en una entrevista de trabajo.

De hecho, hace dos años fui a Canadá a participar en un encuentro de "stup comin" en representación de Colombia. Para practicar mi inglés tuve que llevar entre la maleta un ratón, un queso, un gato, una silla y un loro.

Anduve por medio Quebec con todo ese zoológico de la mano hasta que finalmente pareció acercárseme un lugareño: "¡¡Viene alguien!!… ¡¡Posiciones!! —grité a los animales— Tú… cómete ese queso, tú… a la silla y tú... a la rama".

Mientras simulaba que nada pasaba, el caminante finalmente me habló: "Bonjour, monsieur"… me aterré porque, además, lo único que sé decir en francés es justamente bonjour, que significa yogur, todo el mundo lo sabe, pero este parecía ser otro contexto.

"¿Est-ce que vous êtes ma prostitute?"… preguntó otra vez y lo único que se me ocurrió fue responder: "Yes… oh… look… the mouse is steeling the cheese… oh!! What a surprise… the cat is on the chair… oh!! What a coincidence… the parrot is on the… oops.. the parrot scaped.. fuck you, parrot!!".

Jamás volví a mencionar palabra en inglés. Llevo una vida tranquila en español y puedo decir orgulloso que Edilbert se equivocaba. Yo soy el ejemplo de su error: también se puede vivir en el fracaso aun hablando inglés.