21 de octubre de 2014

Opinión

La purga

¿Qué haría usted si le dieran 12 horas para hacer lo que le diera la gana; tiempo en el que pudiera cometer cualquier aberración sin temor a las consecuencias?

Por: Blog de Alejandra Omaña
La purga

¿Qué haría usted si le dieran 12 horas para hacer lo que le diera la gana; tiempo en el que pudiera cometer cualquier aberración sin temor a las consecuencias, pues las autoridades no tendrían el poder de juzgarlo? Al finalizar, podría regresar a su cotidianidad como si nada.


The Purge es una película estadounidense de 2013. La particular trama expone 12 horas sin autoridades, en las que los ciudadanos pueden hacer daño sin ser juzgados. Es una forma de catarsis que les permite regresar a su cotidianidad livianos, como después de una bombeante eyaculación. Al eliminar la maldad de los habitantes, reducían el número de robos, violaciones y asesinatos. 

Varios amigos, tras tomarse unos segundos para pensar, hablaban de salir a la calle desnudos, de tener sexo con desconocidos y de robar. Cuando repetía la pregunta y hacía énfasis en que ninguna autoridad los castigaría, el sexo empezó a tener aberraciones y el número de bancos a robar se multiplicó. Un poco más en confianza con mi insistencia, confesaban que le harían daño a unos cuantos y fueron creativos al describir las formas. 

Hace un tiempo conocí a un tipo bastante malvado. En el gimnasio al que íbamos, se rumoraba que asesinaba a narcotraficantes del otro lado de la frontera, pues cobraba las deudas de su patrón en Colombia. Los que no pagaban, salían en las judiciales. Una vez, alguien contó que para eliminar la tensión de las temporadas de poco trabajo, salía a la calle y mataba al primero que el instinto le indicara. Era una leyenda urbana de la que nos alejamos con precaución.

A los 14 años entré a la casa de un hombre que acosaba a mamá. Le enterré una navaja en el brazo y entre sollozos le advertí que se alejara de mi familia. El desagradable viejo no se alejó y a dos meses de cumplir los 18 años, tuve que regresar a las conciliaciones y los fiscales, porque le enterré un arpón de pescar cerca al oído. No lo volví a ver. En otra ocasión, golpeé a una chica de la universidad que llegó a mi casa en la madrugada, borracha e insistente, a jurarme amor. Luego de esos desafortunados eventos, me convertí en un ser de paz. Tranquila, más bien boba en ocasiones. Es decir, eliminé mi tensión al purgar, con la diferencia de que no fueron actos de 12 horas y tuve autoridades que me juzgaron y amenazaban con dejarme en una correccional si no aprendía a comportarme como una niña decente. 

Un toque de maldad es inherente al ser humano, sea por razones que quizás consideremos válidas o porque la naturaleza lo dicta. Las leyes (a veces bien planeadas, otras veces injustas) nos acostumbraron a obrar bien siempre, a no cometer delitos por temor al castigo y el rechazo. El viejo experimento de Stanley Milgram concluía que somos un poco malvados, que somos capaces de infringir dolor si alguien con autoridad nos lo permite. Así que todo apunta a que seríamos capaces de purgar, en caso de que esta particular trama fuese real. Eso no nos quita lo buena gente y las buenas obras. Somos duales, con equilibrios diferentes. Unos más malvados que otros. 
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