10 de abril de 2006

La llamada maldita

Por: Mauricio Quintero

Del árabe ´harem´ y del latín ´Movistar´.
// Def. Sentimiento de culpa que acompaña al guayabo etílico por llamar a cuanta vieja tiene uno en la agenda del celular.

En cualquier rumba patrullamos con el vaso de licor en la mano preguntando: ¿Cuál de ellas nos hará la danza de los siete velos? Casi todas mueven un ratico su vientre y algunas nos calientan hasta la billetera, dejándonos iniciados. Nos sacan mil y una disculpas que ya hemos oído dos mil y una noches. Qué camello convencerlas. No queríamos irnos sin pecar. Nos mandan con dolor de novio para nuestra guarida y ya es demasiado tarde.
En la casa, un pedazo disecado de pizza es lo único que nos alienta a caminar en zigzag hacia la cocina como para decir que esa noche sí nos comimos algo.
De repente, un sonido que emite el celular nos avisa que ya se está descargando. Y este curioso aparato además de tener cámara, un navegador de Internet que nunca usamos y un juego de culebrita, también tiene una extensa agenda telefónica con nombres de mujeres que en el pasado fueron, que en el presente esperamos que sean y que en el futuro seguramente nos odiarán por lo que esa noche somos. Y si al celular no le sobra batería, al fijo le sobra cable. ¿Y la pizza? ¡Que se la coma el hongo! Ahora, la tarea es hacer pega con algunos arroces en bajo.

En orden alfabético empezamos a indagar a cuál de todas estas mujeres es a la que más le gustaría oír a un borracho calenturiento que las llama a las 3:50 de la mañana. ¿Andreíta? ¿Cristina? ¿Zulma? Todas contestan con un gargajo atravesado: "¿Arrrgló? Perdón. ¿Aló?".

Uno es tan patán y tan descarado que le pregunta a Andrea: "¿Te desperté?". Ella debería decir: "Qué pena, pero es que yo a esta hora tengo la horrible costumbre de dormir". Pero no es así. Es tan decente, angelical y comprensiva que en vez de tirarnos el teléfono sostiene la llamada. "¿Estabas tomando?" -pregunta, y creemos que como está metida entre la cama es más blandita y fácil de convencer. Por eso, en la mitad de una rascada de brevas le decimos a volumen tierno: "Sí. Estaba tomando, pero solo era un poquito. Lo que pasa es que te llamo porque no he podido dormir de tanto pensar en ti..." ¿Pensar en ti? Pero si uno mismo era el que había jurado hace unos meses frente al tunjo que hay en el logotipo del aguardiente Néctar que esa vieja ya había cumplido su ciclo y que lo mejor era embalsamarla en el olvido. Luego, uno pregunta: "Mi vida, ¿en dónde tienes puesta tu otra manito?". Andrea seguramente dirá que uno solo la llama para aquello y le echa en cara quién fue el que le terminó a quién con esa excusa trillada de "Me siento confundido". Uno pregunta: "Chiqui: ¿tienes gripita?". Y ella dirá: "Yo ya no soy tu Chiqui y no es gripa, lo que pasa es que estoy llorando". Borrachis interruptus. Ahora, nuestras palabras dulces no son suficientes. Lo mejor es colgar mientras fingimos llorar.

Seguimos explorando la agenda y aparece en la "J" de Jefa: Cristina. Quien un poquito molesta, dice que nadie de la oficina la había llamado tan borracho para decirle tantas vulgaridades a tan altas horas de la noche y que el lunes lo espera a uno en el departamento de personal, a primera hora. Lapsus lingüis. Ahora, nuestras palabras picantes no son suficientes. Lo mejor es llorar mientras fingimos colgar.

En cambio, Zulma Jyneth seguramente dirá: "¿Me lo dejaron solito? Véngase para acá y yo le quito esas ganitas". Ante unas palabras tan consoladoras como estas saldríamos de la casa más rápido que la oveja arisca. El problema es que en el barrio de ella viven Alí Babá y los 40 ladrones. Y si el sector es como medio peligroso después de las 7:00 de la noche, a esta hora al que podrían dejar como papa en tendedor es a otro. Saquis de culis. El policía regañón que todos llevamos por dentro aconseja que la descartemos por ubicación geográfica y que antes de colgar no se nos olvide recordarle que ella es una grandísima ñera.

No se han inventado todavía un caldo de costilla, un litro de agua con hielo, una carne asada con arepa y gaseosa, una fritanga grasosa, ni tampoco una cerveza helada que le quite a uno el peor de todos los guayabos: El ‘telefónico‘, que viene con una nariz de payaso para ponérsela desde el domingo hasta el otro viernes.

Juramos nunca más volver a tomar, pero al siguiente fin de semana es necesario beber, beber y beber porque en el fondo todos sabemos que es más difícil mostrarnos como realmente somos, a palo seco.