9 de marzo de 2005

Odio a Cali

Por: Álvaro Bejarano - Edición: 60
| Foto: Álvaro Bejarano - Edición: 60

Los odios y las repugnancias nunca son gratuitos y muchísimo menos para los caleños que, por influencia del magnífico cronista finesecular Alfonso Bonilla Aragón (Bonar), arrastramos una enfermiza fijación edípica respecto a Cali de donde derivan todos nuestros fastidios.

La primera cosa es que en Cali se da un tipo humano reluctante por pertinaz y hazañoso sin anclaje en la vida, y su única fuerza estriba en creerse el ombligo del mundo, y vive de la convicción de que orina agua de colonia, cuando en rigor su excrecencia son puros y físicos miados.

Con la mayoría de las mujeres -en particular las de la nueva ola o recientes promociones- ellas se creen que Dios las hizo en una vacación para dejarlas inigualables y por eso una cadena de desvirolados pregonan que "las caleñas son las mujeres más bellas del mundo". ¿Tiene algo que hacer la caleña más bella frente a una de las electrizantes modelos de la italiana pasarela de Milán? Ese equívoco concepto de la belleza femenina caleña llevó a una esclarecida dama, cuyo marido tuvo que hacer un viaje a Europa con prolongada estada en París -en donde como era lógico emprendió un affaire con una rutilante dama-, a enviarle un cablegrama a su esposo en donde le preguntaba qué tenían las francesas que no tuviesen las caleñas. El singular y divertido marido le respondió la siguiente perla: "Tienen lo mismo, pero acá".
Una cosa abominable y reluctante es la postura de solemnidad de ciertos personajes de la falsa intelectualidad caleña que creen ser los filósofos de la actualidad o inventores del más audaz sistema de pensamiento de la humanidad. Todo marxólogo a ultranza, posando de Jean Paul Sartre del trópico, le pregunta a uno: "¿Cuál es tu anclaje en la angustia contemporánea?".

Difícilmente existe un simulador de cultura semejante a ciertos caleños que dicen haber leído todos los libros que en el mundo han sido, y existió uno que afirmó haber trasegado analíticamente La fenomenología reivindicatoria de Scheler del profesor Firestone, quien se oponía a todos los escritos del profesor Good Year.
Para rematar, ahora en la explosión de nuevos médicos, en especial de posibles dotados para la medicina estética para acabar de terminar a muchas caleñas, no faltó el galeno a quien le preguntaron en dónde había hecho el año rural y sin siquiera sonrojarse respondió a gritos: "Pues en Nueva York".

Lo peor de Cali es que tiene caleños que se creen caleñas estrenando culos y tetas desafiantes.

Llegado a este punto se presenta un reto, porque con la susceptibilidad y la carencia de humor de los caleños, a la menor alusión explotan rabiosamente hasta el desafío o la provocación persecutoria, pues no impunemente algunos son parientes en línea directa de las deidades. Pero atrevámonos: por ejemplo, gran parte de la caduca dirigencia caleña deposita su orgullo en haber construido y mantener como símbolo La Ermita, a la que promocionan por todos los medios y con absurdos literarios, cuando se trata de un bodrio arquitectónico en cemento. Óigase bien: en cemento. Las gentes que promovieron su construcción en los inicios del siglo XX miraron, y quizás vieron, la Catedral de Colonia en Alemania y resolvieron trasladarla a Cali, pero en cemento, como ya se dijo, y rompieron las barreras de la estolidez y por eso no pocos la detestamos y nos sumamos al ingenio que dijo que en La Ermita uno no puede confesarse por creyente que sea hasta que quienes promovieron y lograron su construcción no se arrepientan en público -y ojalá demoliéndola- de la atrocidad que hicieron contra la estética.

Los culos sublimes de hoy recalan en estruendosos apartamentos, en especial de la mafia, o en cómodos moteles. Hay tantos que uno dizque se llama Motel Mónica Lewinski, y lo deja a uno con la boca abierta. Y hablando de moteles, hay uno estupendo a cuya invitación al disfrute el profeta Hernán Nicholls, recurriendo a los clásicos del idioma, le encajó el eslogan "a batallas de amor, campos de plumas".
En cuanto a personajes singulares hay que referirse al ingeniero J.J. Caicedo Pacheco, que ocupó cargos prominentes y que padeció el prurito de saberlo todo, lo que le valió el remoquete de "Mi Dios en rústica". Conocía desde arameo hasta haberle iluminado a Einstein la teoría atómica, no sin antes haber hecho escala en la filosofía tomista y haber corregido a Spinoza y orientado a los existencialistas. Además es el padre de la física cuántica.

En equívocos personajes reposa dizque la gran tradición sociocultural de la desvencijada Cali de hoy, fruto de remotas perversiones que resplandecen, como mafia criminal, corrupción rampante, políticos venales y el desfile de tetas y culos inflados sigue con el sofisma de tener las mujeres más bellas del mundo y haber llegado al extremo de decir un poseso que "en Cali a las feas las matamos chiquitas".
Las anteriores apenas son algunas pocas de las razones por las que hay que odiar a mi ciudad, pero debo advertir que finalmente se presentó algo que por su buen humor debe quedar consignado en esta diatriba del alma. Por las calles de Cali suele desfilar una muchachona curvilínea y desafiante, que es el resultado de cinco cirugías o liposucciones pagadas a los desprendidos galenos, a quienes los mecenas han entregado algunos bienes de criminal procedencia, y a la que un cáustico humor bautizó "la extinción de dominio", al paso que añadía: "A esta la única intervención que le falta es la de la Fiscalía General".

Creo que circunstancias como estas hacen más que aborrecible a cualquier ciudad, incluso a la que presume falsamente de tener las mujeres más bellas del mundo y a algunos de los maricas más categóricos de este planeta -y quizás de otros-, y hay algunos que están en hibernación esperando que las jerarquías religiosas otorguen el visto bueno, lo que no será antes de que se hayan consumado todas las uniones entre ellos.