17 de noviembre de 2009

A manera de introducción

Por: Ricardo Silva Romero
| Foto: Ricardo Silva Romero

He sido invitado a hablar en un foro sobre los problemas de Colombia. El auditorio está, según lo optimista que uno sea, medio vacío o medio lleno. De pronto porque es la una de la tarde. De pronto porque todo sucede en una ciudad de tierra caliente. El caso es que he hecho una presentación decorosa, como si esto no fuera sudor sino una forma muy personal de llevar la camiseta, en la que he dicho lo obvio: que el país no será viable hasta que no se reparta el territorio de manera justa; hasta que las minorías dejen de ser un estorbo; hasta que la clase dirigente se niegue a creer en leyes por encima de la ley. Y todo va bien, los que no se abanican, cabecean, hasta que comienzan las preguntas. Y, después de darles la palabra a los sabihondos de siempre, todos me empiezan a decir que "yo no sé qué es lo que tú quieres", "todo acá está de maravilla", "acá vamos muy bien".

Y entonces yo, que siempre hago lo mejor que puedo para no perder la cabeza, pierdo la cabeza. Y digo "¡no, no y no!: este país, tal como está, es inviable". ¿Por qué? Porque nada se puede esperar de un país al que le guste su presidente. Porque ay, qué orgullosos nos sentimos de ser colombianos. Porque la canción nacional es El camino de la vida. Porque todo el mundo se siente vallenato. Porque a la gente la pone nostálgica la música que hizo Shakira en los noventa. Porque Shakira sigue siendo la misma a pesar de tener una fortaleza en las Bahamas. Porque no hay en el resto del continente estrellas de pop más culas, más peligrosas, más inútiles, que las que tenemos aquí. Porque nuestra nostalgia no será del todo posible hasta que no se acabe Sábados felices. Porque la silicona triunfó. Porque Sara Corrales encarna, donde todavía tiene carne, a la mujer berraca echada pa delante que no se deja, mijito, es de nadie. Porque los hijos del presidente, que se niegan, hombre, a vivir afuera, encarnan a los jóvenes emprendedores. Porque comenzamos Navidad en septiembre. Porque simulamos la nieve en los centros comerciales. Porque un venezolano ganó la vuelta a Colombia. Porque a las películas colombianas hay que hacerles la misma fuerza que se le hace a la Selección Colombia. Porque nuestros equipos de fútbol de mayores dependen, para clasificar a alguna parte, de que Bolivia le saque el partido a Brasil de visitante. Porque hay comerciales flotantes en las transmisiones de los partidos. Porque el narrador grita, en los momentos muertos de la confrontación, "¡guerrillero: desmovilízate!". Porque, para estar a la moda, y, por qué no, perderse en el mundo de los cafés internet, el camuflado del uniforme del ejército ahora es pixelado. Porque no somos capaces de prestar el estadio de la capital para un concierto de U2. Porque todo el mundo cree que puede dedicarse a la actuación, Dios mío, pero el único actor tratado con justicia es el liso Rodrigo Rivera. Porque cualquier discusión, desde "¿Dios existe?" hasta "¿está de acuerdo con la pena de muerte?", termina con la frase "pero si no es Uribe, ¿quién?". Porque nadie renuncia, ni los ministros con hermanos en la cárcel, ni los ministros que cohechan, ni los ministros que llevan siete años haciendo reír a los colombianos, porque pa qué. Porque, cada vez que se revela un escándalo, el gobierno responde "sí, ¿y qué?". Porque Édgar Perea es el embajador en Sudáfrica: no, no es un sueño. Porque el embajador anterior fue Carlos Moreno de Caro. Porque Noemí Sanín está de vuelta. Porque nuestro espíritu de lucha se reduce a estallar en el estatus de Facebook: "Umberto is tired of being fucked by this goverment", "Mónica is emputada por la masacre del otro día", "Juan is cansado de la corrupción que crea charcos lodosos de sangre pero feliz porque se va pa la finquita".

Y ya. La poca gente que quedaba se ha ido yendo a una parranda que ha empezado afuera. El hombre que queda dice "¿tú sabes cómo puedo escribirle yo al negro Perea?". Y yo, agotado, solo atino a pensar: "Qué rabia les va a dar este especial".