30 de diciembre de 2013

Entretenimiento

Boris Candela, el indigente que sapeó al Bolillo

El indigente que destapó el escándalo del Bolillo Gómez y su amante cuenta, en exclusiva, lo que pasó esa noche.

Por: Diego Rubio

Le pido que me muestre la cédula. No puedo creer ese nombre, Boris Candela, parece sacado de un cartel de la Fania All-Stars. “¿Cédula? —me responde entre carcajadas exageradas—. Yo nunca he tenido de eso. Como les digo a los policías: métanse a YouTube, métanse a Facebook, ahí está mi verdadera identidad, yo soy famosooo”.

Lo es, en efecto. O por lo menos ha sabido explotar unos 15 minutos de fama muy jugosos: miles de cibernautas han convertido frases como “Boris Candela para alcalde” o “Boris Candela es el gran colombiano” en lugares comunes; el video Porque los héroes sí existen !!! Boris Candela tiene más de 40.000 reproducciones en YouTube —casi el doble que un compilado de los goles de Falcao en las eliminatorias— y una página de Facebook a su nombre, con más de 300 “Me gusta”, se alimenta a diario con mensajes que agradecen su existencia.

Boris Candela se empezó a convertir en celebridad el domingo 7 de agosto de 2011 a las 2:00 de la mañana. Una Copa América si acaso aceptable para la selección colombiana de fútbol acababa de terminar y faltaban apenas dos meses para el primer partido de las eliminatorias a Brasil 2014. El entonces técnico nacional, Hernán Darío ‘el Bolillo’ Gómez, parrandeaba en El Bembé, un clásico de la rumba salsera del centro de Bogotá, con una mujer cuya identidad todavía es un misterio. Solo se sabe que no era su esposa. Y fue a la salida del bailadero que el negro, dedicado a cuidar carros, vender incienso y conseguir taxis para los clientes del lugar, pescó al entrenador pegándole a su pareja.

—Me gritaban: “Boris, Boris, mirá cómo le casca” —cuenta, mientras corre de un lado a otro por el lugar de los hechos—. Cuando fui a hacer algo, ya un parcero mío tenía al man apergollado contra una pared y lo amenazaba con un chuzo. Entonces yo voy, y el Bolillo me dice: “¿Con vos también, negro?”, y yo ya le voy a responder, cuando me doy cuenta… “¡Mirá, ese es el técnico de la Selección!”, le digo a mi amigo, y lo suelta.

Boris Candela se tira al piso, se sube a un muro de un metro de alto, canta “un clásico en el Pascual…”, se faja un par de pasos de salsa, mira al horizonte, se paraliza durante más de medio minuto y, cuando su público de escoltas, conductores y curiosos empieza a marcharse sin oír el final de la historia, retoma el relato como si nada: sostiene que un grupo de mujeres armadas con tacones puntilla se disponía a linchar al entrenador, que la “moza” permanecía a su lado, que él los sacó a los dos del “mierdero” y que los escoltó hasta la carrera séptima para que cogieran un taxi.

—Entonces el Bolillo me dijo: “Bacano, negro” y me dio 100 lucas. No habían pasado cinco minutos cuando los veo llegar otra vez, que porque a la hembra se le había quedado el bolso. La segunda vez él salió de El Bembé antes que ella, y volvió el mismo taxi a recogerlos, y el man me dio 50 lucas más.

La cifra final cambia con el paso del día. A las 10:00 de la mañana, recién levantado, promete que recibió 100.000 pesos en total. Un par de horas y tres tintos más tarde, 150.000. Y alrededor de las 4:00 ya habla de 200.000. Lo único en que coincide siempre es en que Gómez nunca le pidió que se quedara callado. Y él no lo hizo, por supuesto: el rumor de la golpiza voló hasta los medios de comunicación, un periodista buscó a los dueños del bar, ellos le hablaron de la existencia de un tal Boris Candela y el negro soltó la bomba frente a una cámara de Noticias Caracol.

La presión de comentaristas deportivos, conglomerados feministas y patrocinadores obligó al Bolillo a renunciar a la dirección técnica de la Selección. Luego vendría un paso efímero de Leonel Álvarez por el cargo y, por fin, la contratación de José Pékerman, el DT argentino que encaminó al equipo al Mundial.

—Sí, soy un ídolo, pero sabés que a mí me duele cuando me acuerdo de ese día —dice Boris Candela con los brazos cruzados y el labio inferior estirado, a manera de puchero—. Me duele porque yo tengo un corazón bacanísimo, y el Bolillo fue mi parcero, fue chimba conmigo, reelegante.

Uno está esperando que empiece a llorar, pero no. Pega un salto que le revuelve las rastas, lanza un puñetazo al aire y grita: “¡Qué va! Yo fui el héroe, total, yo fui el que llevó a la Selección al Mundial, el Bolillo no estaba haciendo nada. Y no estaba con un travesti, como dicen, tampoco era Leonel disfrazado de hembra; esa era una mujer, ante los ojos de Dios yo digo que parecía toda una mujerzota”. Como es costumbre en Boris Candela, la desolación le dio paso a la euforia y la euforia, a una veintiuna con un balón imaginario. “¿Cómo me viste ahí? Calidosooo”.

Son las 11:30 de la mañana. ‘El Negrito’, como le dicen sus amigos de la calle, camina frente al Museo Nacional, a una cuadra de El Bembé. Asegura que esa es su zona de influencia. Pasan dos estudiantes. Uno le grita “dame un autógrafo, Boris”; el otro, “a usted le debemos la alegría”. Él sonríe con la boca abierta de par en par, deja en evidencia unas encías sin dientes frontales y, como si le faltara atención, prende un fósforo con las muelas.

—Esa se la aprendí a MacGyver —les dice a los vendedores de chicles, charmes y cigarrillos menudeados, que no creen lo que acaban de ver—. ¿Te acordás de ese man, de MacGyver? Prendía fósforos así y en severo aguacero; yo lo veía en televisión cuando era niño.



De repente, pierde toda su energía. Se tira al piso, se enrosca como un bebé, aprieta los ojos para contener las lágrimas. Hablar de su infancia apaga a Boris Candela, como él mismo dice en tercera persona. Igual, quiere compartir la historia de su niñez. Es uno de sus temas favoritos: ese y el Bolillo.

Jura que nació en Cali el 12 de abril de 1978, que si los cálculos no le fallan tiene 34 años y que fue bautizado como Óscar Alexánder Candela. Boris era el nombre de su mejor amigo y él lo adoptó hace unos años —quién sabe cuántos— al verse envuelto en un lío que amenazaba su vida. Ahora se hace llamar Óscar Boris Candela.

Dice que nunca conoció a su papá, que tuvo dos hermanos de padres diferentes, Sandra y Deivi David, que Sandra murió hace poco atropellada por un carro; que los primeros pasos los dio en el barrio 12 de Octubre, el mismo del Palomo Usuriaga, que ya le han dicho que se parecen físicamente; que, como el hombre que hizo el gol que nos llevó al Mundial de Italia 90, soñaba desde muy chiquito con ser futbolista, pero del Deportivo Cali.

—Cali es Cali, vos sabés —comenta con un acento valluno arrastrado que hasta ahora no se le había salido—. Ve, yo era rápido, delantero, me gustaban Pelé, Garrincha, Asprilla. Jugaba en la escuela León XIII, allá donde estudié hasta tercero de bachillerato, donde aprendí a leer y a sumar, y me le volaba a mi cucha para jugar, hasta que me la mataron….

A Jenny Patricia Mina la asesinó una ‘amiga’: la agarró a puñaladas cuando Deivi David era un bebé y estaba en sus brazos, asegura Boris Candela. Él acababa de cumplir 13 años y no se entendía bien con su padrastro porque era “vicioso”. ¿Qué hizo entonces? Se fue de la casa y, sorpresa, se entregó a las drogas. Primero aprendió a armar collares, a vender dijes de cobre en forma de hoja de marihuana, a fumar marihuana. Después vino el resto: reciclar, pagar piezas en el centro de Cali, participar en maratones de pepas y bazuco, viajar a Bogotá echando dedo para seguir en las mismas durante 20 años. “Se me ha ido olvidando todo de tanto que he vivido… a cualquiera se le corre el cocooo”.

Todavía se acuerda, sin embargo, de su paso de tres meses por la cárcel La Modelo, después de romper el ventanal de un banco. También del hachazo que le quitó parte de la movilidad de un pulgar y del balazo que le pegó un celador en Cali por robarse una canasta de frutas: le entró por la espalda, le salió por el pecho y le dejó una cicatriz que muestra con orgullo. Y se acuerda, sobre todo, de sus mujeres: de Cindy, que la mataron y que “era muy loca”; de Chara, que se cortó el cuello frente a él, y de Olguita, la actual, con quien termina y vuelve cada tanto desde que se conocieron hace ocho meses en una “olla pitadora”. Con ella ha pasado varias veces por centros de rehabilitación, de los que han tenido que salir por romper las reglas.

El negro interrumpe su relato de repente para zamparse en tres minutos una sopa que le acaban de regalar en el almorzadero San Martín, adonde va todos los días a pedir comida antes y después de mediodía para no molestar a los clientes. Los empleados del restaurante, que le dicen el Chavo del 8 “porque ya es parte de la vecindad”, aseguran que es tranquilo, inofensivo, que lo extrañan si no pasa por sus comidas.

Boris Candela quiere seguir hablando de su vida, pero necesita una siesta después del desayuno tardío. No para de bostezar y de revolcarse sobre las escaleras frente al San Martín. Solo durmió un par de horas la noche anterior, y en un andén frente a El Bembé. Así que sugiere que lo acompañemos al hotel donde suele pasar la noche —y a veces bañarse— cuando tiene un buen día; o sea, cuando consigue más de 80.000 pesos. “Pero toda la plata me la he enrumbado, el viciooo”, reconoce lo evidente, por si tenía planeado preguntarle qué había hecho con tanta plata.

El hotel queda en el barrio Santa Fe, zona de tolerancia, donde ser puta o drogadicto no está mal visto. La noche cuesta entre 15.000 y 25.000 pesos, según el marrano. Mejor: 15.000 si uno llega solo; 25.000 si lo vienen siguiendo un fotógrafo y un periodista de SoHo. Una mujer me cuenta que conoce a Boris Candela desde hace rato, que no es bulloso ni incumplido con el pago y que duerme allá máximo una vez por semana. Las otras noches las pasa con Olga en la calle o en una posada de 3000, donde más de una veintena de personas se hacina en colchonetas y camarotes.

Está tumbado en una cama semidoble de madera, sobre dos cobijas motosas. El cuarto tiene paredes amarillas con manchas negras, como de chimenea. Hay un espejo en el techo, una vieja televisión de 12 pulgadas que no se consigue hace años en tiendas de cadena y una grabadora roja hecha pedazos.

­ —Yo no volví a ver al Bolillo —comenta, como si no oyera que le estoy preguntando cómo es una ‘olla pitadora’ por dentro. Insisto, pero se sigue haciendo el loco—: sabés que después de que yo hablé del Bolillo en televisión a mí me persiguieron unos manes en un carrito negro, unos paisas. De pronto me querían matar, y yo me escondí para no dar visaje. ¿O será que era mi psicología? Yo ya ni sé.

Olga está afuera y Boris Candela quiere arreglar sus problemas con ella. Además tiene sueño y afán, dice. Antes de despedirse, papel higiénico en mano, cuenta que no tiene hijos, pero acepta que a veces le dan ganas de “dejar una pinturita”. En ese momento, una empleada del hotel le pide el número de cédula para registrarlo. Y ‘el Negrito’ responde, entre carcajadas agudas: “Buscame en internet, yo soy Boris Candela, el famosooo —y se pone de pie para bailar salsa—. Es que yo debería ser futbolista o salsero”. Con ese nombre, salsero, y de la Fania.

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