9 de julio de 2008

Opinión

Carta muy amistosa a Carlos Gaviria Díaz

Todavía incrédulo por la entrada de su amigo filósofo al mundo de la política, en esta misiva eduardo escobar reflexiona sobre la izquierda y sus colegas, a quienes llama "mal necesario".

Por: Eduardo Escobar
| Foto: Eduardo Escobar

Mi querido Carlos. Yo te dije cuando comenzabas a ganar ascendiente en el Polo, un ascendiente inesperado para mí en una liga heterogénea de ex secuestradores, ex sindicalistas devotos de Narciso y señoritos de la izquierda exquisita que disfrutan la vanidad de proponer la reforma de todo, y revolviendo el río de las ilusiones mientras ganan barriga, o se llenan la bolsa, que los políticos son gentes difíciles de entender y manejar, demasiado egoístas para ser buenos amigos.

Y te pregunté cómo puede militar un aficionado a la filosofía en un partido político en Colombia, además pegado con babas como todas las agrupaciones de izquierda aquí, donde nunca existieron partidos sino camarillas, gavillas, cuadrillas, (o ligas temporales), sobre todo un filósofo idealista como vos. Eso de los filósofos en el poder no fue más que la alucinación de un viaje platónico de hongos de Eleusis. ¿No te dije? Recuerdo la respuesta. La única manera de hacer política es con la gente como es. Parecido a lo que le escuché una vez a Belisario Betancur: se hace con lo que da la tierra.

La leyenda afirma que Platón acabó en subasta en el mercado de esclavos después de fracasar como político. Nunca fueron buenos, es decir eficaces en la mecánica del poder, para el esfuerzo de la ascensión y para su mantenimiento, más que los espíritus prácticos, sin escrúpulos, que no temen ensuciarse, manosear, ni dejarse manosear. Ningún oficio salvo el ilusionismo exige la perfección en el mentir como la política. Mesas dobladas de trucos, manteles de bolsillos discretos.

La traición es la otra herramienta del arte. Los sentimientos son instrumentados en el antiguo tejemaneje. Entre las mejores historias del intrigante siglo veinte están las de los grandes espías disfrazados de cardenales y de putas sirviendo alguna causa, o ninguna, la de la adrenalina o la codicia. Muchos acabaron extraviados de sí mismos. Las máscaras cobran su salario con la disociación esquizofrénica. Una vez hablamos del amigo común de Medellín, un ex comunista empeorado de compañías en las filas del liberalismo antioqueño que dijo que la razón de la política es ganar. ¿Qué se hizo? Los azares políticos conducen a veces a la oscuridad. Siendo un oficio de apariencia altruista, la política es triste como un vicio.

Maquiavelo bendito dijo por siempre que el político necesita la fuerza del león y la astucia del zorro. La piedad, la generosidad, la integridad, la fidelidad y otras cosas venerables de los libros nobles se vuelven relativas en la lucha por el dominio. La política y el hampa suelen andar cerca. A los hampones les gustan los palacios. Y los políticos jamás olvidan los sótanos donde los incuban. El puñal, el veneno, y la calumnia, desde Macbeth, y Ricardo Tercero, suelen legitimar el ejercicio del poder. Y así será siempre. El político puro no existe. Debe zafarse de sí mismo si quiere adecuarse a las artimañas de esta manipulación del prójimo. El amor por el poder es una pasión temible. Porque es posesivo. Engolosina como las mujeres malas. Lo demás es filosofía. Poetizar con abstracciones.

No desprecio a los políticos, un mal necesario. Nos salvan del aburrimiento en primer lugar y de los riesgos de la libertad. No queda más remedio que coexistir con esa casta mientras el mundo siga siendo un desacierto. Nos hemos acostumbrado a admirar al dominador. Guardamos con asombro la memoria de los más espantosos como Alejandro, Napoleón, Bolívar, Bush o Lenin, arquetípicos de la bestia.

La política como fue siempre. Y mañana será igual. Cambiará cuando los filósofos comiencen a mandar. Es decir, nunca. O hasta que se produzca un salto genético feliz en este chimpancé corrompido que somos, que especializó la malicia en inteligencia, y el talento en oportunismo. El nombre de Kissinger evoca el beso de Judas mientras cantaba: oh, Maestro.

Es temible una actividad en la cual uno es definido por las circunstancias más que por los principios, por sus adversarios, no por sus modelos, por el llamado de la hora aunque deba sacrificar el alma. En la adolescencia, buen ex discípulo de monseñor Builes, merodeé por el directorio laureanista de Medellín cuando quedaba por la Plazuela Zea, nombrada en honor de quien dicen que se robó el primer empréstito. Más tarde por los lados del PC buscando mejores aires. Hedía igual en el directorio que en la célula. Preferí el cinismo nadaísta, las filas de Diógenes el perro. No sé si perdí mi vida: me salvé de otras obligaciones.

Pedirles virtudes a los políticos sobre todo en ciertas coyunturas sombrías de la historia no es responsable. El buen político debe digerir la carroña sin enfermar. No necesita estar confesado. Pero si está bien confesado, mejor. Será más implacable si se siente purificado. El desorden, que además es una hipótesis, se cura con implacabilidad. Lo sabe el más dulce y sabio de los activistas de esa profesión espeluznante.

Poco a poco me convenzo del pecado original. El síntoma en la vida individual son las pesadillas, y en la experiencia social la política. La Historia carece de trama como un cuento de Kafka. Los vicios privados hacen la prosperidad pública, dijo Mandeville. Pero por desgracia toda prosperidad engendra el miedo.

La aspiración a la pureza es algo en lo que deberíamos desconfiar en política. Leí a Maquiavelo con asco. Desde la dedicatoria de su manual, a Lorenzo el Magnífico que ya sabemos la clase de magnífico hideputa que fue, Maquiavelo que no era bobo desliza una ambigüedad entre la falsa modestia y el halago al declarar su obra indigna del destinatario. Indigna, pero imprescindible. Maquiavelo remata con una venia abyecta y una lágrima de autocompasión. Muchos entraron a la política por la puerta de servicio. Y salieron colgados al menos en la sala tediosa de una academia. La mejor forma de envilecer un proyecto político es llevándolo a la práctica.

Carlos: creo que si acaso existe algo como la izquierda, y si no es la derecha mirándose al espejo, lo urgente es hacer balance. Y tomar distancia con la perversión del comunismo que anuló las mejores aspiraciones de cambio con su jesuitismo. El PC está ligado a las peores tragedias de la modernidad. Sus frutos evidentes son la grotesca cárcel burocrática de la URSS ahora en pedazos, Cuba, imitación tropical de la distorsión asiática, y las dictaduras latinoamericanas de milicos, pues atizó una y otra vez los peores instintos de la reacción. El mundo hoy es distinto del de Lenin y Bakunin. La ciencia, la tecnología, nuevos órdenes, nuevos desórdenes, nos arrastran hacia peligros más sutiles. Años ha, critiqué a Gonzalo Arango su voto por la tortuga de la evolución contra el furor revolucionario. Hoy estaría de acuerdo con él. Hay que reinventar el amor y la izquierda. En el mundo de las computadoras, la física cuántica y el principio de incertidumbre.

Perdóname esta reflexión amistosa. Y que te vaya bien con esa gente con la cual a veces pareces incómodo. Queda la posibilidad poética de que la experiencia se contradiga, y la razón se imponga al pragmatismo rastrero para sorprendernos. Un abrazo.

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