13 de septiembre de 2001

Cine

Cine

ALTA FIDELIDAD
Steven Spielberg y Stanley Kubrick se hicieron amigos en los años 80. Durante mucho tiempo discutieron los pormenores artísticos y técnicos de Inteligencia artificial. Se trataba de un argumento de 80 páginas, basado en un extraño cuento de Brian Aldiss, que Kubrick había redactado y corregido mientras filmaba El resplandor, Full Metal Jacket y Ojos bien cerrados. El increíble desarrollo de los efectos especiales les hizo pensar a los dos directores que filmar el argumento sí sería posible, pero la lenta comprensión del relato que iban a contar le demostró a Kubrick, antes de morir, que el director tenía que ser Spielberg. Que él no tenía la sensibilidad que aquella narración exigía. Inteligencia artificial es la película del año por varias razones: porque es una deuda entre genios, porque por fin le da la oportunidad al director de E.T. de filmar la maravillosa historia de Pinocchio, porque nos lleva a un futuro sin alma en donde las máquinas se han tomado el mundo y los seres humanos han perdido la capacidad de sentir a los demás, y porque nos deja ver, una vez más, el talento de Haley Joel Osment y Jude Law. .


Días de venganza
Parece que no se han dado cuenta de que ha pasado la moda. Esas irónicas películas de terror, escritas por Wes Craven y Kevin Williamson y plagadas de jóvenes estrellas de la televisión, se quedaron atrás más rápido de lo que podía pensarse. Ahora deprimen tanto como los copetes Alf de los 80. La tercera parte de Scream, por ejemplo, despertó los bostezos de los fanáticos. La salida de Todavía sé lo que hicieron el verano pasado, sólo contribuyó a que los espectadores, aterrados, imaginaran otra patética continuación titulada Seguro que todavía sé lo que hicieron el verano pasado. Pero insisten. Con Días de venganza recurren a la figura exuberante de Denise Richards y a las sonrisas de dos o tres maniquíes bronceados y cuentan, con tono autoparódico, la historia de un estudiante que es rechazado y humillado en el baile anual del colegio y, diez años después, durante el día de los enamorados, emprende una salvaje venganza contra todas las mujeres que esa noche se rieron en su cara.
Sí, no hay personajes, no hay humor, no hay nada. Pronto, muy pronto aburre. Y lo único que queda, lo que sostiene la mirada, es un poco de morbo: la pregunta de ¿cómo, en dónde y con qué asesinará el vengador a la próxima víctima? ¿A cuál? Dará lo mismo.

Tinta roja
Comienza muy bien: Alfonso, un tímido estudiante de Periodismo que aspira a convertirse en escritor, entra a hacer las prácticas en la sección judicial de un diario vespertino llamado El clamor. Y sí, avanza bien: Faundez, el editor de esas páginas, que es famoso por su cinismo y un par de secretos, se convierte, poco a poco, en su maestro. Le demuestra la inutilidad de todo lo que le habían enseñado en la universidad, le abre los ojos sobre las mujeres, el dolor y la escritura y lo deja entrar en el triste enredo de su vida. Termina mal, muy mal, pero conviene verla para decepcionarse por culpa de la larga resolución de la historia y no de la reseña de SoHo. Sobre la base de la novela de Alberto Fuget, Francisco Lombardi, el más prestigioso director peruano, ha filmado una película llena de personajes atractivos que se convierten en caricaturas de sí mismos. Los estudiantes de Comunicación Social la disfrutarán enormemente, pero al final, cuando descubran que la anécdota gira demasiado sobre sí misma, y que las frases y los caracteres que antes divertían empiezan a irritar, pedirán tiempo junto con los demás espectadores.

27 besos perdidos
Sybille tiene 14 años y está enamorada, profundamente enamorada, de Alexander, un viudo de 41 años que tiene un hijo llamado Mickey. La niña ha llegado con su tía a Kranie, en Rusia, a pasar el verano, y ha jurado que hará dos cosas antes de que llegue el otoño: conquistar a Alexander y darle a Mickey los 100 besos que le ha pedido. Enamorar al padre y al hijo. Y probar, por fin, los misterios del sexo. El verano tiene la culpa: Sybille sólo alcanza a dar 73 besos y ocasiona una tragedia, un marino que llevaba siete años perdido aparece de pronto, un militar se enloquece por culpa de las constantes infidelidades de su esposa, un hombre intenta contener el tamaño de sus partes privadas ensartándose una especie de bozal y una proyección de Emanuelle, un clásico del porno blando, enciende el deseo de los habitantes del pueblito.

27 besos perdidos es una película divertida. Desconcierta, a veces, su desorden. Y aburre, de vez en cuando, la debilidad de los personajes.
Se agradece, todo el tiempo, la actuación de la protagonista y la sensible dirección de su directora.

La estrategia de Luzhin
Luzhin quiere estar en paz, pero su cabeza, que gira y gira sobre las jugadas de ajedrez de su vida, está a punto de llevarlo a un ataque nervioso. Encontrar a Natalia, en el hotel de la villa italiana en donde competirá por el campeonato mundial de ajedrez, es un milagro. Ella lo tranquiliza, lo pone sobre la tierra y está dispuesta a dar la vida por él. Su vida, a partir de ese encuentro, se podrá dividir en tres partes: los primeros años, el ajedrez y el romance con Natalia. Pero no, nada es tan fácil. Marleen Gorris, la directora, que se hizo famosa gracias a Antonia, le tiene preparadas varias sorpresas: el regreso de los fantasmas de su vida, la aparición del enemigo más malo en la historia de los enemigos, la oposición de los padres de Natalia y el descubrimiento de que el ajedrez le hace mucho daño a su salud mental pero que jamás podrá vivir sin practicarlo.

La estrategia de Luzhin, basada en una novela de Vladimir Nabokov, es una de las grandes sorpresas del año. Divierte, inquieta, entristece. Nos deja un par de personajes de antología y varias escenas para la memoria.