15 de abril de 2008

Defensa del vino caliente

Razón tienen los pirómanos: el fuego jamás puede envilecer materia alguna. Al contrario, será siempre un ingrediente de vigor y purificación, una fuente de transformaciones. Necesidad para todas las alquimias.

Por: Pascual Gaviria
Defensa del vino caliente | Foto: Pascual Gaviria

Razón tienen los pirómanos: el fuego jamás puede envilecer materia alguna. Al contrario, será siempre un ingrediente de vigor y purificación, una fuente de transformaciones. Necesidad para todas las alquimias. El vino multiplica sus poderes en presencia del fuego. Algunos acalorados, malquerientes de la preparación, tratan de menjurje al vino caliente y no faltan quienes lo tildan de sopa dulzona o consomé de clavos, vinacho y azúcar. Antes de comenzar con sus propiedades será bueno dar una mirada a su historia como bebedizo medicinal, para que no se diga que el vin chaud es un embeleco de última hora en el trayecto entre el bar y la cocina.

Las recopilaciones de antiguos preparados romanos tienen en los vinos calientes una amplia colección de elixires. La receta del vinomiel dictada por Casiano Baso es la más cercana a los caldos actuales: "Echa miel ática en un pote de barro cocido, ponlo sobre ceniza caliente para que eche fuera la espuma, y añádele, después de que se entibie la miel, por cada sextario de miel cuatro sextario de vino". Las astillas de canela y pimienta también son mencionadas y los beneficios son inocultables: "Es preciso saber que el vinomiel de mosto es flatulento y facilita la digestión". Un tratado español de 1775 para casos de emergencia lo menciona como salvación para los pacientes congelados: "Luego de las frotaciones de rigor coloque a la víctima sobre la cama y administre sudoríficos, como el vino caliente…". Flatos y sudores son beneficios obligados así algunos frunzan el ceño y otras encrucijadas.

Dejemos atrás los provechos y las secuelas de nuestra pócima y hablemos del ambiente que se crea alrededor de sus ingestas. En los países del norte de Europa al pocillo con vino caliente se le conoce como glög, lo toman los cazadores de zorros al pie de sus chimeneas mientras se secan sus botas peludas. Las uvas pasas en el fondo deben sumar un número impar, para satisfacer un capricho de la buena fortuna. En Suiza es cosa de esquiadores y en España sirve como aperitivo de los brindis navideños por venir. Entre nosotros el vino caliente es sobre todo la olla festiva de algunos convites. Los recitales poéticos más concurridos prometen siempre una copa para el final de la lectura. Es obligado que el animador de turno despida la noche con tono solemne y un verso de Hölderlin: "Por eso los poetas cantan al dios del vino con solemnidad y no resuena fútil su alabanza para el antiguo dios". El vino humeante y turbio es preciso para esa especie de comunión que se desata tras los aplausos. El azúcar en el borde de la copa es un premio extra para los poetas famélicos de la última fila. El vino caliente llama a la profundidad mientras la sangría aviva la cháchara al pie de las piscinas. El uno sirve como fermento de inspiraciones y la otra es apenas un salpicón festivo y burdo. Si de sabores hablamos hay que decir que la copa empañada tendrá siempre un antídoto contra la realidad que entregan los vinos de la caja. La canela, la piel de naranja, el azúcar y alguna otra improvisación poética sirven para que el paladar se esfuerce en encontrar al supuesto vino en medio de ese pequeño enigma en una copa. El vino al clima, simple y llano, es un verdadero atentado de sosería e insipidez frente a la magia del vino caliente.

El preparado no solo tiene afinidades poéticas. También sirve para reunir una buena muestra de atuendos típicos para las noches frías. Las lámparas de guadua alumbran las baldosas del Carmen de Viboral y los comensales se arremolinan frente a la olla de barro raquireña, un cucharón de madera chocoana sirve de cuenco universal, y los poetas o los asistentes al cine club tiran las bufandas a la espalda de sus sacos de lana tejidos en Nobsa. Atrás suena la música de algún hermano latinoamericano. Porque el vino caliente tiene aires autóctonos y llama al orgullo regional. A diferencia de otros alcoholes extranjeros, savia para esnobs e imperialistas, el vino caliente se ha convertido en preparación criolla. Se puede acompañar con empanadas y rematar con un aguardiente de hierbas y otras hierbas. He dicho que el vino caliente alienta a los poetas, pero me he olvidado de las consignas y las predicciones. Las reivindicaciones terrenales sobre los muros y los arcanos del esoterismo son temas alrededor de las marmitas vinícolas. La maza sin cantera y El unicornio azul sirven como ars poética de las frías veladas de los compañeros del vino caliente. Para el remate será bueno mencionar un pequeño inconveniente en la preparación del magnífico vino al fuego. Casi siempre lo dejan hervir, por simple amor a las burbujas, con lo que el alcohol se esfuma y lo que se sirve es apenas un ponche inofensivo y sospechoso.