12 de septiembre de 2008

DEUDA PENDIENTE (1)

La Cartagena perfecta que invita a la rumba, el sol y la playa es la que muchos conocemos. Efraim Medina nos habla de la otra cara de una ciudad que arrastra con un lastre que se forjó hace varios siglos.

Por: Efraim Medina Reyes
| Foto: Efraim Medina Reyes


En Colombia la miseria ha sido y es una política de Estado; quienes no estén de acuerdo deberían dar un paseo por esos barrios marginales de Cartagena donde el tiempo parece haberse detenido; al igual que sus antepasados, los más de un millón doscientos mil habitantes de esta ciudad han nacido y crecido en la miseria convencidos que ése es su destino histórico y no tienen más opción que resignarse.
 
Algunos textos, como una excelente crónica de Andrés Wiesner que leí hace poco, describen parte de esa cruda realidad, pero para entender el origen de todo esto habría que situarse entre los siglos XVI y XIX cuando Cartagena fue el principal mercado de esclavos de la América hispánica; fueron los esclavos quienes construyeron con sudor y sangre el imponente muro que la rodea (ideado por los españoles para defenderla de los piratas) y las más importantes edificaciones de la época que en 1984 sirvieron para que la ciudad fuera declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por parte de la UNESCO consolidándose así como un referente turístico internacional.
 
El comercio de personas es uno de los episodios más crueles y vergonzosos de la historia humana, tanto más cruel y vergonzoso si consideramos que es una deuda pendiente. La riqueza que todavía disfrutan muchas familias en Colombia y Europa proviene de ese comercio. Con la liberación de los esclavos en 1852 no se puso fin al crimen, por el contrario, allí empezó otro modelo de infamia ya que no hubo un resarcimiento por la salvaje explotación a que habían sido sometidos. Se les liberó sin pagarles al menos un porcentaje de toda la riqueza que habían creado para sus verdugos, de esta forma se les negaba la oportunidad de iniciar una vida digna condenándolos, a ellos y sus descendientes, a sobrevivir en los pantanos o trabajar al servicio de sus antiguos dueños casi en la mismas condiciones de antes de ser liberados. Partiendo de esa premisa histórica es apenas lógico que sean los afrodescendientes, que en Cartagena representan cerca del 40% de la población, quienes vivan en las peores condiciones. Ciudad Inmóvil es la forma como llamo a Cartagena en mis novelas porque allí nada cambia y les puedo dar un terrible ejemplo; en la Colonia un hombre blanco podía comprar por unas pocas monedas a una niña negra para violarla y torturarla. Hoy la novedad del comercio sexual de menores es ofrecer niñas vírgenes de máximo trece años para sus clientes llegados de países europeos como España o Italia. Se estima que en alta temporada más de cinco mil niños son explotados sexualmente en Cartagena, un porcentaje de esos niños son infectados de AIDS y otras enfermedades de transmisión sexual. En 1983 se registro el primer caso de AIDS en Colombia y no es una casualidad que haya sido en Cartagena, la enfermedad ha seguido extendiéndose porque los menores una vez infectados y desechados para el turismo no tienen otra opción que hundirse en la espiral de la prostitución local.
 
El turista que visita Cartagena y, protegido por los guardias de su hotel, se broncea en la playa y luego recorre el centro histórico o da un paseo por las maravillosas Islas del Rosario, casi todas de propietarios privados, pensará que está en el Paraíso, pero le bastaría dejar el muro protector y alejarse sólo cinco kilómetros para entender que ese Paraíso no es más que una frágil máscara que cubre el peor de los infiernos.