17 de marzo de 2004

El dolor de El Cigala

SoHo habló con el cantaor flamenco que ha vendido cientos de miles de copias de su álbum junto al pianista cubano Bebo Valdés y que se presenta en Colombia con Chavela Vargas.

Por: Andrés Felipe Solano

Cigala: Crustáceo marino, de color claro y caparazón duro. Se diferencia de la langosta en que los tres primeros pares de patas terminan en pinza, y el primero es más fuerte, grande y largo que los otros. Al cocer se transforma en colores blancos rojizos. Es comestible; marisco muy apreciado por la finura de su carne.
Este Cigala, el Diego, es de color más oscuro, color gitano, no proviene del mar y aun así su carne y su cante son igual de apetecidos. Descendiente de la misma fauna flamenca a la que pertenecieron cantaores como Camarón de la Isla y Manolo Caracol. Salió de El Rastro, un barrio del centro de Madrid que le debe su nombre a la huella de sangre dejada por las reses que sacaban del matadero ubicado antiguamente en esa zona. Su coraza, en efecto, es dura pero tiene un corazón sufrido que solo muestra cuando sale a cantar. Un corazón modelo 1968 que ha sacado adelante cinco discos, que casi deja de funcionar por haber abusado de las noches y que puso del todo en los boleros que grabó con el pianista cubano Bebo Valdés (el álbum Lágrimas negras). Lo dejará ver pronto en Bogotá, junto al de Chavela Vargas, una mujer que ha hecho del dolor una escuela. Por ahora lo enseña un poco en esta charla:

Una noche, en Sevilla, su vida y su carrera dieron un vuelco total. ¿Recuerda qué pasó esa noche?
Venía de Málaga, me había ido de fiesta un día antes y cuando fui a cantar no me salió. Entonces me metí en el camerino, me pregunté qué pasaba y recibí una lección magistral. Tuve que estar frente a un espejo llorando para decir hasta aquí van las noches flamencas, las salidas nocturnas, la juerga. Recuerdo que al día siguiente la prensa salió diciendo "Tardarán muchos años para que El Cigala vuelva a cantar en Sevilla". Pero me sobrepuse y al año me presenté en el mismo teatro y lo puse boca abajo. Desde entonces me alejé de Madrid y vivo en la Sierra. Llevo cinco años aquí, con mis águilas, mis caballos y mis toros.

¿Qué significó dejar la ciudad para refugiarse en las montañas?
Ha significado el ciento por ciento de mi éxito. La clave absoluta y rotunda ha sido vivir apartado de todo lo vano. Si hubiese seguido en Madrid habría seguido viviendo de noche. En cambio aquí en la Sierra estoy con mi trabajo y sobre todo cuidándome. Además ahora no aguanto mucho las multitudes y si vieras donde estoy ahora mismo, en medio de las montañas, entenderías por qué no valía la pena malgastar mi arte. Estar muy tranquilo es lo único que me va.

¿Cómo era una de esas noches de juerga por las que casi pierde el rumbo?
Increíbles. A veces no eran noches sino días de ronda bebiendo con los flamencos, dos o tres. Otras veces con 24 horas de fiesta era suficiente para que acabaras destrozado. Viviendo y viajando así era imposible mantenerse y llegar a algo. Hasta que esto no se comprende pasan años en los que uno es intemperante y uno jode y comete errores pero debe llegar un momento clave como el que me llegó en Sevilla.

Además del soporte de sus amigos y de Amparo, su mujer, las películas también le ayudaron a enderezar su vida. ¿Qué veía por esos días?
Vi películas muy fuertes como El precio del poder (Cara cortada) con Al Pacino, la saga de El padrino y Uno de los nuestros (Buenos muchachos). Películas que me mostraban hasta dónde un hombre puede caer. Tengo una colección de más de mil y ahora que estoy sano sigo viendo mucho de ese cine. También escucho música clásica. Ahora mismo ando con el Réquiem de Mozart porque queremos tomar algunas cositas que nos gustan para El evangelio según San Mateo, que estreno en Colombia.

¿Cree que para cantar flamenco se necesita una cuota grande de dolor?
Sí, hay que haber sufrido.
¿Y de dónde le nace ese dolor al Cigala?
De pasar fatigas. Aunque he tenido una infancia bonita, montando bici y jugando fútbol en El Rastro, a los doce años ya viajaba solo y como lo que me gusta es cantar pues desde ese tiempo lo pago a cualquier costo. Me daba igual si tenía que volar 24 horas seguidas, como cuando fui al Japón. Lo mismo que cuando me iba a cantar a los canasteros, a la calle Barbieri. Aparcaba mi bici, le ponía la cadenita y me metía a escondidas. Me acuerdo que cuando llegaba la policía me tenían que guardar detrás del mostrador. Tenía como diez años y ya sabía lo que eran los problemas pero no me quejo. Ha sido algo valioso en mi vida porque si no hubiese pasado así, ¿de dónde crees que sacaría la información mi corazón para cantar?

¿Todavía visita El Rastro? ¿Todavía juega fútbol con sus amigos?
Sí, cada vez que voy a Madrid me paso por allá, me tomo unas cañas pero no me demoro como antes. Y el fútbol, pues el verano pasado jugamos un partido con Joaquín Cortés, Antonio Carmona, Paco de Lucía, Pepe Habichuela y otros músicos y a la primera carrera resultamos todos tirados en la hierba, con la lengua afuera, buscando agua. Un equipo surrealista.

Su anterior disco, Corren tiempos de alegría, se lo dedicó a la gente que sufre. ¿Lágrimas negras a quién está dirigido?
Corren tiempos iba para la gente que vivía los sufrimientos de la guerra, Lágrimas negras va para los que sufren esas otras guerras entre hombres y mujeres, la gente a la que le duele el amor.

¿Y en aquella guerra cómo le ha ido al Cigala?
Creo que tengo una mujer que enderezó mi vida, que estuvo cuando pensé en tirar la toalla, que no me dejó dar por vencido. Hoy no voy a cantar a ningún lado sin ella. Se llama Amparo y es mi amparo.

Pero debió tener horas en que el desamor lo golpeaba. ¿Cómo salía a flote?
Sí, claro que tuve. En esas noches me sobreponía reventándome la garganta con canciones y bebiendo, fumándome un porro. Ahora pago todo con mi cante de verdad. Pago con música, sin espejismos ni alicientes de otro tipo.

¿Recuerda la última canción con la que lloró?
Sí, perfectamente. Fue con Que venga el alba, una canción de Camarón que aparece en Cositas buenas, el último disco de Paco de Lucía. Recuerdo que estaba con el maestro Paco grabando y en un momento me dijo: Diego, parece que Camarón ha bajado del cielo, se ha metido en la cabina, ha grabado, se ha tomado un café y se ha ido otra vez. A mí me salieron ríos de lágrimas. Como usted sabe, Paco lo tiene en la mente las 24 horas. Con su muerte se le fue un pedazo del alma, se le fue parte del aire.

Muchos no entendieron el disco Leyenda del tiempo de Camarón e incluso algunos lo odiaron. ¿Está preparado para enfrentarse a una situación similar?
Ninguno entendió a Camarón. Los gitanos iban a cambiar el disco en las tiendas, a decir que se había vuelto loco, lo cierto es que estaba adelantado años luz. A mí me pasó algo similar. Con Corren tiempos la gente no entendía por qué en un disco flamenco sonaba una trompeta. Incluso ya había algo de lo que sería Lágrimas negras. Con Bebo grabé un bombazo, el bolero Amar y vivir, y todos lo pasaron por alto. Pero esa incomprensión y que las cosas solo las mida el tiempo hacen que uno sea grande, fuerte.

¿Quisiera ver a su hijo parado en un escenario con un trajecito y una camisa blanca como cuando usted era pequeño?
Claro que me gustaría, pero creo que a los niños no se les puede forzar a nada. Él vive desde los tres años metido en un estudio de grabación, conoce a músicos increíbles pero a pesar de todo eso no intento forzarlo porque si dedica a esto quiero que parta de él o si no me sale gallina y no paloma como decimos aquí.

Usted viene de una infancia en la que los lujos no existían ¿Qué valor le da al dinero?
El dinero es como los mocos: vienen unos y vienen otros. El dinero lo utilizo porque por desgracia está en el mundo pero yo le doy el valor justo. Es un medio y ya. Soy igual de feliz cuando me como unas patatas fritas con huevo que cuando me como una langosta. Siempre lo he dicho: vienen unos y vienen otros.

¿Qué le dice el nombre de Chavela Vargas?
Es una genio en todos los sentidos. La conocí en Calle 54, el local de Fernando Trueba en Madrid. Iba a tocar y al salir al escenario la primera persona que vi fue a la señorona Chavela. Me tembló todo. Un mes después la vi en Veracruz y confirmé que es una persona con una de esas grandes noblezas que ya no se ven, con un corazón gigante que no se guarda nada. Hablando de lo musical, lo que hace, hablar cantando es de lo más difícil en el mundo.

¿Y quisiera vivir tantos años como ella, que ya va por los 86?
Por supuesto, firmo ese contrato ahora mismo.

La muerte es un tema muy presente en el flamenco. De hecho una figura muy importante para el mundo gitano, Federico García Lorca, tiene un verso que dice algo así como hay que entrar a la muerte como a una fiesta. ¿Cómo se imagina esa última fiesta?
Evito pensar en eso, no me gusta, maestro. Le temo a la muerte, quizá por la gente que dejaría más que por mí. Y en cuanto a lo otro, lo único que sé es que me quedan tantas fiestas por cantar.