15 de agosto de 2008

El peor cielo del mundo

Por: Juan Pablo Meneses
| Foto: Juan Pablo Meneses

El avión está por despegar. Tras ocho horas de viaje, habremos cruzado África de oeste a este. Desde Senegal a Etiopía. Los motores están encendidos, las azafatas dan instrucciones, y pienso que en pocas horas estaré volando por el corazón africano: la zona del planeta con el mayor número de accidentes aéreos del mundo. Pareciera que no hay mes en el que no se accidente un avión: o porque aterrizó mal en el Congo, o chocó en Sudán al tratar de despegar, o falló el motor cuando cruzaba Nigeria. La industria aeronáutica africana —como la mayoría de las industrias africanas— es pobre, funciona mal y a nadie le importa. Leemos en el diario "100 muertos en Chad por la caída de un avión", y la noticia nos conmueve menos que el informe del tiempo para el día de mañana. En otras palabras, los accidentes aéreos en África ya ni siquiera son noticia, y eso lo recuerdo ahora: arriba de un avión de una aerolínea etíope, a punto de cruzar el peor cielo del mundo.

No le temo a volar. Conozco mucha gente con fobia a los aviones. Sé que, a muchos de ellos, ni siquiera se les ocurriría intentar este cruce africano en una línea aérea desconocida (para ellos). Esta vez no estoy nervioso, pero estoy consciente de que las estadísticas no tienen amigos. Y estadísticamente este vuelo es más peligro que un, digamos, Buenos Aires-Bogotá. Sin embargo, las azafatas de Ethiopian Airlines pasean risueñas y relajadas. Vestidas con traje verde oscuro, reparten almohadas y unos gigantescos audífonos rojos para escuchar música. El avión es grande, pero está casi vacío. El 80 % de los asientos está desocupado, pero no por el temor a volar: en el "continente pobre" los pasajes aéreos son carísimos. Los precios son altos, incluso para los funcionarios de las ONG europeas que ganan en euros. Cruzar África cuesta 1.700 dólares. Sudamérica se atraviesa por 700 dólares. Europa, gracias a las aerolíneas de bajo costo, se puede cruzar por apenas 100 dólares. ¿Será una maniobra de precios para que los africanos no se muevan del continente?

Como siempre, esta mañana Dakar está asoleada. Ahora que comenzamos el despegue, veo la ciudad moverse por la ventanilla. De Senegal vamos a Malí, y luego volaremos sobre Burkina Faso, Benin, Nigeria, Camerún, República Centroafricana, Sudán y Etiopía. Todos, me parece ahora, países donde creo haber leído que hace poco se cayó un avión.

Vamos cada vez más rápido por la pista. A más de 200 kilómetros por hora, fácil. Estamos todos sentados y el interior de la nave rechina. En eso, con el cinturón apretado y los audífonos rojos en la mano, escucho un golpe. Uno fuerte, seco, duro. Un ruido tras el cual, sin disminuir la velocidad, seguimos avanzando, pero ahora la pista parece de tierra. La nave rechina mucho más, demasiado, y pese a ello no bajamos la velocidad y no despegamos de una vez y seguimos en tierra, sobre la pista, a toda marcha hasta que el piloto aprieta el freno con toda su fuerza. Frenamos en seco en la mitad de la pista. Nunca imaginé que un avión podía frenar tan brusco: de ir a toda marcha a cero, en pocos segundos. De estar a punto de volar, a estar detenido a un costado de la pista del aeropuerto africano. Ahora por la ventanilla se ve una pequeña nube de tierra.

Las azafatas primero nos dicen que esperaremos unos minutos, luego piden otros más, y así pasa media hora hasta que el capitán decide que bajemos del avión. Con el equipaje de mano a cuestas, los pocos pasajeros bajamos la escalerilla hasta llegar a la loza, donde está el comandante de la nave: "¡Se metió un pájaro en la turbina!", nos dice, y es cierto, ahí está la turbina toda estropeada. Dakar está llena de pájaros grandes y negros. Después de todo tuvimos suerte, dice el comandante: "Si esto pasa unos segundos después, ya en el aire, capaz que no contamos la historia", comenta, antes de decirnos que este avión ya no sirve, que hay que cambiarle la turbina. Después de unas horas en el aeropuerto, nos mandan a un hotel de Senegal donde terminamos pasando dos días de una espera tensa. Sabiendo, que el día que nos pasen a recoger del hotel, volveremos a intentar cruzar el peor cielo del mundo.