14 de febrero de 2003

Embriagados de fama

detrás de todo gran hombre hay un gran trago. estos son los preferidos de Rimbaud, Hemingway, Churchill, Joyce y otros personajes que se hicieron célebres por lo que tenían en la cabeza y en la copa.

El trago maldito

Es barato, nocivo, verde, tóxico y produce una borrachera parecida a la del opio. Se tomaba mucho en Cataluña y en Francia luego de que la generación de "poetas malditos" como Verlaine, Baudelaire y Rimbaud lo pusieran de moda y, de paso, escribieran bajo sus efectos. Fue prohibido porque era considerado una droga y no una bebida alcohólica. Inmortalizado en El Absintio, el cuadro de Edgar Degas, homenaje a la belle époque y a su borrachera empalagante y alucinógena.

Uvas para Ulises

El irlandés James Joyce, autor de Ulises, vivió la mayor parte de su vida fuera de Irlanda, en Trieste (Italia) y Zurich (Suiza). Como buen dublinés era dado a la bebida y consumía mucho vino como recurso de evasión. Le encantaban los vinos blancos, ordinarios y sin pretensiones. Puso de moda en su época un licor insípido: el modesto Fendant de Sion, un vino suizo que pasó a la historia por su genial consumidor.

El mojito de Hemingway

Premio Nobel de literatura en el 54, amante de Cuba, de España, de los toros, de la fiesta, de las mujeres, del riesgo y de los safaris. Bohemio, gocetas y bebedor, solía frecuentar todas las noches la Bodeguita del Medio y el Floridita, en La Habana vieja. Fue allá donde puso de moda no uno sino dos cocteles: el mojito y el daiquirí. El viejo, el mar y sus cocteles.

Churchill on the rocks

Primer ministro inglés y artífice de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Famoso por ser un heavy drinker que nunca estaba borracho pero sí tipsy. En Londres, durante la guerra, desayunaba en pijama y bata mientras los aviones alemanes bombardeaban la ciudad, y él planeaba la próxima movida heroica leyendo los periódicos y tomando champaña y cognac. No dejó de beber un solo día de su vida.

Martini en la Mesa Redonda

En el hotel Algonquin en Nueva York, sobre la calle 42 abajo de la Quinta Avenida, aún existe uno de los bares más prestigiosos de la ciudad: el Round Table. Allí se reunían los escritores de la legendaria New Yorker para tomar dry martini. Edmund Wilson, el crítico literario y ensayista, lo tomaba por las tardes junto con sus colegas. Fue él, antes que James Bond, quien lanzó a la fama este trago neoyorquino por excelencia.