7 de abril de 2008
Entretenimiento
“El Gimnasio”
Santiago Rivas recoge las banderas de las tradiciones del Gimnasio Campestre y marca los puntos que los diferencia del Moderno. Para él, la gente del Moderno se da aires ilustres que se huelen desde cuadras antes de entrar en su muro de pinos.
Por: Santiago Rivas C, promoción 1999 del Gimnasio CampestreMi apellido me situó desde antes de nacer en el Gimnasio Campestre, colegio en el que ahora trabajo. Fui también profesor del Gimnasio Moderno, de donde salió mi amigo de toda la vida. Este panorama hace estremecer a mis estudiantes, que me consideran culpable de alta traición, pero al tiempo me da un lugar por derecho en esta pelea de marras.
Es increíble la forma en que una rivalidad tan pendeja alcanza semejantes dimensiones: Camisetas con frases humillantes, clásicos de fútbol con salidas apoteósicas y enfrentamientos entre hinchas, consignas ofensivas cantadas por los artistas tropipop de ayer, de hoy y mañana; odios irreconciliables entre niños de cinco años y gente de veintitantos que todavía usa su chaqueta de once para salir de fiesta.
Habida cuenta de todas estas cosas, quiero empezar con una confesión: existen cosas que siempre he envidiado del Moderno. Que entre sus ex alumnos se cuente Klim, por ejemplo; o su ubicación, en un mejor sector de la ciudad. Siendo el Campestre un colegio tan godo, envidiaba también la liberalidad de nuestros contrarios, a quienes dejaban tener el pelo largo y fumar en el colegio, aunque esto ahora solo se reduce a una zona específica.
Pero ¿son estas realmente razones de peso para que la gente del Moderno se dé esos aires ilustres que se huelen desde cuadras antes de entrar en su muro de pinos? La verdad es que hace rato el Moderno dejó de serlo, al punto de ser llamado por sus ex alumnos “El Gimnasio”, en un gesto que siempre he considerado detestable. Alguna vez alguien dijo que no hay nada más conservador que un liberal cachaco, y tenía razón. Hablan de “El Gimnasio” como si fuera la logia masónica a la que van a tomar whisky, sin pensar en que sus alumnos son de la misma cepa de adolescentes que llena todos los colegios de Bogotá, y se rehúsan a creer que el Aguilucho no es más que un anuario, porque juran que debería ocupar un puesto de honor en los anaqueles del Archivo Nacional.
Cuando pienso en las ínfulas de padres de la patria que invaden tan a menudo al Moderno no puedo dejar de pensar en López Michelsen. Tal vez en su figura se resume todo lo que me cae mal de nuestros queridos rivales. Señoritos con ciertos humos a aristocracia (como los Pérez Abolengo amigos de Kiko) que nacieron para presidentes y a quienes la memoria (muy a pesar de los intentos de Klim) nunca terminará de pedirles cuentas por el halo turbio que dejaron a su paso ni por los secretos a gritos que todo el mundo conoce e ignora. Por el contrario, fueron honrados con una columna en un periódico o un púlpito cualquiera desde el cual dar cátedra al país, ya que algo aprenderían dentro de los muros de “El Gimnasio”, libres y de buenas costumbres. Con Ernesto Samper pasa algo parecido. El tiempo de la gente nada que llega, pero a él lo vi pidiendo excusas por TV alguna vez; años después claro, y por algo que todos sabíamos que había pasado, de boca de Pastrana (un niño metiche del San Carlos) que echó el rollo cuando ya nada podía hacerse. Finalmente en este país es más importante ser ex presidente que presidente (tal vez no para Álvaro I), y por eso los ex alumnos del Moderno pontifican y se ufanan con cinismo de su conexión con dos períodos tan infames de la historia del país; como cuando se adjudica un triunfo de Montoya a todo el pueblo colombiano, porque finalmente parece que tenemos el Gimnasio que nos merecemos.
Es ese tonito paternalista con el que nos hablan a veces a los del Campestre sobre cualquier tema y en cualquier institución como si fueran primos inter pares, tal vez porque huyendo de la ciudad y por cosas del urbanismo mi colegio terminó empotrado en un barrio menos céntrico o porque fue fundado 32 años después que el de ellos, olvidando que todos pertenecen a la misma raza, que los godos y los liberales en este país son todos iguales, con sus barrigas agolpándose en las páginas sociales, sus chistes romos de tan usados y los apellidos de siempre. Todos estamos hechos del mismo material de hijos de papi y no hay escudo o logia o himno o ex alumnos que valgan más que otros, si finalmente los dos colegios son igual de endógamos. Eso y nada más me molesta de la gente de “El Gimnasio”: que llevan tratando de salirse de la olla del caldo en el que llevamos hirviendo por años, viviendo de los fósiles del liberalismo y engendrando a los dirigentes del futuro; que siguen sin hablar una gota de inglés, porque seguro eso es para los new rich, sin pensar en la cantidad de embajadas a las que podrían aspirar si se hicieran bilingües.
No siempre son así. Mis amigos del Moderno son buenos tipos, pese a los devaneos uribistas de algunos. Con ellos me divierto jugando fútbol, bebiendo y recordando los estribillos estúpidos que nos cantábamos de un lado a otro, acusándonos de carecer de pirulo o de no tener una buena banda de guerra, menos aún una selección de fútbol decente. Me alegra sinceramente haber superado esa etapa tan infantil. Espero sinceramente que el chisgarabís del Moderno que me haga contraparte no la haya superado, para que mi artículo sea mejor que el de él.
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