30 de septiembre de 2013

Columna

Jorge Alfredo Vargas en el diván

Está chupado. Está en los huesos. Está como una sílfide. Y la pregunta que muchos colombianos se hacen es ¿qué es una sílfide?

Por: Javier Uribe (@elnegrouribe)
| Foto: Luis Carlos Cifuentes

Averígüelo, Vargas. Vargas, Jorge Alfredo, que es quien luce así. El presentador que antes parecía pintando por el maestro Botero, ahora parece pintando por Guayazamín. Demacrado, como está, llegó a mi consultorio, a su sesión semanal, mientras tarareaba una canción que se convirtió en la primera señal de libre asociación del psicoanálisis: Flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones /muere mi cuerpo, mi casa no tengo pasiones / y aunque pretenda ocultar yo te llevo presente aquí en mi mente / aquí en mi mente.

—Sleeve —explicó luego de acomodarse en el diván— es una manga gástrica, me cortaron parte del estómago.

—¿Qué te llevó a eso, Jorge Alfredo?

—Los triglicéridos, el azúcar, la diabetes, la hipertensión, un infarto a la vuelta de la esquina.

—Esa respuesta es para los medios, quiero la verdad...

—Isabel María. Se quejaba de mis ronquidos, de mis antojos de butifarra a medianoche, de que me hiperventilara amarrándome los zapatos, de que fuera uno de esos gorditos que tosen al reír, que sudan al comer y se ofenden con las columnas de la Azcárate.

—Has cambiado tu apariencia externa, pero… ¿y tu yo interno?

—Muy bien. Ingiero porciones pequeñas de comida y ya no tengo que tomar Finigax después de cada comida.

—Me refiero a tu psiquis. Pero, dime, ¿cuándo tomaste la decisión de bajar de peso

—En marzo.

—Hmmm, un año después de la llegada de Luis Carlos Vélez como director del noticiero…

—¿Crees que eso pueda relacionarse con que hayas perdido 27 kilos, pero sigas deprimido?

—Respóndeme algo: ¿qué ocurre cuando uno cambia radicalmente de apariencia externa?

—Que la gente se da cuenta. Que llama la atención.

—Exactamente. La pregunta que surge es: ¿la atención de quién?

—¿De Vélez?

—Dímelo tú, Jorge Alfredo.

—Pues, pasé de relatar en vivo terremotos, atentados, catástrofes naturales, de ser una voz grabada en los oídos de los colombianos como Pacheco o Jorge Barón, a ser el anunciador personal de Luis Carlos Vélez. Que Vélez está, que se fue, que llegó, que vio, que se encuentra, que en directo, que en diferido, que en repetición. Del papa al paro agrario. De los Olímpicos a escribir crónicas del presidente Correa. Que yo hago. Que yo entrevisto. Que yo salgo. Que yo quiero mi programa. Que me maquillen otra vez. ¡No lo aguanto más! Anunciar su nombre me sabe a hierba.

—¿Lo has manifestado? ¿Has exteriorizado tu ira? ¿Sabe Vélez lo que piensas?

—Antes lo insinuaba.

—Muy bien. ¿Cómo?

—Cuando me irritaba —que es casi siempre—, se me ponían rojos los cachetes. Pero ahora, por la cirugía, ya no tengo cachetes.

—¿Y qué lograbas cuando eso ocurría?

—Poco: me nombraron padrino de matrimonio. Tendré que darle un regalo caro porque Velez cree que él es Carlos Vives, y que Siad Char es la Mencha, y que tendrán el matrimonio del año. Y lo será porque a Vélez más que presentarla, le gusta ser la noticia; más que estar en el lugar de la noticia, aprovecha la noticia para estar.

—¿En qué ha afectado eso tu vida?

—No viajo y ya no puedo acumular millas.

—¿Te sientes mal por esta situación?

—Siento que estoy recorriendo el mismo camino de Carlos Julio Guzmán y Jairo Alonso.

—Es preocupante…

—Sí, ellos terminaron muy mal…

—No. Lo preocupante es que si sigues adelgazando, tendrás cuerpo de modelo, y Vélez tendrá una excusa para mandarte de presentador de farándula. No llores.

—Discúlpeme. Pero siento toda mi trayectoria anulada. Desde que Vélez es el director, está en todas partes, me dice qué hacer, es el dueño de mi destino.

—Jorge Alfredo, oye tu propia descripción, hablas de un ser omnipresente, omnicontundente y omnisciente. ¿A quién te recuerda ese ser?

—¿Jose Gaviria?

—Sí. ¿Y a quién más?

—¿Dios?

—¡Exacto! Tu inconsciente ha transformado la imagen de Vélez en un dios. ¿Lo entiendes? Un complejo de Edipo, donde la madre es la teleaudiencia; Vélez, el padre que te quita su amor, y tú, el niño que —con la pérdida de peso— grita que lo miren.

—¿Y qué hago?

—Cree en ti. Sé grande. Sé potente. Eres un adulto, no un crío, óyeme bien, ahora eres un hombre con un falo grande.

—Cierto, redescubrí mi falo tras la cirugía, antes la barriga me impedía verlo.

—¡Vuela, Jorge Alfredo! No necesitas a Vélez. Búscate la vida en la competencia, al fin y al cabo, solo hay dos pinches canales. O vete a la pandilla de Telemundo en Miami. Búscate una corbata en la Autoridad Nacional de Televisión. Asesora a Santos.

—¿A Juan Manuel?

—¿Por qué no? Al final, él también anda por estos días flaco, cansado y sin ilusiones.

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