13 de mayo de 2010

La imagen

Por: Eduardo Arias
| Foto: Eduardo Arias

Han pasado 80 años y 18 mundiales desde que Francia derrotó 4 a 1 a México en el primer partido del Mundial de 1930. Desde entonces se habrán tomado cientos de miles, tal vez millones de fotografías que documentan el evento más apasionante que se celebra en el mundo. ¿Cómo escoger la que mejor define la esencia de la Copa del Mundo?
 
Para comenzar, ¿cuántas fotos habrá visto uno?

Desde aquellas sepias de los primeros mundiales, casi grises de tantas veces haber sido publicadas y vueltas a publicar, hasta las más nuevas, a todo color, tamaño afiche. Tantas imágenes… aquellos árbitros del Mundial del 30 que pitaban con chaqueta y corbata; los saludos fascistas de la selección de Italia, los dos goles de Uruguay que enmudecieron a 200.000 gargantas en el Maracaná; Fritz Walter celebrando entre el barro y la lluvia el milagro alemán de 1954; Pelé a los 17 años de edad, con sus sombreros que desairaban defensas y terminaba con un remate seco al fondo de la red; el 4 a 4 entre Colombia y la URSS… goles, goles de todos los colores, Pelé de cabeza, Rivelino de tiro libre, Müller pescador de área; Edström de volea, Kempes a punta de habilidad y fuerza, Maradona con un pie, con una mano; los tiempos más recientes de Lineker, Stoichkov, Romario, Ronaldo, Klose…

Sin embargo, la imagen que mejor representa la grandeza de los 18 mundiales de fútbol que hasta la fecha se han celebrado no se tomó en el instante decisivo de un partido sino pocos segundos después de que terminara el encuentro entre Brasil e Inglaterra que se jugó en el Estadio Jalisco de Guadalajara, el domingo 7 de junio de 1970.

Esa foto, tan sencilla y anodina en apariencia, es la que mejor muestra (y celebra) el verdadero sentido de un Mundial. Acaba de jugarse el partido más esperado de la fase de octavos de final del Mundial de México, un anticipo de la que, se creía, sería la final de aquel torneo. Y Pelé y Moore sonríen como dos viejos amigos del barrio que acaban de jugar un picado en el parque. Seguramente esta foto no pasaría la primera ronda de un jurado calificador de un concurso. Al fin y al cabo no muestra al goleador que se arrodilla o mira al cielo para agradecerle a Dios; no muestra la acrobacia de un jugador, ni el rostro desfigurado por la euforia del que celebra un gol o por el dolor que sufre el jugador que acaba de recibir un golpe, ni el colorido del hincha que se pinta la cara con la bandera de su país. No inmortaliza el instante en que el capitán del equipo campeón levanta la copa en señal de victoria. Tampoco es el testimonio del llanto desconsolado tras la derrota.

No, tan solo es la foto de un saludo. Un saludo que celebra todo lo grande que puede llegar a ser el campeonato mundial de fútbol. Pelé, el mejor de la historia de los mundiales, con la camiseta de Inglaterra en su mano. Bobby Moore, uno de los mejores defensores de todos los tiempos, con la de Brasil en la suya. Moore podría estar molesto porque en la jugada del gol de Jairzinho, el que decidió el partido, Tostao le puso un codazo en la cara que el árbitro no advirtió. Pero no. Para Moore aquella es una anécdota más del partido, es asunto concluido y felicita al Rey por la excelente exhibición de fútbol que dio su equipo. Pelé y Moore hermanados por el fútbol. Pelé y Moore, hermanos del alma en el corazón de todos los habitantes del planeta Fútbol.