3 de septiembre de 2002

Literatura Comestible

A una hora corta de Bogotá, en Guasca, está Café La Huerta, un sitio en donde aquello de que la comida entra por los ojos salta a la vista. La cocina gira alrededor del horno de leña y, si el apetito es inquieto, hay posibilidad de pasar la noche con la pareja de manteles.

Advertencia: La realización de los platos de Café La Huerta, como el añejamiento del buen vino y la paciente terminación a mano con laca china, son artes que no admiten afanes?. Así lo recibe a uno el Café La Huerta.

Pregunta: ¿Para qué querría entonces alguien manejar hasta salir de Bogotá, si al llegar, muerto de hambre, a su destino, lo recibe semejante advertencia?

Respuesta: Por muchos motivos.

Antes que nada, por la posibilidad de sentirse verdaderamente transportado a otro espacio y tiempo. Basta manejar menos de una hora para que las paredes coloniales, los caballos y el verde lo sumerjan en un sitio que nada tiene que ver con esa Bogotá acelerada y poluta que a veces satura. Porque a esas frases que abren el menú les siguen historias de cómo cada receta llegó a La Huerta. Magníficos detalles que (verdad o mentira) cuentan cómo los langostinos Louangphrabang (al fuego, mezclados con puntas de espárragos sobre espaguetis indochinos y bañados en especias y salsa de queso francés) que usted se va a comer eran los preferidos del Rey de Siam hace medio milenio; historias sobre cómo la gratinada Bacao (guiso típico de la comida créole a base de tomate, pimentón dulce, champiñones y cebolla japonesa) es el legado gastronómico de una misión portuguesa en Timor Oriental. Historias que transforman una comida o un almuerzo en una experiencia diferente y agradable.

Porque mientras llega su plato, ese tiempo que en cualquier otro lugar podría sacarlo de quicio, en la Huerta se convierte en la excusa perfecta para disfrutar del pan de sartén, la hospitalidad desmedida de Richard Morgan (quien insiste en tratar a todo el mundo como alguien de la casa) y un piano man.

Porque más allá del concepto de literatura comestible, la comida compensa la espera con creces. Entradas como la sopa suiza (crema de papa con queso gruyère y tocineta), o platos fuertes como un lomo Bacao, una pechuga Richard (deshuesada, pasada por la plancha candente, luego horneada con gengibre, salsa de manzana vino blanco y brandy español) o un salmón Chartreuse (dorado en aceite de oliva en estufa de leña y bañado en salsa de alcachofa) son verdaderas joyas que usted no encontrará en ningún otro lugar.

Porque, aparte del restaurante funciona allí una posada de tan solo ocho cuartos, con la que hay opción de convertir una comida en un romántico fin de semana. Claro, los desayunos son tan buenos como el almuerzo.
Café la Huerta
Posada, Bar restaurante
Siecha, Guasca, Cundinamarca
Precios:
Entradas: US$3
Plato Fuerte: US$9
Platos recomendados:
Lomo Bacao y Salmón Chartreuse
Hospedaje doble: US$30