10 de diciembre de 2003

Magia

Por: Eduardo Arias

Ver elevarse un jumbo 747 es un espectáculo que nunca se olvida. Es un misterio. Así los ingenieros lo expliquen sin necesidad de salirse de los postulados de la mecánica clásica. Hablan de la forma de las alas, de la sustentación que se forma, del empuje de los motores, del diseño aerodinámico. aún así es magia, algo que sucede como en cámara lenta.
Es la magia de la aviación, que el 17 de diciembre celebra cien años del primer vuelo, el de los hermanos Wright en la playa de Kitty Hawk. Cien años de asombro. Ver pasar aviones, imaginar su destino, seguirlos con la mirada hasta que se pierden detrás de una nube o se los trague el resplandor del atardecer. Cada avión que pasa, cada luz que se aproxima a la pista, cada estela doble de humo blanco que corta en dos el cielo azul de una tarde cualquiera cuentan una historia que nunca conoceremos. ¿Vendrá de Barranquilla? ¿Irá a São Paulo?
Apenas han pasado cien años y el mundo se volvió demasiado distinto gracias al avión. Lo que era el asunto de un puñado de locos que se aventuraban en globos que viajaban a merced del viento y planeadores cuyo destino final era incierto, lo que al principio solo parecía una novedad de feria. Pero aquellos ‘intrépidos hombres en sus máquinas voladoras‘, muchas veces a riesgo de sus propias vidas, lograron en cosa de dos o tres décadas que sus endebles armazones de madera y tela se convirtieran en el medio de transporte más cómodo, rápido y seguro.
Claro, no todo ha sido color de rosa: la catástrofe del zepelín Hindenburg en Lakehurst en 1937, las explosiones en el aire de los Comet a causa de fallas estructurales, el choque de dos jumbos 747 en Tenerife en 1977, secuestros a Cuba en los años 60, los actos terroristas a cargo de militantes palestinos que en 1970 tuvieron en vilo al mundo, los ataques a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Sin hablar del horror fascinante, pero horror al fin y al cabo, de la aviación militar, en especial el sucio oficio de bombardear: Guernica, Rotterdam, Coventry, Dresde, Hiroshima y Nagasaki.
Cuando se repasa una vez más la historia de la aviación queda un cierto sabor amargo. ¿Dónde está ese espíritu de aventura que le daba tanto carisma la aviación? ¿Será que en estos últimos 30 años, en los que volar se ha vuelto sinónimo de fastidiosas colas en los aeropuertos, de aplastante rutina, de aviones que vuelan casi que solos y de combates aéreos que resuelven unos misiles que se disparan a varios kilómetros de distancia, se acabó por completo esa magia que conmocionaba al mundo en tiempos de Santos Dumont, Bleriot, Lindbergh, Herbert Boy, Méndez Rey, Amelia Earhart? ¿No es un poco triste pensar que ahora los aviones solo son noticia cuando se estrellan, los secuestran, los dinamitan en pleno vuelo o los estampan contra un par de rascacielos?
En los años 60 los jets plateados de Avianca eran un motivo de máximo orgullo. En aquel entonces se repetía con absoluta convicción en estas latitudes que los pilotos colombianos eran los mejores del mundo. Ahora ni siquiera queda el Concorde y de Avianca o Summa -o como se llame ahora- mejor ni hablar. ¿A quién le interesa aprender a distinguir un Airbus A300 de un 767 o de un Ilushin 86? Para el 99 por ciento de los pasajeros es algo irrelevante. Volar es, ante todo, un fastidio que comparten cada año con miles de millones de pasajeros que reniegan de los aeropuertos, de la comida que les ofrecen a bordo.
Por suerte quedan pequeños rincones en los que volar todavía es una aventura. La aviación en los Llanos, parapentes, alas delta, ultralivianos y planeadores tal vez no generen titulares de primera plana, pero sí mantienen intacto el espíritu que hermana a Ícaro con Leonardo da Vinci.
Y todavía quedamos un uno por ciento al que nos fascinan los aeropuertos, la comida de avión, la mímica de los sobrecargo que explican las medidas de seguridad; que nos emocionamos todavía cuando la voz del comandante informa que el avión virará sobre Mariquita antes de ingresar a la Sabana de Bogotá.
Eso sí, que lance la primera piedra quien no se haya emocionado al ver pasar sobre su cabeza un avión que acaba de despegar, que lance la primera piedra quien no se haya maravillado al ver aterrizar un jumbo 747.