15 de agosto de 2008

Manifiesto restaurantil

Por: Antonio García Ángel
| Foto: Antonio García Ángel

Me gusta comer por fuera. No gasto casi en ropa ni en trago ni en fiestas. Los pesos que me sobran, cuando sobran, sirven para engrosar mi biblioteca o mi panza, la cual por fortuna aún no refleja lo que soy capaz de engullir. Mi gusto tiene un rango amplio que abarca desde el piqueteadero con perro cojo hasta el restaurante de mesero con pinta ministerial: mientras la comida sea buena, bienvenida sea. Dedico estas observaciones, con todo mi cariño, a mis dos hermanos obesos como Sandy y Papo, que me envidian por flaco y no pierden oportunidad para decirme que estoy hecho una garra y que parezco una lagartija.

1. A mediados de los 90 el sector pizzero se vio golpeado por la masiva y baratísima pizza de carrito, equiparable al perro de salchicha morada y queso costeño o la catburguer con salsas rendidas y vegetales marchitos. De igual manera, la democratización del sushi atenta cada vez más contra su calidad.

2. La comida fusión, salvo contadas y honrosas excepciones, tiende a ser una farsa. Prefiero mil veces una carne asada con chimichurri, aunque sea normalita, que un lomito de chigüiro con salsa de guanábanas, uchuvas y una reducción de sabajón sobre una cama de ñame salteado con mamoncillo y wasabi caramelizado, con un toque de mole poblano. Si este tipo de menjurjes llegan a saber rico, en todo caso serán platos de muy ingrata digestión.

3. En los países civilizados, a la entrada de los restaurantes está exhibida la carta, para que uno sepa a qué atenerse. Acá en Colombia, no. Uno tiene que entrar y sentarse para descubrir lo que sirven. Si de casualidad la carta está llena de platos como el anterior, que además cuestan la mitad del sueldo mensual, ya da pena irse y dejarles el agua servida y la canasta de pan.

4. No hay nada más ofensivo que el almorzadero ejecutivo con ínfulas de restaurante gourmet.

5. Ya dejamos perder para siempre al pintoresco chepito que cobraba a los deudores morosos con su chistera, esmoquin y maletín. Aún estamos a tiempo de preservar al payaso de restaurante y declararlo patrimonio cultural de la nación. Es increíble que se hayan privilegiado esperpentos como la chiva rumbera y el mimo de parque (que para más señas es importado), mientras cada vez hay menos payasos de restaurante en las calles de nuestras ciudades, perifoneando con sus megáfonos rotos las bondades del ejecutivo de cuatro harinas y el jugo de guayaba tibio.

6. El café o la aromática, sin excepciones, no se deberían cobrar.

7. Mientras entre la carne de pato y la de pollo hay una diferencia sustancial, la carne de búfalo se parece demasiado a la de vaca como para que pedirla constituya alguna novedad.

8. Por cada restaurante donde se prepara un bloody mary decente, hay diez donde sabe a aguardiente con salsa de tomate.

9. La salsa Presto, la de Burguer Station, la salsa Charlie‘s, la salsa Randy‘s, Porky‘s, Chandy‘s, Pekueky‘s, etc… invariablemente es blanca y se parece a la tártara.

10. Si el mesero le advierte a uno que el plato "se demora un poquito", va a tardar por lo menos tres cuartos de hora.

11. Si las explicaciones de la carta incluyen adjetivos del tipo "delicioso", "suculento", "exclusivo", "exquisito", etc, es mejor desconfiar.

12. La mayoría de los restaurantes de hotel son malos.

13. Todo plato que cueste más de treinta mil debe dejarlo a uno lleno.

14. Nada más sospechoso que un restaurante de especialidad mixta. Jamás debe ponerse un pie en un restaurante asiático-cubano, ítalo-árabe o franco-japonés. El 99% de las veces, como diría Horacio Serpa, resultan siendo ni chicha ni limonada.

15. Así mismo, es preciso huir de los sitios cuya carta tenga errores de ortografía.

16. Y ni qué decir de aquellos cuyo nombre imita falsamente otro idioma, por ejemplo "Aderezzo" o "Le costegne".

16. Señor propietario: el tecno rumbero y la música trance no son digestivos. Absténgase de ponerlos en su local.

17. Muchas veces el "vino de la casa" es malo.

18. La mandarina no es una fruta exótica como el noni, ni escasa como el mangostino o la guama. ¿Por qué demonios un jugo de mandarina no cuesta lo mismo que un pinche jugo de naranja

, ¿por qué razón llega incluso a costar $6.000 ó $9.000?

19. La mayoría de los restaurantes vegetarianos son desabridos.

20. Nada más apropiado para despertar los instintos trogloditas que un rodizio o un buffet. No es por dármelas, pero mis hermanos y yo, en ambas modalidades, hemos demostrado un talento de talla mundial.

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