10 de enero de 2007

Manual del oficinista colombiano

Está buscando puesto, acaba de entrar a trabajar o puede estar a punto de pensionarse. No importa. Para cualquiera de esos casos le tenemos las recomendaciones necesarias para que se convierta en el perfecto oficinista

Por: por juan francisco arbeláez
| Foto: por juan francisco arbeláez

Me hubiera parecido muy pretencioso y complicado sugerir esta especie de manual del oficinista sin haberlo sido antes. Por eso hoy, que ya he pasado por esas, que me he tenido que enclaustrar por años, de siete y media de la mañana a seis y media de la tarde, en un cubículo con paneles azules y bordes de aluminio, y que solo luego de una especialización pasé a una caseta de paredes de vidrio esmerilado y persianas torcidas; hoy, después de que he tenido que reírme forzadamente de las estupideces que dice el jefe de turno en los almuerzos de fin de mes, y que he presenciado cómo el mismo jefe le arrastra el ala a la más insípida de todas las asistentes para meter lo que sabemos en la nómina; hoy, luego de haber ido a almorzar en patota y caminado de a tres por los andenes, al tiempo que mis compañeros de cuadrilla se van abotonando el saco de siete botones estilo César Augusto Londoño o se van limpiando el empeine de los zapatos contra la pantorrilla del pantalón; hoy, que he pasado por todas esas, me siento en legítima capacidad de hacer un pequeño y limitado protocolo, y de señalar las máximas que hay que tener en cuenta para ser un buen oficinista colombiano. Así que tome nota de estas indicaciones si lo que quiere a conciencia es ser un verdadero soldado de oficina.



Modales, buenas maneras y expresiones apropiadas

Para ser buen oficinista es indispensable saludar y despedirse siempre con plurales, así: "quiubos", "chaos". Las mujeres podrían agregarle el "chicos" y los hombres el "beibis".

Tenga buen cuidado de que cuando le soliciten el número de la cédula lo recite en millones así: "Diecinueve millones, uno siete tres, doscientos treinta y cuatro". Como parte esencial de su personalidad, un buen oficinista debe andar de afán y decir que está "ocupadito" con unos "chicharrones" que le encargó el jefe. Recuerde meterle cariño y hable con diminutivos: "Reinita, hágame el favorcito, me pega una llamadita más tardecito".

Proteja siempre su dignidad. Un oficinista es también un ser humano y no puede permitir humillación alguna. Por eso, adopte la muletilla de "respete para que lo respeten" si es que alguien se quiere sobrepasar con usted.

Si quiere adquirir cierto estatus, incluya en su celular un ring tone con su canción de reggaetón preferida: "Atrévete te te…"?

Presentación personal

La presentación personal es fundamental para el éxito de un oficinista colombiano. Por eso, si usted, apreciado lector, es varón, vístase al menos un día a la semana con un vestido azul medianoche y zapatos color miel. Mientras más miel sea el calzado, más oficinista se es. Al menos una vez por semana procure ponerse una corbata amarilla, ojalá estampada con soles, idéntica a la del uniforme de los agentes comerciales de Aviatur, quienes reflejan el buen gusto de Jean Claude Bessudo.

También para su apariencia, aplíquese gomina o gel, no en el pelo, cómo no, sino en el cabello y proteja los puños de la camisa (preferiblemente marca Retzel y de color pistacho o café con leche), arremangándosela. En caso de no poderlo hacer por motivos de política de la empresa, acuda a unas semimangas de acrílico transparente y broches negros que son muy apropiadas para el efecto.

Si usted es mujer, vístase con pantalones de terlenka negros o "beis" y una camisa de hombre. (Atrás quedaron los blusones de paramecios con cinturones gruesos propios de los años 80).

Al menos dos días a la semana llegue a su escritorio por la mañana con un cepillo enrollado en la capul. Retóquese con el rubor y el lápiz labial que guarda no en la cartera, cómo no, sino en el bolso, pero hágalo en horas de trabajo.

Una cosa importante: haga el favor de no matar la bonita costumbre de secarse el pelo con el secador de manos del baño.

Aplíquese perfume: nunca, cómo no, se lo eche. Del mismo modo, reemplace el verbo "poner" por el verbo "colocar", y corrija a quien no lo diga así, comentando que "las que ponen son las gallinas". En adelante, entonces, diga frases como "se me colocan bravas; se me colocan el saco; se me colocan a trabajar", etc.

Viva de afán, pero de igual manera rebúsquese sus "breics" de cuando en cuando. Durante su tiempo libre, procure tomar tinto y fumar cigarrillo a deshoras en el pasillo donde está la greca. Si es fácil que la pesquen o que la requieran para que vuelva a su lugar, hágalo en la calle, pero siempre teniendo buen cuidado de dejar alguna prenda —puede ser el saco— colgado en la silla de su escritorio para que su jefe crea que usted está en el baño o en la fotocopiadora.

Cuando se es oficinista en la capital, siempre hay que tener o inventarse un pariente que viva en provincia, cosa que cuando a uno le pregunte el jefe si puede venir el sábado a trabajar, uno contesta: "¡No, señor! Es que tengo que ir a Barbosa a ver a mi tía que está maluca y como que va estirar la pata la viejita".



Decoración del lugar de trabajo

Tenga en cuenta que el equipo de cómputo de todo un oficinista cuenta con un protector de pantalla de Fotogrey (acrílico que se ennegrece con el sol, como las gafas del Presidente). Ese protector funciona de manera inexplicable con un cablecito en espiral estilo teléfono que se conecta con una pinza en alguna parte de la carcasa del monitor para "hacer masa".

Coloque como fondo de pantalla del computador la foto de su bebé recién nacido. Si no tiene hijos, no importa. Consiga escanear la foto aunque sea de un sobrino: un criaturito al que solo se le ve la cabeza y que está envuelto en una manta estampada con un tigre. La foto debe haber sido tomada solo unos minutos después del parto y el nené debe aparecer con los ojos hinchados y morados, muy peludo y aún cubierto de esa grasa amarilla.

Si no quiere desentonar, tenga un cactus encima del computador entre una materita verde. No ha sido probado científicamente aún, pero parece que eso sirve para absorber las malas energías.

Sea creativo en lo que a decoración se refiere. Acompañe el cactus con una artesanía de ladrillo, un carrito miniatura con un búho como chofer que exclama: "¡Eres fantástica!". La artesanía es fácil de conseguir en la calle y está elaborada generalmente por un ex drogadicto de la calle del cartucho ante cuyo sermón conmovedor sucumbe todo el que esté tomándose un café en una terraza.

Sea cuidadoso con sus cosas. No permita que se deterioren. Coloque sobre la mesa del escritorio un vidrio y para que no se corra, fíjelo con cuatro bolitas de plastilina azul en las puntas. Esa plastilina puede ser la misma que se usa para borrar los errores en las máquinas de escribir.

Debajo del vidrio no pueden faltar las fotos de todo su árbol genealógico ni algunas fotocopias que insten a los buenos modales: "Qué fácil es decir: Buenos días, hágame el favor, Gracias, tenga la bondad, etc.", o frases célebres que estimulen cualquier vida miserable: "La felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace".

Tenga siempre como centinela la foto del niño en un marco hecho por el mismo niño en su clase de trabajo manual para el Día del Padre o de la Madre. No deje que le falte el mug con foto escaneada de toda la familia en Villeta, y relleno con esferos promocionales de bancos o fondos de pensiones.

Para seguir con la decoración del escritorio, todo oficinista debe tener un corcho en el que esté clavado un resumen con los números de extensiones de todo el personal; la foto de algún viaje de trabajo a tierra caliente en el que se le ven chapeados los cachetes y rojos los brazos como un camarón, circunstancias que delatan que hizo de todo menos trabajar.

No sea impertinente con sus compañeros y complazca a todo el mundo. No coloque su música. Sintonice siempre la cadena Melodía para enaltecer el ambiente de trabajo.

Las comidas (llámelos "los golpes") y las horas de alimentación

En caso de vacas flacas, lleve el almuerzo desde la casa en unos receptáculos cilíndricos de color negro que se pueden colgar como una cartera.

Si la quincena fue hace poco y está en época de abundancia, salga a almorzar con sus "compas". Sea elegante y práctico: cuide bien en meterse la corbata en el bolsillo del pecho de la camisa para no ensuciarla mientras ataca el plato. Otra forma dictada por Carreño en su Manual de Urbanidad es abrirse dos botones de la camisa e introducir por ahí la corbata, entre la franela y la camisa.

De regreso del restaurante a la oficina, camine por el andén con sus compañeros de a tres en tres; consiga que usted, o alguno de ellos, se vaya apuntando el saco al compás de la caminata, y, en caso de tener que atravesar la calle, hágalo haciendo recocha. Si un carro está a punto de atropellarlo, procure tener un acceso de risa y taparse la boca con las manos para contenerlo. Si alguien le pregunta qué le pasa, exclame: "¡Es que me río de Janeiro!"; si la risa es de un compañero y no suya, haga un apunte tipo: "A Jairo le dio la risaralda".

Para distinguirse de cualquier otro transeúnte, como buen oficinista acostúmbrese a portar el carné de la empresa amarrado al cinto en un portacarnés con hilo retráctil.

No llegue tarde después de almuerzo. En caso de regaño y de ser mujer, recuerde que mientras le llaman la atención, toda oficinista baja la cabeza y no mira a la cara, sino que se mira las uñas y se pone a rasguñar la pared. Del mismo modo, si está hablando por teléfono, rasguñe el vidrio del escritorio o pinte la huella de sus manos con el borrador del lápiz.

No olvide que después de almuerzo debe llegar al escritorio, dejar el saco e inmediatamente salir para el baño con el cepillo entre los dientes diciendo: "¿Ñién mge lejala Molgate?" Tranquilo: no importa que haya un ejecutivo muy importante haciendo antesala. Como buen oficinista, tómese su tiempo para asearse la boca.



Final de la jornada

A las cinco hay que tomar el borrador del lápiz para apagar con un coqueto gesto el computador. Use ese mismo borrador para marcar el teléfono con el lápiz. Como una forma de aseo personal antes de salir a casa, un buen oficinista debe brillarse los zapatos frotándose el empeine contra la pantorrilla de la otra pierna.

Para no salirse del redil, le sugiero ponerse cita para coger el bus en patota. Recuerde reírse siempre al encontrarse con sus colegas en el paradero.



Claves para ganar liderazgo

Tome como premisa que el líder de los oficinistas siempre gasta su tiempo imprimiendo letreros en computador y pegándolos en cuanto sitio haya. Está el mensaje ecológico de "Deje el baño como le gustaría encontrarlo"; o "Favor no botar el papel y las toallas higiénicas en el sanitario, ¡que para eso estan las canecas!". Gánese el título de líder engatusando a su jefecito para que ordene fijar un retablo a la entrada de cada departamento con retahílas inútiles de "Misión, Visión, Valores".

Convierta su oficina en un sitio familiar: Al menos una vez, cuando su suegra esté maluca del estómago y no le pueda cuidar al niño, llévelo a la oficina. Verá que mientras el pequeño demonio se saca los mocos y los pega en cualquier parte, su compañero de cubículo le dirá a usted: ¡Huuyych!, cómo estamos de viejos, yo que lo conocí chiquito".

En sus actividades extralaborales, entienda que hay que participar activamente; de lo contrario, sus compañeros lo calificarán con adjetivos y frases fuertes como "ese Johnathan si es un falsioni" o "Wílmer nos salió chichipato". Por eso, procure inscribirse en un equipo de fútbol sala, de bolos o de ping pong.

Recuerde que un buen empleado, cuando juega fútbol, siempre se la debe pasar al jefe para que lo tenga en cuenta; también recuerde que el gran oficinista, cuando juega micro, azora a sus rivales para desconcentrarlos cuando tienen el balón con exhalaciones escandalosas como "Shhh-shhhh"; estimula a los de su equipo cuando van a pelear balones con frases como "vaya, vaya que usted no es cojo, mijo" o "¡upa upa, proooofe!"; da indicaciones tácticas gritando "¡por la misma!, ¡si le gusta papá!", aunque no sepa qué quiere decir, ni cuál será la misma, y mantiene la sumisión laboral ante sus jefes aun durante el partido: "Tóquela, don Mauricio", "cámbiela por este lado, doctor".

En las fiestas de integración o de fin de año, recuerde que todo gran oficinista mete la pata. Por eso, emborráchese y dele consejos financieros a su jefe mirándolo cerquita, escupiéndolo al hablar y dándole golpes en el pecho con su dedo índice.

Fume su Belmont cuando esté en esas condiciones, ya que eso molesta a su interlocutor.

Si la jefe es mujer, y usted se pasó de tragos, insista en bailar con ella y atrévase a decirle algunos piropos como "usted sí es que es divina persona, doctora" o "la doctora sí es que es muy inclusive". Raspe fiesta. Y cuando no quede nadie en el ágape, tenga la deferencia de preguntarle a su compañero más borracho: "¿Ta maluco, Milton , ¿le llamo carro?".