20 de junio de 2014

Testimonios

Capurganá, “delete”

Lo primero que pensé cuando me anunciaron la escalofriante noticia de que El Desafío sería grabado en esa zona pensé, " ve, ahí donde casi se ahogan unas amigas mías".

Por: Margarita Rosa de Francisco (@Margaritarosadf)

Había oído hablar de Capurganá muchas veces. De todas las diferentes referencias saqué una fotografía imaginaria de lo que podría ser: un refugio para turismo hippy-mamerto, ideal para los que identifican el imperialismo hotelero con cualquier clase de confort incluida la luz, agua de acueducto, televisión y teléfono. Me imagino (eso espero) que el panorama ha cambiado bastante desde que el destino de mi trabajo en El Desafío me botó de barrigazo en aquellas despiadadas tierras hace unos 8 años. Nunca, ni en mis sueños más salvajes, se me hubiera ocurrido pegar para allá, pues no más con las anécdotas sobre el indómito temperamento del mar había sido suficiente para ni siquiera planteármelo, pero la versión de ese año tendría como marco los paisajes agrestes de Cabo Tiburón, el lugar ideal para retar su naturaleza agresiva e intimidante, premisa principal del programa.

Lo primero que pensé cuando me anunciaron la escalofriante noticia de que El Desafío sería grabado en esa zona pensé, " ve, ahí donde casi se ahogan unas amigas mías". Sin más alternativa nos montamos en una avionetica para 10 personas, único medio de transporte para llegar al corazón del caserío cuyo aeropuerto era una lengua de cemento descascarado que terminaba en un acantilado.

Desde los primeros minutos de vuelo tuve la sensación de que la cosa iba a ser fuerte. Dentro de esa matraca nos azotó un tiempo malencarado, como si fuéramos pepas de maraca durante los más horripilantes 75 minutos que he soportado en mi vida. Por fin tocamos tierra, o más bien barrizal. Al lado de la pista nos esperaba un séquito de carretas tiradas por su respectivo burro, flamantes coches que nos llevarían hasta la casa-hotel ubicada a 1 km, distancia suficiente para llegar empapados nosotros y el equipaje gracias a la constancia de esa lloviznita fina y peludita tan típica de las maniguas.

Llegamos por la tarde pero los anuncios del temporal habían ennegrecido el cielo y por ahí derecho mis pensamientos. Mi cuarto era " el especial " con vista al mar, que en ese momento era más una bestia rugiendo y enseñando los dientes en las crestas de unas olas de 4 metros. Al día siguiente nos esperaban muy temprano en el muelle unas canoas motorizadas no existiendo otro modo de llegar a la zona de juegos. De ahí en adelante, la travesía sería diaria para todo el grupo que debía transportar toneladas de equipo atravesando aquellas aguas sin madre con las tripas revueltas del susto.

La personalidad de esta región es áspera, la selva es alta y espesa, su fauna y flora son carnosas, todo es grande. Allá un sapo no tiene tamaño normal, es un SAPO gordo como una tortuga, las ratas parecen perros y los insectos son corpulentos y hacen un ruido siniestro como de motosierra. Todos los días algún espécimen de estos se le aparecía a alguien por algún atajo como si fueran gendarmes del mismísimo demonio enviados para espantarnos de ahí.

Una noche, como hice siempre durante los 62 días de interminable estadía, llegué a mi cuarto después de comer. Se había ido la luz, cosa que pasaba con mucha frecuencia. A tientas me senté en la cama y puse la mano sobre la almohada. Sentí en los dedos una sustancia babosa y trizas de algo sobre una textura muy suave como de terciopelo. Fui a llamar al recepcionista ( no había citófono, ni teléfono y mucho menos televisión ) que subió con una linterna. Cuando alumbró, la visión me arrancó un grito cavernario que alertó a los huéspedes porque además salí corriendo por los pasillos jalándome las greñas dementes. Era un murciélago que al haber chocado con el ventilador se había descuartizado dejando las sábanas y las paredes salpicadas de sangre. ¡Horror! Quedé tan aterrorizada que me bajé una botella de aguardiente. Esa noche dormí abrazada a mi santa madrecita (mi vestuarista insigne) quien se hospedaba en el cuarto contiguo. Se repitieron varias veces estos episodios draculescos hasta que descubrimos que encima del techo del baño de mi habitación estaba el nido de aquellos bichos.

Creo que no faltó detalle para que no me quede ninguna duda de que por allá no voy a volver. Toca a lo mamerto o a lo hippy. Guacal de trago, cigarrillo o directamente paca de marihuana y un chinchorro con toldillo bien grueso para echar libro y "munchies" sin pararse en 15 días. Yo como no cuadro ni en lo uno ni en lo otro ya le hice "delete" a tan encomiable y patriotero lugar turístico. ¿Otra vez? Ni a bala, gracias.

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