La matemática del jurado falló, fue lo primero que pensé. A Morgan Freeman, de 74 años, le dieron el premio a Toda una vida en los Globo de Oro por su trabajo en 54 películas y cinco premios Óscar, tres Globos de Oro y tres del sindicato de actores. En Cartagena, en medio de tanto actor asustanciado, el India Catalina a Toda una vida fue para Héctor Ulloa, de 74 años, por actuar en El Chinche. La serie terminó hace veinte años. Y fue trasmitida once años. Es decir, Freeman ha actuado el 73% de su vida y el Chinche, el 15%. ¿Cómo es eso de Toda una vida? Las comparaciones son odiosas; pero Uggie, el perrito de The Artist, en sus diez años ha actuado más del 15% de su vida. Y Uggie ya tiene un premio del Festival de Cannes 2011 y un Prix Lumière. Tardé en entender la sabiduría del jurado. Hasta que encontré una razón: a falta de Freemans y Uggies, lo que llamamos Toda una vida es en realidad el premio al que envejece con dignidad. Como el Flaco Agudelo, que hasta el último minuto se vistió de cortos y vestido marinero.
Como diría la examante de Arnold Schwar-zenegger y madre de un hijo suyo: Arnie no tuvo la culpa. El Chinche no tiene la culpa por su nominación. Se merece que en la premiación todos hayan llorado por la emoción y la ebriedad, como si se tratara de ministros norcoreanos enterrando a Kim Jong-il. El Chinche ha llevado una vida sin sobresaltos. Ese es su mérito. Porque hacerse viejo con dignidad no es fácil. Ahí hay mujeres intentando hacerle operación tortuga a los años inyectándose bótox, esparciéndose baba de caracol aquí y allá y poniéndose implantes PIP ahora que bajaron de precio. Ahí están los hombres yendo donde Bojanini a que les arranque medio millón mensual por unas pastillas y un aerosol para la calvicie de la coronilla, en cambio de cubrirse con una kipá, efectiva prenda judía que arroja resultados inmediatos. Todo para huir del envejecimiento, de ese estado en el que sale juanete y no hay agua tibia con vinagre que lo quite. De esa fase en la que el trasero se aplana, los pectorales se vuelven tetas, comienza uno a culpar a las hormonas del pollo y, sin embargo, no puede dejar de comerlo.
No podemos premiar la dignidad por encima del talento. Si los del India Catalina querían reconocer el Toda una vida, ahí estaba la actriz Gloria Gómez. Hacía de Rosalbita en El Chinche y no ha dejado de actuar desde entonces. Con un ingrediente adicional: no envejece. ¿Por qué? La cirugía estética. Me confesó que se había practicado unos ajustes aquí y allá. Y quedó regia, en sus cuarentas. Treintas, corrige ella. Se sinceró al decir que no se podía reír, que cuando lo hacía se le paraba el pelo. Pero se ve estupenda. Siempre, claro, que permanezca seria. Y, para evitar suspicacias y lucir como la misma mujer que incursionó en la pantalla tres décadas atrás, se hizo estirar unos milímetros la piel y ahora hace pasar sus cejas por capul. Qué maravilla. Le dije que habría que darle al menos el premio Toda una vida… en el quirófano. Ella se sonrojó agradecida. Luego, me pareció que se le había descolgado un ojo.
Mientras espero seis meses para obtener una cita donde Bojanini, sigo pensando que en Colombia debe haber algún actor que merezca el Toda una vida. He analizado cientos de actores y, después de sopesar unos y otros, llegué a un candidato digno. Para el Toda una vida sugiero a the one and only Jimmy Bernal, el gringo que desde Dejémonos de vainas y luego en Te quiero, Pecas ha hecho las delicias de los colombianos, como diría Jairo Alonso. Siempre hace de gringo. Como ahora, 25 años después, en La Mariposa. ¡Eso es coherencia! ¡Eso es constancia! ¿No son los cuadros de Fernando Botero siempre de gordas y gordos? ¿No escribe Fernando Vallejo siempre en primera persona? Pues este actor, Jimmy Bernal, alcanza la misma consistencia artística: toda una vida haciendo el mismo rol y el mismo acento. Hay que premiarlo. Enaltecerlo. Reconocerlo. Y luego, deportar a ese infame o canjearlo. Propongo que lo transemos por Uggie.