23 de septiembre de 2010

No regale un Ziggy

Desde que se me dio por publicar un par de novelas que me hacen acreedora del noble título de escritora, muchos de los hombres que han querido conquistarme creen que mandar frases barrocas llenas de palabras rebuscadas y mensajes crípticos con nivel de dificultad para idiotas es, sin duda, el mejor camino para llegar a mi corazón.

Por: Margarita Posada
| Foto: Margarita Posada

Desde que se me dio por publicar un par de novelas que me hacen acreedora del noble título de escritora, muchos de los hombres que han querido conquistarme creen que mandar frases barrocas llenas de palabras rebuscadas y mensajes crípticos con nivel de dificultad para idiotas (tipo Código Da Vinci) es, sin duda, el mejor camino para llegar a mi corazón. Estoy tratando de recordar alguno pero es imposible replicarlo, de tan rebuscada construcción gramatical. A aquellos que creen que la inteligencia es un plus para conquistar a una mujer humildemente letrada como yo, les doy la razón. Pero sepan de una buena vez que la inteligencia es una virtud tan evidente como la belleza física y no hay que forzarla ni que adornarla. Para saber si tienen un buen mensaje de texto, basta mirar si su tono hace que se pueda reproducir en un diálogo de una serie light y gringa, pero inteligente, tipo Entourage, o si más bien se acomoda al parlamento de una de esas telenovelas en donde todos tienen nombres compuestos y al protagonista se le revela el nombre de su verdadero padre en una clínica. Esos mensajes me dan náuseas y me devuelven a la época del Ziggy.

No creo encontrar en el imaginario popular algo más deleznable que ese muñeco calvo y con cara de subnormal que llevaba (¿o lleva? Si todavía existe —solo puede ser posible en terrenos de clima cálido como Girardot o Caracas—, que alguien convenza a nuestro vecino de que es un muñeco antichavista para que los mande a recoger ya mismo) …retomo: un subnormal que llevaba alguna frase patética en medio de su pecho, acaso un imperativo como "quiéreme" o una frase empalagosa como "contigo todo es más dulce" acompañada además por algo que es casi tan indigno como el emoticón o, si se quiere, el antecesor del emoticón: el signo de exclamación. Corrijo: los signos de exclamación, porque a veces no basta con dos, ni tres, ¡sino hasta cinco signos de exclamación seguidos! Esto verdaderamente pone en duda la clase, el estilo y, sobre todo, la finura de nuestro pretendiente. A nadie avispado se le puede ocurrir que ese muñeco, con sus manos regordetas siempre abiertas y prestas a un abrazo de esos bien incómodos, puede ser un elemento de conquista.

Juro que pude sobrevivir a muchas credenciales que en el siglo pasado eran un sinónimo de coqueteo, y que muchos pretendientes sobrevivían también a actos tan poco íntegros como mandarme una tarjeta de Timoteo. Pero el acto casi impúdico de quien se atreviera a dejarme de regalo un Ziggy en la portería de la casa jamás lo superé. Cuando uno va a conquistar a una mujer no debe apelar a la ternura. NO rotundo. La ternura es un sentimiento hacia los perros y los pretendientes que regalan Ziggies. Eso solo es comparable con cantar Ojalá, de Silvio Rodríguez, a ojo cerrado en una chimenea o, lo que es peor, atreverse a pronunciar los versos que siguen a continuación y que ya degradan hasta el punto de tener que taparse uno mismo la cara: quiero entre sábanas blancas hacerte volar y suavemente quiero correr por tu cuerpo como agua caliente.