20 de octubre de 2004

Pax Romana

Uno podría comenzar por Cundinamarca en 2004. Viajeros felices por las carreteras de un departamento que hasta hace dos años era rojo. Pero esta misma historia también podría comenzar en 1998 en la Troncal del Caribe, entre Santa Marta y el río Palomino (frontera entre Magdalena y Guajira). La Pax Romana. "Entre el mercado de Santa Marta y el río Palomino nadie se roba ni un lápiz".
En ese entonces, media Cundinamarca pasaba a ser propiedad de personajes siniestros como alias ‘Romaña‘, un jalador de carros que se disfrazaba de Che Guevara (lo suyo, claro está, no era ‘Diarios de motocicleta‘ sino ‘Diarios de Grand Cherokee blindada 4X4 full equipo, único dueño‘). Las pescas milagrosas y los secuestros se volvieron noticia diaria. Uno recibía a cada rato e-mails con mapas del departamento en el que todas las carreteras -salvo las que llevaban a Anapoima y Andrés Carne de Res- estaban teñidas de rojo.
En 2004 es al revés. La Pax Romana de la Sierra ahora está en Fusa, en Guaduas, en Pacho. Cundinamarca pasó de la Pax Romaña a la Pax Romana. Mientras tanto, en la Costa, la Pax Romana se volvió una mezcla entre Sicilia y el Tercer Reich. Boleteo. Jefes de parques nacionales naturales asesinados. Exterminio de indígenas. Desplazados. Terror. La ley del silencio.
‘La Gata‘, jefa paramilitar línea Mancuso, tiene a Cartagena condenada a seguir padeciendo, ni idea por cuanto tiempo más, un estado de extrema pobreza y extrema corrupción. En los Llanos, los paras se robaron la salud y en Casanare se matan entre ellos. Luis Carlos Restrepo, tal vez convencido de que lo suyo no es una negociación sino un sicoanálisis, guarda absoluto silencio acerca del desarrollo de sus diálogos con los tiernos angelitos, no vaya y sea que viole los códigos de ética de los siquiatras.
Ambas historias hablan de cómo lo que en un principio entusiasma a la gente acomodada de las ciudades (otra vez vacaciones tranquilas, paseos por carretera, el tan trajinado ‘Vive Colombia, viaja por ella‘), después se convierte en una pesadilla.

Volvamos a 1998.
Cuando alias ‘Romaña‘ inició su primera temporada de pescas milagrosas, viajar por la Troncal del Caribe era una delicia. Un grupo de seudohippies cachacos interesados en la Sierra habíamos encontrado un paraíso donde, pensábamos, terminaríamos nuestros días no sin antes restaurar ecosistemas y promover programas de seguridad alimentaria e industrias alternativas, tales como productos orgánicos y fábricas de papel a partir de residuos agrícolas.
Eso sí, nos hacíamos los locos con el tema de los paras. "Ellos allá, nosotros acá". La Pax Romana.
Hasta que el asunto estalló hace un par de años. Otra vez se dispararon los cultivos de coca, peleas internas entre paras, boleteo y por la carretera entre Santa Marta y Riohacha es fácil cruzarse con jóvenes rapados en moto, con celular y camiseta del Atlético Nacional (ver una camiseta del Unión Magdalena es imposible, muy de vez en cuando aparece alguien con la del Junior). Sueños -tal vez ingenuos-, pero sueños al fin y al cabo, destrozados ante un panorama desolador de desplazamiento, pobreza y hambre, una clase política al servicio de esos intereses, la impotencia absoluta por tratar de mejorar las condiciones de los habitantes de esas cuencas. En eso terminó la Pax Romana de finales de los 90. Una Colombia cada vez más traqueta, una república paramilitar.
Como lo mostró Michael Moore en Fahrenheit 9/11, la tendencia del siglo XXI es un planeta en manos de unos cuantos monopolios, pulpos financieros, mafias. Algunos legales y con personería jurídica, otros al margen de la ley, pero todos ellos mafias que buscan cualquier cosa menos la equidad, el progreso, la competitividad y mucho menos eso que ahora denominan los expertos la responsabilidad social. En el caso colombiano, un estado de las cosas en el que ni siquiera se menciona el tema de la atroz desigualdad en la distribución del ingreso. Una verdadera vergüenza.
Pero nuestros genios visionarios siguen convencidos de que a punta de la retórica barata de la proactividad, la reingeniería, el liderazgo y las oportunidades de la globalización van a mejorar como por arte de magia un país cada día más en manos de paras, de narcoparas, de amigos de los paras.