10 de enero de 2007

... y lo peor en cine

Por: Alberto Aguirre
| Foto: Alberto Aguirre

Esto no es una película. Porque película es algo más que una sucesión disparatada de imágenes, con un guión insensato y salpicada de música folclórica. Eso se proyecta en un teatro, pero eso no es una película. Desde el comienzo, en Karmma se nota el disparate: se distingue una finca, hay una fiesta, se le dicen de pronto encomios a un señor de pelo blanco, pero no hay diálogo alguno que signifique una narración, el comienzo de una acción. No hay ilación, nada tiene pies ni cabeza; la gente, supuestos actores, y las cosas, parecen puestos allí a la buena de Dios. Y el espectador se pregunta: ¿esto para dónde va? Hasta que se resigna, diciéndose: esto no va para ninguna parte. Aquí no hay un principio director, pues ni siquiera hay un director. Tras mucho trastabillar, y uno al borde de un ataque de nervios, aparece en la película... ¡un secuestro! Bueno, por lo menos hay un secuestro, y de allí se puede colgar una narración y dar imágenes más o menos ordenadas. Pero sigue la insensatez: resulta que el jefe de los secuestradores es el hijo del secuestrado, pero no es que sea hijo pródigo; por el contrario, es hijo de familia que vive bajo el mismo techo y come del mismo plato. Solo que no se había enterado de que ese era su papá. Son los misterios del karmma (con dos emes).

Como clásica película colombiana, empieza a punto de folclor y hasta salen chiquitos a bailar joropo. Y se ven muy lindos en ese revoloteo. Creen los directores de cine, y no solo los bisoños, que adobando su película con música folclórica no solo excitan la vena patriótica del respetable público, sino que hacen obra memorable. Ya en 1945 se hizo una de las grandes producciones nacionales: Bambucos y corazones. La casa de producción tenía el nombre preciso: "Patria Films". En medio de la fiesta joropera, nada tiene orden ni sentido. No hay propósito cinematográfico, ni en las imágenes ni en un diálogo descoyuntado. Parece un reality, ese esquema de exposición atolondrada. No hay diálogo, no se va dibujando ni el esquema de un personaje, de un cuento narrado. Lo único que importa es el joropo. El diálogo es la esencia de toda narración y es en él donde se conoce al creador. Aquí, la fortuna para el creador es que no se tiene que afanar por ningún pulimento, pues el diálogo no existe. Ahí charlotean sin ton ni son.

Una película no se salva ni por la fotografía ni por la música. Estos pueden llegar a ser apenas elementos constitutivos de un todo narrativo. Lo que cuenta es la unidad. No es elogio válido para una película decir que tiene buena fotografía, pues si no tiene nada más, no tiene nada. Han dicho que las imágenes del Llano, en Karmma, son bellísimas. Son sosas, y es esta hazaña del jefe de fotografía (si lo hubo), pues el Llano ofrece por sí perspectivas de belleza, fáciles de aprovechar a través de una lente. Tan pobre es esta película, que la fotografía es anodina. Y el joropo no puede constituir, ni en el colmo de patriotismo, un valor cinematográfico alguno.

No hay actuación, ni buena ni mala. El director pone a los actores frente a la cámara y los obliga a recitar sus bocadillos aprendidos de memoria. Son como de palo, inclusive el viejo Varela cuando se desplaza despellejado por entre zarzas. Y la niña bonita, la hijita, Claudia, sale como una muñequita de cuerda: parece jugando mamacitas, y no se sabe cuál es el mal que sufre o el peligro que corre. Pues el diálogo no dice nada y la niña no muestra nada, no refleja nada en su actuación. Y la mamá, doña Noemí, que más adelante, al menos, aparecerá en una escena despampanante (de adulterio, claro) se desplaza pesadamente por el set. Y para presentar una escena de cama no se necesita ningún talento histriónico. Y los jóvenes secuestradores, en particular Santiago, tienen facha de niños buenos, perdidos en un paseo de bachillerato. Este, el hijo, que asume el rol más malvado (hijo que secuestra a su padre), parece jugando a los boy scouts. Y el viejo secuestrado no expresa en su cara ni el dolor de la piel de los pies en llagas. Lo único que indica una situación corporal desastrosa es que lo tiene que arrastrar, el hijo, en una especie de parihuela. Pero es como si fuera en coche. Aparece la parihuela, pero no ve el espectador el dolor del que va montado en la parihuela. Parece que estuvieran jugando a hacer sancochitos. Y es que el director no alcanza a simular ni un escenario, y el espectador tiene siempre la sensación, aun en medio de la selva, que se trata de un set de televisión. Ninguno se asoma a construir un personaje y a dejar así en el espectador la impronta de otro ser humano. Nadie tiene perfil de ser humano. Siguen siendo muñecos para una presentación, no para una representación. A Guaco le ponen por lo menos un perfil grotesco. Eso de ver a un llanero del Meta hablando como un sabio de Ática da risa. Esta frase es como un apotegma de Sócrates, que Guaco agarra, a la volea con su lazo: "Cuando nacemos estamos destinados a morir; es el peso de tus actos". Sócrates en el ágora y Guaco en el Llano. ¿Será por eso que hablan de karma? Aunque muestran una noción equivocada del significado de karma. Y será por eso que usan esta palabra con dos emes (Karmma). O quizá por un juego del inconsciente: así reiteran que la película es muy mala. La que carga con el peso de sus actos es Marbelle. Dizque se emocionó tanto al ver esta película, en preestreno personal, que les regaló una canción de su último álbum. Escogieron Madre mía, que aparece en pantalla como "una ranchera convertida en bolero". Lo dicho: aquí todo es chiviao. Inclusive el bolero.

Se dice que hay un combate feroz en plena selva entre un grupo de subversivos y tropas del Ejército. Se dice, pero no se ve. Confiesa la propia producción: "Las tomas del Ejército y del grupo subversivo, para el supuesto combate, fueron rodadas por separado". Esto parece una película de los Hermanos Marx. Los combatientes de Karmma no se vieron ni en película. Los hubieran podido poner frente a frente, al menos para que se vieran, aunque se tiraran, no balas, sino frutas de mamoncillo. También estaban jugando muñequero: el clásico combate infantil de policías-y-soldados.

En esta película es chiviao hasta el título.