12 de junio de 2008

Planeta rock

Por: Eduardo Arias
| Foto: Eduardo Arias

El rock está muerto... ¿Será cierto? No es un pensamiento novedoso. En los 70, con la explosión del disco, así como a comienzos de los 80, era común encontrar personas que, orgullosas, decían: "Yo me quedé en los Beatles". Charly García, en tiempos de Serú Giran (álbum Bicicleta, 1980), en la canción Mientras miro las nuevas olas expresaba lo siguiente: "La música sigue pero a mí me parece igual".

¿El rock está muerto? La pregunta, más que pertinente en una época en la que se decreta la muerte de tantas cosas (los medios impresos, los libros, los CD), obliga, ante todo, a superar un primer gran obstáculo: definir qué es rock. En los 60 y 70 era relativamente sencillo hacerlo. Pero ahora, cuando en una reciente encuesta mundial eligieron como mejor canción de la historia del rock a One, de U2, una balada lo más de bonita, uno ya no sabe de qué le hablan cuando le hablan de rock. ¿Un tipo de música que se hace con determinados instrumentos? ¿El rock tiene que ver con la vestimenta de quienes lo ejecutan? ¿Es una actitud ante la vida?

A veces uno encuentra actitudes muy roqueras en músicos ajenos al rock: en África, en Oriente Medio, en grupos colombianos con bases rítmicas folclóricas como Bomba Estéreo, Sidestepper, Pernett... Incluso ciertos fragmentos sinfónicos de compositores como Beethoven, Mozart o Wagner expresan una fuerza roquera digna del mejor Hendrix.

Pero dejemos atrás esas divagaciones y supongamos que rock es exclusivamente eso que suena más o menos como suenan los Rolling Stones y los Sex Pistols y Metallica. ¿Se acabó el rock? ¿Lo que proponen los grupos de hoy es novedoso y original o no es más que una simple repetición de la repetidera?

En estos días el canal VH1 ha mostrado una serie de documentales titulada Seven ages of rock, en la que a cada rato los entrevistados caen en el cliché de decir: "Eso fue increíble, era la primera vez que alguien hacía algo así". Por ejemplo, Noel Gallagher, guitarrista de Oasis, banda emblemática del rock británico de los 90. Palabras más, palabras menos, decía que el grupo The Libertines había ido mucho más allá que ellos porque ya no hablaban de cigarrillos ni alcohol sino de drogas fuertes y autodestrucción. Como si Velvet Underground, en 1967, no hubiera hablado de esos temas en canciones como Heroin y I‘m waiting for my man, como si Purple Haze, de Jimi Hendrix y Cold Turkey, de John Lennon, no se hubieran referido ya al asunto.

Cuando se puso de moda a comienzos de los 90 el rock alternativo y uno oía los grandes éxitos de R.E.M., era inevitable evocar el álbum Revolver, de los Beatles, y los primeros álbumes de los Byrds. El mismo Oasis suena a Beatles con guitarras un poco más distorsionadas. Y cuando dicen que Black Sabbath se inventó el heavy metal al despuntar los 70, cuesta trabajo no remitirse al ‘In-A-Gadda-Da-Vida‘ de Iron Butterfly o a ciertos pasajes de las grabaciones en vivo de Cream. ¿Y acaso las bases mismas del rock no están presentes en las grabaciones de los bluseros de Chicago de finales de los 40 y comienzos de los 50, como Muddy Waters?

Pero eso no prueba, como pretenden algunos exponentes de la vieja guardia, que el rock esté muerto. Vaya uno a saber por qué, pero el rock tiene una extraña capacidad de reinventarse, de reciclarse cada cierto tiempo, de sonar joven y novedoso con los mismos hallazgos formales y sonoros de músicos de hace 40, 30 ó 20 años, por no hablar de su gran capacidad de asimilar influencias externas de diversos orígenes.

Si uno imagina que el ‘Planeta Rock‘ gira alrededor de un sol imaginario pueda explicar su capacidad de reinventarse. Con respecto a ese sol el ‘Planeta Rock‘ avanza, evoluciona, pero cada cierto tiempo vuelve al mismo punto. Pero no está en el mismo lugar porque, mientras tanto, ese sol se ha desplazado con respecto al centro de la galaxia. Además, ese ‘Planeta Rock‘ recibe continuamente el bombardeo de meteoritos: el meteorito jazz, el meteorito electrónica, el meteorito ‘world music‘, y tantos otros meteoritos. Así que vuelve cada cierto tiempo al mismo punto de partida con respecto a ese sol, pero, con respecto al centro de la galaxia, está muy alejado de ese punto de partida y las influencias externas también afectan su esencia, para bien y para mal.

El anterior no es más que un símil, un simple modelo. Pero tal vez ayude a explicar un poco por qué Losing my religion, de R.E.M. y Turn, turn, turn!, de los Byrds, sean dos canciones tan iguales y a la vez tan distintas entre sí.