21 de mayo de 2001

Si algo puede fallar fallará

El mundo está lleno de leyes de murphy y las relaciones entre hombres y mujeres no podrían ser la excepción. por eso, en su relación con la mujeres recuerde que toda situación, por mala que sea, siempre podrá empeorar.

En la larga lista de leyes que nos persiguen todos los días (¡prohibido cruzar a la derecha!, ¡todo lo que sube tiene que bajar!, ¡silencio… hospital!, bla, bla, bla) las Leyes de Murphy guardan un especial encanto, pues todas, inevitablemente, querámoslo o no, terminan por gobernarnos en algún momento de nuestras vidas. Nadie escapa al ‘murphyológico’ destino que nos espera una vez decidimos despertarnos —previo bostezo— y nos enfrentamos al mundo en donde “todo, inevitablemente, puede salir mal”. Demasiado mal: la tajada de pan con mantequilla que se nos cae de las manos y va a parar al suelo justo boca abajo; el paraguas que se nos olvida justo el día en que —vaya uno a saber porqué diablos— cae una modernísima versión del diluvio universal una vez nos disponemos a salir de la oficina; el manual de instrucciones que nunca encontramos y que, si encontramos, no sirve para un carajo; la llamada telefónica que nos despierta en el mismo instante en el que estamos conciliando el sueño… Todo mal. Irremediablemente mal.

Y es en esta larga lista de leyes, de metidas de pata, de mala suerte y de designios cargados de sal donde las Leyes de Murphy siempre aparecerán en cualquier relación amorosa que tengamos. Querámoslo o no. Evitémoslo o no: el pedazo de comida que salta de nuestros platos la noche en que los suegros nos han invitado a comer; la ex novia que nos encontramos en el bar, y que nos saluda efusivamente, momentos después de haberle asegurado a la ‘oficial’ que esa “vieja es asunto del pasado”; el gran volcán que nace en la punta de nuestra nariz minutos antes de tener la cita esperada con esa mujer que queremos encarretar para llevarla a nuestra cama. Todo mal. Irremediablemente mal.

Después de una investigación exhaustiva —y de una evidencia irrefutable en donde las Leyes de Murphy nos demostraron que un artículo se puede perder en las redes de los computadores más de una vez, sin que nadie logre saber qué diablos pasó—, estas son algunas de las leyes ‘murphyológicas’ que más se repiten en las relaciones entre ellas y nosotros:

Primera ley de Von Baum:

Todas las buenas están ocupadas.

Usted entra a un bar seguro de que, después de una larga sequía, la noche será suya. Al aproximarse a la barra para pedir un whisky doble observa que una mujer se encuentra sola, esperando a que alguien la ‘consienta’. Usted se toma su trago y con la virilidad de un macho mexicano emprende la conquista: la mira, juega a encontrarse con sus ojos y, finalmente, se decide a acercarse. Sin embargo, justo en el momento en el que usted casi siente el calor de ella en su cuerpo, aparece algún cretino que le echa los perros. Él lo mira, lo interroga con una mirada rápida y silenciosa, y usted acude a su inteligencia de “qué demonios hago aquí”, preguntándole dónde queda el maldito baño. Matemáticamente está comprobado que el porcentaje de mujeres que tienen novio aumenta en la medida que usted las desea.

Corolario SoHo: El minuto en que usted se interesa por una mujer en un bar es el mismo minuto en el que esa mujer se acuerda de su ex novio o conoce a alguien más.

Segunda ley de Paul Bazo (o de la maña):

Poco importa que usted tenga la fuerza de Jean-Claude Van Damme o el cerebro de Albert Einstein. A la hora de enfrentarse al tradicional empaque del condón de turno más vale maña que fuerza. No ceda por ningún motivo ante la frustración del forcejeo con el bendito plástico. Antes de exceder su fuerza —o usar los dientes o el cortauñas— recuerde que pocos preámbulos son tan catastróficos como un “ya vengo que esto está como dañado”.

Corolario SoHo: Si en su esfuerzo por destapar el único empaque, el condón se rompe, la única droguería cercana a su casa cerrará antes de que usted consiga llegar a ella.

Ley de Borem:

Si no la puede convencer, confúndala.

A pesar de que sus habilidades de buen ‘perro’ le han permitido ponerle los cachos a ella más de una vez, la vida a veces trae malas jugadas. Si usted se dejó coger en la mentira, y la embarró, y sospechan de su fidelidad, tiene dos opciones claras: bajar la cabeza y aceptar su responsabilidad o voltear la situación de acuerdo con las dos subleyes de Borem:

1– Cuando esté en dificultades, delegue. Diga, con seguridad: “si quieres, pregúntale a mi hermana a ver si yo no estaba con ella ese día…”

2– Cuando sea el responsable, examine. No lo dude, y defiéndase diciendo: “si tenemos que llegar a estos extremos entonces debe ser que hay algo muy mal en la relación. Me parece importante que lleguemos al fondo de esto en vez de preocuparnos por un episodio que ni me interesa”.

Corolario SoHo: Si ninguna de las dos subleyes de Borem le funciona, no olvide la Regla de Swipple sobre el orden: El que grita más fuerte tiene….la palabra.

Tercera ley de Bergerac:

Cualquier declaración de amor siempre será usada en su contra.

Después de pensarlo mucho, usted decide incursionar en el campo de las cursilerías de los enamorados y entonces escoge el momento más indicado para expresarle a ella todos sus sentimientos diciéndole “te quiero”, “te deseo” o “te amo”. Dos palabras que lo digan todo. Dos palabras que resuman su corazón abierto. Dos palabras, desde luego, cálidas e inofensivas. Sin embargo, antes de que usted alcance a recibir los frutos de su sinceridad sobreviene lo peor. ¿La razón? No importa cuánto tiempo se haya demorado en escoger las palabras perfectas para declarar su amor, por el simple hecho de ser hombre su ‘sentimental empresa’ está destinada siempre al fracaso. Por eso, tenga en cuenta que:

1– Si usted dice “te amo” Ella va a entender que usted no la quiere lo suficiente, pues ha elegido las mismas palabras que se le dicen a cualquier mujer.

2– Si usted dice “te quiero” Ella va a entender que usted la trata como un vulgar objeto.

3– Si usted dice “te deseo” Ella va a entender que usted lo único que busca es llevarla a la cama.

4– Si usted dice “te deseo, pero te amo, y además de quiero” Ella le va a decir a usted que es un baboso con exceso de romanticismo.

Corolario SoHo: El pez muere por la boca.

Primer teorema del profesor Maturana:

No se puede ganar, no se puede empatar, ni siquiera se puede dejar el juego.

En el campo de juego que es toda relación de pareja (donde hay faltas, patadas, tarjetas rojas y uno que otro gol cuando el sexo abre sus puertas) usted siempre será el rival a vencer. Olvídese de cualquier victoria cuando decida pelear con ella, y recuerde que:

1– No se puede ganar. Bien sea que la discusión sea sobre el aborto o que estén hablando sobre el vestido nuevo que ella acaba de comprar, la única manera de salir victorioso de una posible pelea con su pareja es dándole la razón.

2– No se puede empatar. No hay punto medio: o sí o sí.

3– No se puede dejar el juego. Cualquier intento por terminar una discusión acabará en lágrimas por parte de ella.

Corolario SoHo: Antes de emprender una relación formal con una mujer, pida que lo dejen en la banca.

Segunda ley de Commoner:

Nada se va para siempre.

No importa cuánto se esfuerce en borrar los recuerdos sentimentales de su pareja. Los ‘ex’ nunca están tan ‘ex’ como ingenuamente creemos. Nunca se le ocurra hacer gala de su madurez dejando que ella le acepte a una inofensiva invitación a comer. Recuerde que en el momento menos esperado el ‘ex’ será usted por puro confiado.

Corolario SoHo: Lo único que se va para siempre es… lo que el viento se llevó.

Reforma de Kelly:

Los hombres demasiado buenos nunca terminan agradando.

La fórmula es sencilla: dosifique esfuerzos. Antes de que se decida a ser el más bacán de los bacanes, y entregue detalles, y haga llamadas telefónicas, y ofrezca consejos, y no mire a las demás mujeres, tenga en cuenta lo siguiente: los tipos buenos siempre terminan como amigos.

Corolario SoHo: Las mujeres son como las pelotas de squash... entre más duro se les dé más rápido volverán a usted.

Primera ley de Noriega o del volcán Vesubio.

No fue fácil conseguir una cita con esa mujer que lo tiene loco. Pero, finalmente, y desafiando todos los pronósticos, lo logró. Antes de salir de su casa usted resuelve mirarse por última vez en el espejo y, al hacerlo, recibe como respuesta la fatalidad química de su cuerpo: en su nariz aparece el típico grano. El infaltable Vesubio. El volcán anti–dates. Para qué decir más.

Corolario SoHo: Las ganas de salir por primera vez con una mujer que a usted le gusta son directamente proporcionales al tamaño del Vesubio en su nariz.

Segunda ley de Pantagruel:

Barriga llena, ellas contentas.

Por alguna extraña razón, las mujeres todavía creen en las invitaciones a comer sin ánimo de lucro. La primera vez que usted invita a esa mujer con la que quiere tener ‘algo’ es de conocimiento. La segunda, de exploración. Y la tercera de conquista. Recuerde que nadie invierte un peso sin recibir nada a cambio.

Corolario SoHo: Nadie invita a una mujer, tres veces, a comer gratis.

Segundo swing (o ley) de Travolta:

No importa cuántas clases de baile haya tomado usted, ni cuántos escenarios de salsa hayan soportado su incesante taconeo. No importa si se trata de salsa, tango, champeta o merengue hip hop. No importa que usted tenga un trofeo obtenido en Baila de rumba: la mujer que usted desea, y que aceptó bailar con usted, siempre lo hará sentir con cuatro tallas más en el número de sus zapatos. Ella baila, mientras que usted estorba.

Corolario SoHo: Evítese problemas y recuerde que lo mejor es que “ella baile sola”.

Ley de Negociación de Los Pozos:

Antes de decidirse a ‘bajar al pozo’, recuerde que no todos los sacrificios que tenemos en materia sexual se retribuyen de la misma manera. Así usted le haga la miné, y trate de deletrear el abecedario en su órgano sexual, ella nunca hará lo mismo. No se esfuerce y disfrute.

Corolario SoHo: O todos en la cama, o todos en el pozo.