18 de agosto de 2004

Tríptico

Por: Eduardo Arias

Derrota
En los últimos dos años la tónica ha sido más o menos la misma: optimismo. Mucho optimismo. Gracias al nuevo Mesías, Colombia saldrá adelante. ¿La prueba reina? Los colombianos pudieron regresar a sus fincas (¿cuántos colombianos tendrán finca como para que a ese ítem se le considere un indicador significativo de bienestar general? En fin...). La guerrilla será derrotada. Disminuyen los secuestros. La economía crece.
Dos años después el discurso se mantiene intacto pero los hechos que lo sustentan no parecen invitar al optimismo sino más bien a la desazón, a la sensación de derrota. Reelección a toda costa a punta de clientelismo, manzanillismo y politiquería. Un país desinstitucionalizado que se maneja como un hato ganadero de Córdoba. Ya se sabe que el mayordomo se llama Álvaro Uribe y que los dueños de la finca están muy contentos con él y lo quieren cuatro, ocho, 16 años más ahí, de ser posible. Lo que no está muy claro es quiénes son los socios de la finca. ¿Gringos, empresarios feudalistas? Vaya uno a saber.
El discurso de la guerra por encima del de la razón, una nueva reforma tributaria "amigable con el Tratado de Libre Comercio" para ahorcar más y más a los mismos 400 mil contribuyentes de siempre, otra vez un presidente que habla de carreteras por el Darién y canales interoceánicos, más y más desplazados en las calles de Bogotá, más pobreza, más hambre, más impuestos para los pobres a través del IVA, que compensa las exenciones tributarias a los ricos que en teoría generan empleo, pero lo cierto es que otra vez hay menos empleo, una brecha entre ricos y pobres cada vez más grande...
Conozco gente que sigue optimista. Que saca su carro un fin de semana y regresa feliz del paseo porque no vieron nada raro en la carretera. Yo confieso que lo único que siento ahora es desánimo. Una horrible sensación de derrota.

Sierra Nevada de Santa Marta
Fumigan la Sierra Nevada de Santa Marta y ningún medio electrónico habla del asunto. Es la Colombia invisible que tanto molesta, que tanto estorba, porque desbarata el mito de que "como vamos, vamos bien". A nadie le interesa divulgar el debate acerca del desastre ambiental que provocan las fumigaciones. Campesinos arruinados porque destruyeron sus cosechas y ahora no tienen cómo alimentar a sus familias, niños enfermos por el veneno a quienes jamás se les hará justicia porque cualquier juez dictaminará que la enfermedad la provocó cualquier otra causa. Un insecticida, la desnutrición...
Ahora que la fumigación ha llegado al departamento de Caldas, donde el gobierno había hecho pactos de erradicación manual que se incumplieron, de pronto el tema se vuelve visible porque el gobernador del departamento está furioso. Ingenuo que es uno. Ya se sabe que Monsanto hizo lobby en el Congreso de Estados Unidos para que metieran el glifosato entre las donaciones del Plan Colombia. Ahora hay que usarlo. Al precio que sea.

Miedo y asco
Miedo y asco en Las Vegas. Así tradujeron los de Editorial Anagrama una novela desquiciada y muy divertida del doctor Hunter S. Thompson. Miedo y asco. Dos palabras que volvieron a la mente con una sola imagen, la de Salvatore Mancuso, de corbata y vestido, disfrazado de orador, en el Senado de la República. Qué miedo. Qué asco. Como aquella vez cuando Raúl Reyes viajó a Estocolmo, también de corbata y vestido completo, sólo que disfrazado de estadista. Qué miedo. Qué asco. Como aquella época en la que la señora madre de Pablo Escobar Gaviria, a la salida de la cárcel de La Catedral, tenía todos los días abiertos los micrófonos de los noticieros de radio y televisión del país para decir lo que se le diera la gana contra las instituciones, contra la gente común y corriente de Colombia.
"Los malos somos nosotros y el bueno es Pablo", agregaba en aquel entonces el padre Rafael García Herreros. Qué miedo. Qué asco.