10 de febrero de 2012

Opinión

Un e-mail al profesor Camilo Jiménez

Camilo Jiménez abrió la polémica porque dejó de dar clases pues sus alumnos no eran capaces de redactar un solo párrafo. Antonio García, también profesor, se une a su queja en este correo electrónico.

Por: Antonio García

Para: Camilo Jiménez

Asunto: Una glosa
Apreciado Camilo:
Menudo terremoto el que se armó por tu carta de renuncia: mal contadas, unas ocho columnas de opinión, programas de radio, videochat y revuelo en las redes sociales… el affaire Jiménez. Me sumo yo, como el colado de la foto, porque existe una reflexión que me gustaría compartir con vos.
La calaña de los estudiantes está predeciblemente repartida en cada semestre. Ponele, a vuelo de pájaro, que el 4% sean estudiantes fuera de serie, van volando. Tienen lecturas, intuiciones, son activos, inquietos y no tragan entero. El 16% son alumnos talentosos, buenos, activos, pero no geniales como los primeros. El 32% están en el lote, están por encima de la línea de flotación; de vez en cuando uno de ellos despierta en una clase y hace dos preguntas claves, o logra sintetizar algún concepto o apasionarse con un tema. El 44% son extras sin parlamento, hacen parte de la masa amorfa de caras que no se te van a grabar y corregís sus trabajos como un notario que pone sellos. Son bulto. Y el 4% restante son alumnos que sobresalen hacia abajo, no tienen ningún remedio. Habría que empezar con ellos de nuevo: alfabetizarlos, enseñarles a sumar y restar usando los dedos de la mano, decirles que la Tierra es redonda, etcétera, y aun así es muy posible que el resultado sea nulo. Eso hace que en un curso de 25 alumnos tengás uno de primera categoría, cuatro que son buenos, ocho que hacen el deber y tienen sus logros, once que están ahí como parte del decorado y uno que quisieras matar con tus propias manos. A veces se sorprende uno de encontrar proporciones más favorables. Lo que pasa es que por ahí cada siete años, por sobresaltos de la estadística, variaciones en la combinatoria de estudiantes que son obra del azar o el aciago destino, te toca un curso completo que no sirve ni para abono: si se mueren y los enterrás, sembrás algo ahí y no crece nada. Ahí es cuando uno se traga el sapo y espera con ansias el siguiente semestre, o renuncia, o comete un estudianticidio masivo. 
Quizá vos fuiste víctima de ese curso maldito. Yo los he tenido. Una vez renuncié y tardé años en regresar a las aulas, aunque en ese entonces me faltó el coraje para escribir una carta como la tuya, o quizá intuía que ese no era un curso normal. 
La normalidad no es maravillosa, por supuesto, pero todos los gremios son mediocres, agarrás aleatoriamente un grupo de ingenieros agrícolas, de payasos de restaurante, de escritores latinoamericanos, de profesores, de nativos digitales, de lo que sea, y el promedio es más o menos igual. 
En fin, hermano, la vida real es así. No se puede esperar demasiado de ella. Pero por fortuna, de vez en cuando, alguien pega el grito en el cielo.
Un abrazo,T. 

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