9 de marzo de 2006

Un safari lingüístico

Por: Antonio García Ángel

Desde Platón, los filósofos se han dado garra pensando si el lenguaje precede a la realidad o la realidad es independiente del lenguaje. Unos dicen que algo solo existe cuando tiene nombre, otros dicen que las cosas son aunque no hayan sido nombradas. A mitad del siglo XX, cuando aparecieron los semiólogos y los estructuralistas, la discusión ya se complicó demasiado. Pero, antes de que me ponga a dar cátedra, vámonos de safari lingüístico, a la caza de algunas palabras particulares, vocablos que sintetizan sentimientos o fenómenos lejanos que, sin embargo, no dejan de ser conocidos.
Glaubensneid es una palabra alemana que significa "envidia de las creencias ajenas". Me encanta haberla encontrado, pues describe lo que me pasa con los fanáticos del presidente. Qué fácil sería mi vida si, a pesar de las ollas podridas que se destapan aquí y allá, yo siguiera pensando que todo está de maravilla. Me da envidia porque creer es más cómodo que pensar, porque en la fe no hay matices, no hay incertidumbre, no hay grises sino un clarísimo blanco y negro. Me da glaubensneid, porque si creyera no perdería el tiempo analizando las razones, motivos y propuestas de los demás; todo se reduciría a la fórmula buenos versus malos o, mejor, amigos versus enemigos (de la patria). Cada vez que al presidente se le saliera el arriero y calumniara o maltratara a uno de sus opositores, yo diría que es muy bueno que El Mesías no se deje joder, que ponga en su sitio a esos malditos traidores.
Nuestra siguiente parada es la patria de Sandokán, en el sureste asiático. Malasia se parece a Colombia porque también está dividida en dos. Solo que a una la divide el Mar de China mientras a la otra la dividen las ansias de poder, la desigualdad, la corrupción, el resentimiento, el lucro y el odio. En todo caso, al parecer un malayo emberracado es más peligroso que un colombiano ídem, ¿o no?..., no sé, a lo mejor es lo mismo, ustedes juzgarán por su cuenta. Amok es una palabra malaya que significa "estar fuera de control y matando gente". Generalmente se utiliza acompañada del verbo correr, "correr amok", y se aplica a la costumbre de salir a la calle armado y matar a todo el que se atraviese en el camino hasta encontrar la muerte. Es una forma malaya de suicidio que tiene como premisa "si voy a morir, me llevo a unos cuantos". Stefan Sweig cuenta que en las calles de Kuala Lumpur era común ver a alguien que corría degollando a todo el mundo con su daga (kris). La gente alrededor gritaba "¡amok, amok!", para avisar a los demás que se apartaran; el baño de sangre se detenía cuando alguien lograba matar al corredor amok. En inglés se utiliza a menudo la expresión run amok para describir masacres como la de Columbine o, si nos ponemos más locales, la de Pozzetto. A propósito, me surge una pregunta: ¿se puede hablar de muchedumbres que corren amok, como jaurías de lobos enfurecidos? Si fuera así, acá en Colombia habría muchos casos de amok colectivo. Por ejemplo, la columna o el frente tal que llega a un caserío y mata a una, o diez, o cien personas. A bala, a pipetazos, a machete, a tiros, a garrote. Cuando amanezco más pesimista creo que el país entero está corriendo amok.
Los inuit, mal llamados esquimales, tienen una palabra para describir la larga espera que precede a un acontecimiento súbito: quinuituq, paciencia infinita. Una espera de días, meses o años por algo que dura un segundo. Quinuituq que tiene el Coronel de Gabo cuando pregunta si hay algo para él en la oficina de correos; o un secuestrado que espera en cualquier momento la libertad o la muerte; o quienes perdieron todo y ahora solo los puede salvar un milagro.
Cuando estemos mejor, tal vez podamos usar la japonesa amaeru: "depender y contar con la benevolencia de otro"; la hawaiana aloha: "amor, afecto, gratitud, amabilidad, compasión y pena al mismo tiempo"; o la que más me gusta, la también esquimal naklik: "hacer cosas buenas a quien se quiere". Pero tampoco es para deprimirse: el lenguaje también ha florecido en estos lares. Por ejemplo, con el sufijo narco aplicado a diestra y siniestra hemos logrado incontables conceptos, algunos tan peculiares como narcomico y narcocasetes. Agrandamos en muchas hectáreas el campo semántico de la palabra elefante. Hemos inventado formas de matar como el corte de franela y un oficio tan pintoresco como el de lavaperros. En fin, tenemos las palabras que nos merecemos.

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