5 de abril de 2004

Un señor yate

Trasnocharse pensando en comprar el yate más grande del mundo está mandado a recoger. El Marquis 59 pertenece a esa nueva 'raza' de yates más compactos pero rodeados de lujo. Y, claro, de agua.

¿Ha soñado alguna vez con navegar por el mundo a bordo de su propio yate? ¿Se ha imaginado anclando a poca distancia de una playa virgen, acompañado por una hermosa mujer en bikini que le pide el favor de ponerle bronceador sobre la espalda? ¿Ha pensado en cómo sería su vida si solo tuviera que preocuparse por tener siempre a la mano unos lentes oscuros, una botella fría de champaña y un buen disco de soul para oír entre ola y ola? Soñar no cuesta nada, pero lo que definitivamente sí cuesta, y bastante, es una embarcación como esta, que hace poco se convirtió en el atractivo central de la última feria de botes de Fort Laurderdale. El Marquis 59 hace parte de una nueva generación de yates a motor de proporciones mucho más reducidas, pero con todos los lujos de las de mayor calado. Cuenta con dos habitaciones, una principal y otra para invitados, equipadas con baño, camas king size, pantallas de video en plasma, DVD, equipos de sonido y minibar. No podía faltar, por supuesto, una sala con un home theatre, una cocina, una parrilla al aire libre, una bodega para los equipos de buceo y dos puentes de mando, uno bajo techo y otro donde el aire salado golpea directamente la cara.
El 'marqués de la mar' es el resultado del trabajo conjunto de cinco destacadas empresas de la industria naval, cuatro norteamericanas y una europea. Nuvolari-Lenard, de Italia, se encargó de darle un tono elegante y moderno a la línea exterior; Donald Blount & Associates y Ward's Marine Electric estuvieron al frente de las minucias relacionadas con la estructura tecnológica y eléctrica de la nave; A La Mer, diseñó todos los espacios interiores y Carver Yachts, una ensambladora de botes de lujo y pesca de Wisconsin, se encargó de supervisar todo el proceso de construcción de este palacio flotante que nos tiene soñando a todos. Volvemos a decirlo: soñar no cuesta nada, pero llegar a cumplirlo cuesta en este caso más de un millón de dólares.