19 de octubre de 2009

Vergüenza ajena

Por: Eduardo Arias
| Foto: Eduardo Arias

Si yo hubiera sido un médico de la Edad Media, de aquellos anteriores a la investigación experimental que especulaban con la imaginación para explicar el origen de cada enfermedad, seguramente habría descrito la vergüenza ajena como ese mal en el cual el afectado siente que los fluidos del estómago pasan al hígado, los de los intestinos al riñón, los de la vesícula biliar al sistema linfático. Es tal la sensación de malestar que provoca la vergüenza ajena que a ratos uno quisiera morirse por delitos o pecados que cometen otros.

Por principio uno debería evitar al máximo aquellos escenarios donde es muy probable padecer un repentino episodio de vergüenza ajena. Uno de ellos es la televisión, que los produce en proporciones alarmantes: para la muestra, algo así como el 95% de los programas de la RAI. En la TV colombiana tampoco falta. Ejemplos: cada vez que en la antesala de algún partido de fútbol importante, los reporteros de la televisión le piden a cualquier espontáneo que narre un gol imaginario de la selección Colombia. En los magazines de televisión, cuando los cantantes invitados, sin que se lo pidan los presentadores, deciden cantar a palo seco, es decir, a grito herido: vociferan, desafinan, gesticulan...

Otro escenario de alto riesgo son las ruedas de prensa que ofrecen los artistas famosos que llegan a Colombia. Qué tal las vergüenzas ajenas que nos hacen padecer los reporteros de los noticieros que "en nombre de la Organización y en el mío propio te damos la bienvenida a Colombia" para, acto seguido, hacer la consabida pregunta acerca de cómo les han parecido las mujeres colombianas. Personajes como Charly García no tienen inconveniente en contestarles "y qué sé yo, acabo de bajarme del avión, no he visto a ninguna". O los que hacen preguntas del tipo: "Joan Manuel, ¿qué harías si encontraras una guitarra flotando en el Mediterráneo?".

Aunque la peor de todas las vergüenzas ajenas que jamás he sentido en la vida la viví a comienzos de los noventa, en una rueda de prensa que ofrecieron los integrantes del grupo mexicano Magneto. Al terminar una eterna rueda de prensa, los enviados de los distintos programas musicales les pidieron un saludo. Despacharon sin mayor interés a Panorama, El show de las estrellas y demás y, vaya uno a saber por qué, les dio por enviarle toda clase de mensajes a Jimmy, acompañados de gestos y muecas: "Hola, Jimmy, eres el rey de la pantalla", "Jimmy, nos encanta verte al aire". En aquellos tiempos Jimmy Salcedo llevaba varios meses en estado de coma y los asistentes a la rueda de prensa, casi paralizados, nos mirábamos unos a otros sin saber qué cara poner.

Pero a veces esa sensación de vergüenza ajena, cuando la provocan quienes ejercen el poder, viene acompañada por un componente aún más corrosivo: la ira. Provocan vergüenza ajena e ira, en proporciones similares, la sonrisa sinuosa y torcida de Luis Carlos Restrepo cada vez que ofrece alguna declaración en la televisión. Uribito: 65% ira y 35% vergüenza ajena provoca cualquier aparición de Uribito. Desde su pinta de querubín sabiondo hasta sus fallidos intentos para lucir ingenioso cada vez que abre la boca suelen provocar peligrosísimas sobredosis de vergüenza ajena e ira (con el agravante, en mi caso particular, de que compartimos el mismo apellido, qué desgracia tan infinita). Más vergüenza ajena e ira me provocan imágenes como la del señor banquero del parche, con su pinta mitad de pirata y mitad de coronel de las SS, dándole su visto bueno a la reelección y ni hablar del propio presidente Uribe, cuando abusa de las palabras patria y compatriota; cuando invoca a Dios y posa de rezandero y devoto de curas y santos paisas delante de las cámaras de televisión; cuando se disfraza de campesino, de arriero; cuando se pone fracs dos tallas menores, cuando se muestra cuan enano es en las cumbres de presidentes, cuando confunde las Naciones Unidas con un consejo comunitario.

Y, volviendo a la vergüenza, ya sin ira pero con preocupantes dosis alarmantes de depresión, por razones de nacionalidad la siento como propia cuando veo que a más y más colombianos les parece digno, respetable y saludable vivir en un país gobernado por un puñado de avaros y corruptos descarados, que se saltan las reglas cada vez que les viene en gana. Como los mafiosos.

Álvaro Uribe Velez políticos colombianosEscándalo políticoPolíticos PolíticaEntretenimientoHumorEduardo Arias