30 de enero de 2014

Columna

La virgen puta

¿Qué hace que una mujer virgen se convierta en un bien altamente apreciado? ¿Por qué son despreciadas las putas?

Por: Margarita Rosa de Francisco
| Foto: Ilustración: Luis Carlos Cifuentes

Quería saber cuáles eran sus favoritas, ya que cada persona tiene su propio catálogo, incluida yo, por supuesto. Su respuesta derivó en un asunto todavía más interesante, pues dentro de su lista, como buen español, estaban todos los “me cago en ...”, seguidos de símbolos religiosos: Dios, la Hostia, el Copón Divino, también de figuras no menos respetables como, Tus Muertos y la infaltable Tu Madre. De todas las que me refirió con el mismo encabezado, la que más me llamó la atención fue la que terminaba en la Virgen Puta. Y más todavía cuando me contó que en la romería del Rocío en Huelva, España, donde cada año se le rinde culto a la Virgen patrona del lugar, es común que específicamente los hombres, entre sus vivas y alabanzas, le dirijan al inmaculado ícono blasfemias como esa de tan sofisticado calibre, en exacerbado retruécano para expresar su idolatría por la Señora.

El tema de las groserías pasó de largo dentro de mis curiosidades y fue sustituido por el paradigma más utilizado en la construcción de su significado. La Madre se gana el primer puesto. La Puta Madre, la Madre que te parió, Malparido, Hijo de puta. A veces no más con decir “la Madre” como interpelación, ya cumple el objetivo de una ofensa.

La Madre es la representación de mujer más completa posible. En ella está consumado su papel en el mundo, es ella la que finalmente dona su cuerpo como asiento de la descendencia humana y la que puede incluso llegar a decidirlo. El hecho de ser el blanco más certero para deshonrar a alguien es un indicador de su poderosa importancia como entidad sagrada para el individuo. ¿Entonces qué le pasó a la historia, qué le pasó a la religión, qué les pasó a tantas civilizaciones con la figura de la mujer, que les resulta todavía hoy tan amenazante, tan necesario silenciar, disminuir, menospreciar, ignorar, agredir? ¿En dónde se origina esa contradicción milenaria que nos tiene presas entre los vértices de vírgenes y putas?

Para ocuparnos por ahora de un solo aspecto del universo femenino: ¿de dónde viene el valor tan moral que se le ha dado a su sexo? ¿Qué hace que una mujer virgen se convierta en un bien altamente apreciado? ¿Por qué son despreciadas las putas? ¿Por qué una madre puta es una madre indigna? ¿Por qué la virginidad de la mujer es custodiada? ¿Por qué los hombres van donde las putas y no soportan ser hijos fecundados en vientres de putas y mucho menos tener una hija o una hermana puta? ¿Por qué la excelencia del insulto culmina en un “hijo de puta”?

Entre las muchas objeciones que me generan las religiones que obligan a la mujer a taparse, a callarse y a culparse como si ella misma por maldición divina fuera el pecado original hecho carne, está precisamente la Virgen del catolicismo, credo cuyos preceptos misóginos están aferrados como lapas en la entraña más profunda de nuestra cultura.

Dentro del delirio de los santos designios no existió cuerpo de mujer que sirviera para parir al Hijo de Dios. Por eso hubo que crear su negación a través de una mujer pasada por límpido, que no diera a luz con la sangre de sus vísceras reales, una mujer ausente de su propio deseo, una madre inconsciente de su sexo, ¡una madre virgen!

La madre virgen me parece todavía más insultante que la virgen puta. Es el contrasentido que nos tiene ahogadas desde hace años en este mar de confusión con respecto a nuestra genuina integridad como género. Es lo que hace que a mí, por ejemplo, me resulte insoportable imaginar cómo me engendró ella, mi madre, la mujer. Como si ese pedazo quisiera saltármelo al haberme sido inoculado el anhelo alucinado de ser concebida por obra y gracia de un espíritu higiénico, como le ocurrió al Mesías. Una madre virgen es una mujer absurda con la cual es imposible identificarnos y gracias a este indigerible recurso también muchos hombres de nuestra sociedad se debaten torpemente en su revoltijo de ideales sobre nuestra pureza; por eso los hay borrachos de tanta virgen, no tienen la lucidez para detectar, o siquiera para preguntarse dónde está enraizado el pecado de la mujer y mucho menos la capacidad de rescatar su legítima virtud, aunque no se parezca a la Santa Madre de Cristo y se vista y se comporte como una puta.

@Margaritarosadf

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