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10 de diciembre de 2003

112 de la policia

Por: Daniel Salazar

Son las ocho en punto de la noche. El frío glacial que se cuela por los corredores de la Dirección de la Policía se disipa cuando ingresamos a un salón de 260 metros cuadrados en donde, a pesar del aire acondicionado, está haciendo mucho calor. "Este es el Centro Automático de Despacho de la Policía", nos dice el coronel Vargas, director del CAD. "Aquí es donde funciona el 112 desde hace más de 20 años".
El coronel nos lleva hasta el fondo del salón, a una tarima de cuatro metros cuadrados donde se encuentran los supervisores. En esa tarima se controla todo: la ciudad, el curso de los casos más relevantes, el trabajo de los operadores. Allí nos presentan con la mayor Nancy Virgüez, quien está al mando desde las seis de la tarde y nos acompañará hasta la media noche, cuando el próximo equipo venga a relevarla.
Una marea de tecleos y murmullos inunda el salón. En el centro, en una hilera de veinte cabinas, se encuentran los bachilleres que reciben las quejas del 112. Ellos seleccionan los casos según su ubicación y los remiten a los demás operadores que hay a su alrededor. Estos últimos se encargan de resolver cada problema desde sus sillas dirigiendo por radio a todas las patrullas de Bogotá. "En este salón se encuentra el corazón y cerebro de la Policía Metropolitana", nos dice el Coronel. "Desde aquí, un equipo de 52 personas vela las 24 horas del día por la seguridad de la ciudad".
En la pared del fondo, tres agentes, encargados de anotar los boletines de todo lo que ocurre hoy, van llevando en un tablero el conteo de las muertes y los robos cometidos hasta el momento: cinco muertos -tres por arma de fuego, dos por accidente de tránsito, uno por riña-, dos atracos a la salida de los bancos y siete carros robados.

Comienza la noche
En un viernes como este, el 112 de la Policía
recibe unas 25 mil llamadas durante el día. Y entre la noche y el amanecer, alrededor de seis mil. La mayoría es de gente desesperada por el ruido de sus vecinos o por riñas -ya sean callejeras, en establecimientos o intrafamiliares-. También los llaman a insultarlos, a coquetearles, a hacerles pegas; extranjeros preguntando direcciones; niños que piden ayuda para las tareas; incluso, gente que no puede dormir por un gato que no se calla. El mes
pasado tuvieron que atender el caso de un mico que se subió a los cables de la luz y cuando llegaron, el animal ya estaba rostizado. De las 291.175 llamadas que recibieron en octubre, 19.500 fueron falsa alarma. Pero todos los casos, por sencillos que sean, deben ser atendidos. El CAD cuenta con un sistema de computadoras gigantesco que recibe hasta 60 llamadas simultáneas, pero solo se pueden atender de a veinte. Por eso, cada llamada debe durar alrededor de un minuto -tres si es algo demasiado grave- y ninguna patrulla puede durar más de seis minutos resolviendo un caso.
A las nueve de la noche, una llamada sobresale de las demás: un carro lleva demasiado tiempo parqueado en la diagonal 5ª B con 40. Dentro hay cinco sujetos en actitud de sospechosa espera. Podrían ser ladrones de casas. Cuando los registra la Policía descubren que las placas
están alteradas y que tienen una pistola calibre 38 en la guantera. Como por arte de magia, después de esa llamada las líneas comienzan a acumularse y los murmullos se intensifican. A las 9:30 p.m., un tipo es herido con arma blanca en la 22 con 46. Quince minutos después, un bus y un carro particular se estrellan en el barrio Rafael Uribe Uribe. Los del carro se encuentran muy graves. "Aquí uno se entera de casos terribles", me dice la mayor Nancy. "A veces, cuando llego a mi casa, ni siquiera puedo pegar el ojo de lo impactada que quedo".
A las diez de la noche, el ritmo cardiaco se dispara. Las llamadas se acumulan más, la temperatura del lugar aumenta. Una señora de sesenta años muere atropellada en Chapinero; media hora después, otra mujer es apuñalada cuando tratan de robarle la cartera -la Policía llega a tiempo y captura al asaltante-. A las 10:40 p.m. reportan que dos de los cinco presuntos ladrones de casas tenían ya orden de captura.
Además del 112, el CAD también tiene un sistema de video con el que vigila, a través de 133 cámaras y en tres estaciones diferentes, los puntos más neurálgicos de Bogotá (33 de ellas se vigilan en esta sala). El subintendente Fajardo es el encargado de monitorearlas todo el tiempo. "Gracias a estas cámaras, la Policía ha salvado muchas vidas", me dice. "Pero en la noche la gente se vuelve loca. Uno trata de no perder ningún punto de vista. Pero es muy difícil estar a la vez en tantos lados".
A las 11:00 p.m., un conductor que iba para Corabastos es encontrado amordazado dentro de su camión en la localidad de Suba. A las 11:40 p.m., una llamada del barrio Bachué da la alerta de que un tipo está haciendo disparos al aire. Los vecinos disgustados no dejan de llamar, la central apenas está dando abasto. Cada tres horas, los operadores pueden tomarse un descanso de quince minutos; van llegando uno a uno a una cafetería diminuta, aturdidos de tanto mirar el computador y de atender una llamada tras otra. El agente Rojas es el encargado de mantenerlos despiertos y concentrados a punta de un arroz con pollo de 2.500 pesos y de un tinto delicioso de 200. Antes de medianoche, la situación comienza a tornarse crítica. "Espere a que llegue el siguiente turno", me dice la mayor Nancy. "A las 2:00 a.m. la cosa se complica".
Media noche
Son las 12 de la noche. Hora del relevo. La mayor me presenta al capitán Castellanos, quien desde ahora asume el mando. Los que se van tendrán que volver al mediodía para seguir trabajando.
Los operarios se saludan, se informan de todo lo que ha pasado hasta el momento y, mientras unos recogen sus chaquetas, los otros se van sentando en las sillas calientes. Los datos del tablero se borran y el conteo empieza de nuevo.
Pero los casos graves no dan tregua: a las 12:20 de la noche una pandilla de hinchas del Nacional coge a piedra las ventanas de algún sector de Kennedy. A las 12:30 se roban dos carros en el norte, y un cuarto de hora más
tarde se roban otro en el centro.
El subintendente Álvarez, que ahora monitorea las cámaras, me hace una pasada por la zona de tolerancia, en la 19 con Caracas. En la cuadra de arriba han tenido que hacer varias requisas. "Esa zona, donde las enjauladas, es uno de los sitios más peligrosos de Bogotá", me dice. Dos cuadras más abajo, en la calle de los travestis, están atracando a los primeros borrachos.
A la 1:25 a.m. una mujer es reportada muerta dentro de su casa en Kennedy. La encontraron en la cama con una bolsa en la cabeza. Están tratando de establecer qué fue lo que pasó. "A pesar de que la ciudad está más segura, en los últimos meses han aumentado los casos de suicidio y violación", me dice el capitán. "Usted no sabe las cosas que pasan en esta ciudad".
A las 2:00 a.m., contrario a lo que me habían dicho, las llamadas disminuyen. Comienza a sentirse cierta calma en el ambiente.
Sábado 3:00 a.m.
La bulla vuelve una hora después: la gente está saliendo de la rumba; las calles se vuelven a llenar. En la avenida Chile se están reportando muchos atracos. En la 17 con 17 apuñalan a un tipo en una riña cuando salía de una discoteca. Lo llevan a urgencias del hospital del Olaya.
A las 3:20 a.m., las cámaras registran en la esquina de las enjauladas a una nube de putas y proxenetas que deja casi desnudo a un pobre borracho. La Policía llega con un camión y se los lleva a todos. A las 3:30 a.m., una fábrica de billares se incendia en la Caracas con 35 sur. A las 3:40 se da el reporte de que el muchacho del Olaya acaba de morir. Por primera vez veo la cara de derrota en el capitán Castellanos.
Las localidades más críticas son Suba, Engativá y Kennedy. Cada fin de semana suman entre diez y catorce mil casos efectivos. En estas zonas trabajan los operadores más experimentados, que saben no desesperarse cuando llegan a tener hasta quince casos al mismo tiempo. "Seis horas de trabajo son más que suficientes", me dice uno de ellos. "Muchos de estos casos son de gravedad y es urgente llegar a tiempo al lugar. Pero uno no acaba de despachar un caso cuando ya aparecen en fila otros siete. Esto es una carrera contrarreloj de la que dependen siempre muchas vidas". Pero la bulla solo dura una hora. A las 4:00 a.m., todos coinciden en que esta ha sido una noche calmada. Solamente el atraco de un jeep a un coronel del ejército, a las 4:30, vuelve a
poner tenso el ambiente.
Las llamadas han dejado de acumularse. Los operadores ya comienzan a hablar entre sí. A las 5:00
llega el reporte de todo lo ocurrido el día anterior: el pasado catorce de noviembre hubo 6 homicidios, 5 atracos, 13 casas robadas, 10 establecimientos saqueados, 8 vehículos robados y 17 recuperados, 40 armas de fuego decomisadas, 121 capturados, más de 4 kilos de marihuana incautados y una mujer violada en Bogotá. El capitán Castellanos me dice que, a pesar de todo, el balance es alentador.
El espacio entre las 5:00 y las 6:00 a.m. es el más duro. Abundan los bostezos y las caras de trasnocho. El fotógrafo y yo nos estamos cayendo del sueño. Ahora las llamadas son muy pocas: unas dos o tres cada minuto. La gente ya no ve la hora de que comience a amanecer. Pero el tiempo pasa lentamente. Por fin, en las cámaras de monitoreo, las calles vacías comienzan a inundarse de un azul blanquecino. En el río del eje ambiental se reflejan los primeros brillos del sol que amanece. A las 6:00 llega el segundo relevo. Los agentes, recién bañados, reciben el puesto mientras los otros se van con los ojos agrietados. El subcomisario González, que acaba de recibir el mando, me hace un balance positivo de la jornada. "Hay noches con mucho más ajetreo", me dice. "Imagínese donde le hubiera tocado un atentado" (esa misma noche lanzarán las granadas al
local de la Zona Rosa donde murió una persona).
Las cámaras muestran poco a poco cómo la ciudad se llena otra vez de personas. Salimos a una avenida El dorado nublosa, en donde hace el mismo frío glacial de la noche anterior; solo que esta vez está la luz pálida que trae el día, justo después de que suenan las 7:00 a.m. en el reloj.