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16 de septiembre de 2003

Alejandro Villalobos Vs. Juan Carlos Garay

Yo contra el "mamerto"

Por Alejandro Villalobos

Me invitaron a subirme a este ring virtual de SoHo para enfrentarme a un 'mamerto', como muchos lo llaman. Mi contrincante, Juan Carlos Garay, es un difícil rival para un tipo que, como yo, hace parte de la cultura pop. ¿No creen?
Lo primero es informarse un poco del oponente, y aunque he leído a Garay en Semana (a propósito: cada vez le publican menos), entiendo que ha pasado por todas las emisoras culturales del dial y que, finalmente, terminó traicionando su propósito musical para sentarse en la mesa de trabajo de La FM, una de esas emisoras que tanto criticó en el pasado. Tengo la impresión de que Garay es de esos tipos a los que ninguna película les gusta y que creen que la mitad de los libros que pasan por sus manos son un atropello a la literatura. Él tiene la verdad absoluta de lo que es la cultura y, ¡cuidado!, que no nos le atravesemos quienes estamos en el camino equivocado. Pinta complicado este match.
Ahora debo mirar qué tengo yo para dar la pelea: soy un tipo de 37 años, apasionado y feliz con mi trabajo (hace 17 años estoy en el rollo de las emisoras pop); disfruto al máximo, sin que me de oso, una canción de Madonna o una de Serrat, o una de Vives; me encantan películas como Loco por Mary, Corre, Lola, corre o Air Force One; Al diablo la maldita primavera y Rosario Tijeras me ayudaron a chicanear, con tipos como Garay, sobre lo que había leído. Y ya que vuelvo al contrincante, se me ocurre que esta no sería la primera vez que me enfrento a un 'mamerto', a un dios de la verdad musical. A finales de los ochenta, cuando comencé en la radio, las críticas por poner "dizque rock en español" eran continuas. "¿Cómo se atreve?", me preguntaban día y noche, sin descanso. En los noventa pedían mi cabeza por no programar sus grupos undergroud: "Villalobos recibe dinero a cambio de sonar música en radio", afirmaban en la prensa. "Lo que faltaba, ese Dj ahora programa música de esa barranquillerita manteca", comentaban cuando oían ¿Dónde estás corazón? Y ahora, en el nuevo milenio, aceptan escribir para una revista supercomercial y light. ¿Como para decir qué?
¿Que estoy muy viejo para trabajar en radio juvenil? Walt Disney no era un niño: solo amaba su trabajo. ¿Que me quedé estancado en mi trabajo? Hace 15 años era solo un Dj, hoy dirijo, con mucho orgullo y divirtiéndome, la cadena de emisoras pop número uno en Colombia. ¿Que mi vida es andar con modelitos? Ojalá cuando tenga 70 años pueda seguir haciéndolo. ¿Por qué, me pregunto, será tan malo el pop si hasta el gran ídolo de Garay, Eric Clapton, terminó haciendo canciones para películas de Travolta? Los Beatles interpretaban canciones con mensajes como "all you need is love" o "she loves you". ¿Será eso un crimen? Y en cuanto a la radio, ni sumadas todas las emisoras culturales donde alguna vez trabajó Garay tienen la mitad de sintonía que una de corte popular. ¿Será, Garay, que el 80 por ciento de los radioescuchas están equivocados y no diferencian lo malo de lo bueno?
¿Saben qué? Realmente no sé si subirme a este cuadrilátero, donde los 'jueces-lectores' finalmente fallarán por su propio gusto: al que le gusta vivir descomplicado, tomarse un trago en un bar y cantar una canción de Juanes sin avergonzarse tal vez esté de acuerdo conmigo. Pero quienes crean que la cultura pop es un asco, que el gusto popular no vale, que las emociones de la masa están mal educadas, que reírse en cine es hueco, que ir a la Zona Rosa a ver gente es una estupidez y que una mujer linda es un desperdicio.... a los que creen eso, ¿¡qué hacen con una SoHo entre manos, 'mamertos'!? Que pelee Garay, yo dejo así.... y cáigale el guante a quien le caiga.


El hombre que no tuvo infancia

Por Juan Carlos Garay

La vida, que está llena de paradojas, me llevó a trabajar bajo el mismo techo de mi antagonista. No compartimos micrófono ni frecuencia, por fortuna, porque nunca hemos compartido la opinión de lo que debe ser una programación radial. Pero ahora me sucede que fácilmente me cruzo con Alejandro Villalobos en las escaleras de RCN y la sensación es la de un espejo inverso: un reflejo de las muchas cosas que jamás quisiera llegar a ser.
Mi crítica a Alejandro poco tiene que ver con
lo que sus detractores más detestan: el oírlo, después de todos estos años que han pasado, obstinado en utilizar la radio para difundir temas de conversación pueriles y chistes escatológicos. Eso es problema suyo y mi opción es simplemente cambiar de emisora, aunque no deja de parecerme un espectáculo triste porque me recuerda aquella frase de Shakespeare: "Qué grotescas se le ven las canas al bufón".
Hace cerca de quince años, Villalobos iniciaba su etapa de gloria en la radio juvenil con un personaje llamado Don Fulgencio, producto de jugar con un aparato que altera frecuencias de voz. Ni siquiera era un invento suyo: a Don Fulgencio lo había creado Jorge Marín en 1989, lo dejó en manos (en voz, mejor) de Alejandro durante unos meses, y lo retomó al año siguiente. El aporte de Villalobos al personaje no fue gran cosa; en realidad fue Marín quien le dio la personalidad desfachatada y lo llenó de humor negro. Sin embargo, hoy que todos hemos madurado, a Villalobos se le escucha aún en las ondas juveniles con apuntes tan similares que no puede uno dejar de recordar a ese otro Fulgencio: el de las tiras cómicas del dibujante argentino Lino Palacio, que se anunciaba con el subtítulo de "el hombre que no tuvo infancia".
Pero, insisto, lo que me preocupa de Villalobos no es su fobia a madurar. Me parece que lo verdaderamente grave es que no supo estar a la altura de las circunstancias que le impuso su historia. Por su acogida fácil entre los adolescentes, la vida le regaló la fortuna de guiar los gustos musicales de la juventud. Pero sucede que estos regalos vienen a veces acompañados de ciertos sacrificios, y para Villalobos eso significaba una sola cosa: tenía que aprender de música, para así transmitir buenos criterios a sus oyentes.
A cambio, decidió tomar el camino fácil. Su método de programación consiste en tomar una veintena de canciones, hacerlas sonar una y otra vez (siempre en distinto orden, para que no se note tanto) y cambiarlas cuando ya se gastan y el público termina, no satisfecho, sino hastiado de escucharlas. De aquella desfachatez de Don Fulgencio, el personaje que nunca terminó de interpretar, le quedaron a Villalobos resabios vergonzosos, como la ocasión en que le admitiera en una entrevista a Pilar Castaño que él no sabía nada de música. A juzgar por los criterios de programación que mantiene La Mega, todavía no se ha preocupado por solventar ese pequeño problema.
Por mi parte, dejé de escuchar radio juvenil cuando descubrí que la Música (con mayúscula) es mucho más que una veintena de temas pegajosos. De vez en cuando voy moviendo el dial y lo escucho que dice, por ejemplo, que no tiene idea de quiénes son Los Amigos Invisibles mientras de fondo suena, para mi incredulidad, una canción de Los Amigos Invisibles. Entonces pienso que ojalá alguien le diga al oído un día que Fulgencio está muerto y enterrado, que el tiempo ha pasado y es hora de crecer.