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17 de febrero de 2009

Testimonios

Yo empecé como vendedor de helados

Amaranto Perea (futbolista) cuenta que empezó vendiendo paletas

Por: Amaranto Perea (futbolista)
Amaranto Perea, antes de jugar en la primera división del fútbol colombiano, cuando alternaba sus entrenamientos en el Deportivo Antioquia y la venta de helados en las calles de Medellín. | Foto: Amaranto Perea (futbolista)


Siempre se ha tergiversado mi historia: que vendía paletas porque me estaba muriendo de hambre, que las vendía en el estadio, en fin. Esta vez quiero contarla para que se entienda bien. Mi infancia fue como la de cualquier niño en Colombia. Nunca tuve lujos, pero me alcanzaba para lo necesario gracias a mi padre que, con mucho esfuerzo, se las arregló para sostener seis hijos. Yo siempre quise ser futbolista y tenía claro que en Urabá no iba a llegar a ningún lado, así que decidí probar suerte en Medellín. Se lo conté a mi padre, quien me apoyó en todo momento, y con 14 o 15 años, no recuerdo bien, fui a probar suerte a la capital antioqueña, donde prácticamente no conocía a nadie. Un amigo del pueblo en el que nací, Curulao, llevaba muchos años en Medellín, a él  le pedimos estadía por un tiempo; hablamos luego con el Deportivo Antioquia, club de la Primera B, donde pasé las pruebas y empezó esta aventura, por llamarla así.

Ya encarrilado, le dije a mi padre que no se preocupara por mí, que él siguiera levantado la familia, que yo iba a subsistir a mi modo. Y el modo fue vender helados. Vendía en los barrios Belén y Laureles, también cerca al estadio, pero nunca en la puerta ni adentro. Tenía amigos en el fútbol y de alguna manera me avergonzaba que me vieran trabajando de heladero. Hoy me siento orgulloso porque sé que soy un ejemplo de superación, pero no porque no tuviera a mi padre, sino porque yo me la jugué así, quería ganar mis cosas yo solo y nunca perdí mi objetivo. Combinaba mi trabajo con los entrenamientos, lo cual era difícil. Yo estaba en las inferiores del equipo, aunque varias veces entrené con los mayores. Vivía en Itagüí, y antes de empezar con los helados trabajé en una ensambladora de calzados, donde organizaba las hormas con las que se hacían los zapatos, me tocaba mantener el local limpio. Fué un par de años difíciles.

Yo era el típico vendedor de paletas del carrito y la campana que se puede ver en cualquier calle de Colombia. Vendía de todo: helados de crema, paletas de fruta, y tenía una estrategia que era la que usábamos todos: cuando veíamos una familia le mostrábamos los helados a los niños para que los padres empezaran a comprar; entonces si habían comprado siete u ocho productos, hacíamos la cuenta encima de lo que valía. Un Capricho, uno de los productos, podía valer 700 pesos, nosotros lo vendíamos en 1500. Ahí estaba nuestra ganancia. Íbamos a la fábrica, recogíamos el producto, lo vendíamos, cuando volvíamos se contabilizaba, se pagaba y las ganancias eran nuestras. Lo bueno es que no teníamos que sacar de nuestro dinero para pagar. Nos daban el pedido y a partir de ahí lo que no se vendía se devolvía.

El entrenamiento duraba entre una hora y media y dos, después me tocaban unas siete horas de trabajo y, claro, de tanta caminadera me daba hambre y me comía uno que otro helado. Todo el tiempo estaba cansado, llegaba a casa a altas horas de la noche, tipo nueve, después de no haber parado en todo el día. Y a la mañana siguiente como si nada, madrugar a correr con el equipo. Estaba haciendo un sobreesfuerzo porque todo el día utilizaba mis piernas, no tenía tiempo para descansar y no podía rendir en los entrenamientos a un mayor nivel.

Hubo un momento en el que durante unas semanas, un mes de golpe, no fui a entrenar tantas veces como era necesario. Mi padre se enteró y me llamó a recordarme que mi objetivo no era trabajar sino ser jugador de fútbol, y que para trabajar en Medellín mejor volvía a casa y seguíamos intentando echar para delante de alguna manera. En ese momento tomé otra vez conciencia de mi objetivo principal. Del Deportivo Antioquia pasé a otros equipos, el Palacio de las Novias y Big Boys, donde me daban vivienda y alimentación, con lo que pude pensar solo en fútbol. Fue Julio Comesaña el que me dio la oportunidad de llegar al profesionalismo. Un día fuimos a probarnos siete jugadores al Medellín: solo quedé yo.

Hoy recuerdo mi historia con alegría. Cuando voy a Medellín y veo a niños vendiendo paletas me resulta inevitable recordar mis inicios. Todavía me quedan unos años acá en Europa al máximo nivel con el Atlético de Madrid, luego quisiera volver a Colombia y hacer mucho por nuestro fútbol.

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