Home

/

Historias

/

Artículo

12 de junio de 2008

Opinión

5 verdaderas historias de amor

Su casa se quema. Gina, horrorizada… horrorizada y, además, embarazada, se abre paso entre el fuego para rescatar a Elías y a Allison, sus hijos de tres años y 19 meses. Los saca. Están vivos. Ella no tanto.

Por: Gustavo Gómez

1. Su casa se quema. Gina, horrorizada… horrorizada y, además, embarazada, se abre paso entre el fuego para rescatar a Elías y a Allison, sus hijos de tres años y 19 meses. Los saca. Están vivos. Ella no tanto. La llevan al hospital y los médicos, asombrados con el valor de esta mujer de 20 años, le practican una cesárea imposible: su cuerpo está cubierto de llagas. Dejan a la muerte con las ganas de conocer a Emanuel. Está tan quemada que no puede cargar al nuevo hijo. Le permiten verlo por 15 minutos. Nunca más vuelve a saber de él y él no sabrá de ella nada distinto a lo que le cuente más adelante alguien de la familia, un tío o una abuela, que lo siente en las piernas y le presente la historia de la mujer que, llevándolo dentro, se lanzó a una casa hecha fuego para que creciera sin madre pero con hermanos. Se acordará de ella todos los días. Uno en especial: Gina murió el Día de la Madre, en el que él no pudo regalarle nada y ella, en cambio, le regaló a él la vida y su propia vida.

2. Francisco se prepara para dejar de serlo. Se viene muriendo desde hace tiempo y no tenía idea. O no quería saberlo. Algo oculto, que dispara dentro de él y que tiene muy buena puntería, le destrozó un riñón y luego el otro. Su hermano Rodulfo, que es flaco y endeble, corre a arrancarse uno de los suyos para entregárselo a los médicos que atienden al moribundo Francisco. Rodulfo y Francisco ahora tienen menos riñones pero, qué ironía, más riñones en común. Francisco tiene el cariño de Rodulfo dentro y Rodulfo tiene dentro todo el amor del mundo por su hermano. Unos días después, Francisco muere. Rodulfo todavía anda por ahí. Aquello de que algo de él murió cuando murió su hermano no es para nada una metáfora. Le falta un riñón y le falta un hermano; le sobra coraje.

3. Julián conoció a Yeimmi, según relata un anónimo cronista de El Tiempo, poco antes de que alguien intentara violarla. El encuentro se dio en el Callejón de la Muerte, uno de los rincones más peligrosos del desaparecido Cartucho bogotano. Ella gritaba que la iban a abusar; él se ofreció a cuidarla y defenderla. La tragedia los hizo pareja. De día pedían limosna o robaban, de noche metían vicio y en la madrugada tenían sexo puro en medio de la porquería de una calle armada con los desechos de tantas vidas perdidas. Pero Julián no quiso que Yeimmi terminara como él y un día, a la fuerza, la montó en un bus y le dijo que lo dejara atrás, que fuera a rehacer su familia. Que quemara un último cartucho. Tres meses después supo que ella ya no metía, todo lo contrario: salía para Francia. No comieron perdices y solo ella fue feliz.

4. A Alejandro y a María Antonia se les fue la vida en quererse y en llenarse de hijos. Nacieron doce en 56 años de matrimonio. Y ninguno de los doce apóstoles del viejo pescador logró hacerle entender que a la muerte es muy poco lo que se le puede discutir. Cuatro días después de que María Antonia lo convirtiera en viudo, Alejandro juntó unas láminas de zinc, media docena de varas y algo de cabuya. Con todo, pero sintiéndose ya sin nada, armó un rancho encima de la tumba de su mujer. Allí pasa la mitad del día y algo de las noches haciéndoles compañía a los recuerdos. Tiene más de 75 años y 75 nietos y bisnietos. Y tiene a medio pueblo llamándolo loco. La otra mitad prefiere pensar en él como el más cuerdo de todos los enamorados de Tamalameque.

5. Roberto Vargas Celi publicó en El Espectador, año 1996, una carta que necesitaría explicaciones solo si quien la leyera fuera un tonto: "Mi esposa, Cielo Arias de Vargas, falleció recientemente en el municipio de Teruel. Para ella mis humildes palabras: llévame contigo, madre de mis hijos; llévame a tu lado, razón de mi vida; llévame, amor de mis amores; perdóname mi pobreza, mis incapacidades intelectuales, sociales y morales; en público te pido perdón por todo lo que sufriste conmigo; por eso mismo, te ruego, te lo suplico de rodillas, que intercedas ante el Todopoderoso para que me lleve de este valle de lágrimas". De 1996 a 2008 van doce años en los que podría haberse dado ya el milagro: que Cielo se haya llevado al cielo a Roberto.