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14 de febrero de 2003

Testimonios

Mi problema con Shakira con, Montoya y...

Hacía años que Antonio Morales no venía a Colombia. Implacable y lleno de humor negro, escribió para SoHo su visión de los ídolos que encontró. Tome aliento y camine con cuidado por cada una de sus líneas.

Por: Antonio Morales

Cuando los poderosos y con ellos los medios tras largas décadas de voluntaria ignorancia ‘descubrieron‘ que Colombia tiene una identidad, una cultura, una cuasi nacionalidad, desataron una tormenta mediática de patriotería que hoy imbuye a la población, a la orquestada ‘sociedad civil‘ de Visbal y Sabas Pretelt y a la manipulada opinión pública.



Resultado, un brote de sicosis colectiva de nacionalismo en el cual las expresiones y actividades de algunos colombianos en lo político, lo deportivo y lo cultural, han sido exageradas y magnificadas hasta convertirlas en fenómenos sociales de imagen, en delirios de masas no propiamente críticas, en autosatisfacciones pegadas con babas. El clímax de esta inversión de valores ?que también se cotiza en la bolsa? lo gozamos hoy, gracias a las andanzas parroquiales del dúo dinámico Uribe-Londoño que produce cataratas de banderitas (que deberían estar siempre a media asta), miles de kilómetros de pulseritas tricolores y todo tipo de triunfos nacionales igualmente mediáticos, virtuales y falsos, como el fin de la coca en el Putumayo, las reuniones de los sábados, la legitimación de los paras pronto reinsertados donde siempre estuvieron, el referendo, la derrota de la guerrilla o el ejercicio de la valdiviesca soberanía frente a los gringos. Uribe y Londoño, jefes scouts que mandan a los lobatos en el jamboree nacionalista de la bandeja corriente cara y el tinto tibio.



Música con preservativo



Si bien entre los compatriotas destacados hay verdaderos talentos ?el grandísimo García Márquez, cuya autobiografía es un texto perfecto de despellejamiento y de autocrítica donde se nos habla de una vida no solo perfecta sino sublime y no lejos de lo seráfico? surge entre bambalinas una sucesión de ídolos de barro y castillos de naipes, propios de los tiempos de crisis, de desesperación, hechos para aferrarse a ellos como a una tabla de distracción. Veamos.



Por el lado de los cantantes, los ídolos de cartón-piedra se multiplican en los escenarios. Mientras para el grueso público Shakira es sin duda la gran estrella nacional (aunque desde que canta en inglés parece más una de las estrellas de la bandera norteamericana), para la GCU o sea la Gente Como Uno, niños, adultos y ancianos ‘bien‘, la cantante no deja de ser una ‘lobita mal vestida que canta como una india‘, quizás por aquello de los Pies descalzos. Pero ella es más bien árabe, lo cual le debe producir ingentes temores a los directores de la inteligencia del estado que tienen o se inventan sicosis de aviones bomba. Ala, pero si nada más loba que la realidad nacional. Pero Shakira no es más que un producto, un ejemplo de la ‘dolarización‘, una estrategia más del Caracol para llevarnos con él y trastearnos a los territorios de la adoración, o sea, la compra de discos. ¿Un producto puede representar la identidad nacional? Bueno, ahí está la experiencia del hoy importado Café de Colombia? Desde luego el triunfo de Shakira es la exaltación de las masas medias y también de los compradores de pashminas. Puede ser, quien lo creería, un estímulo a esa movilidad social que tanto nos hace falta para, como dice el gobierno, crear ‘un país de propietarios‘, todos sapeados o autodefendidos. ¿Canta bien? Poco importa. Ahí está su Servicio de lavandería en clara alusión a una de las vocaciones más nacionales: blanquear dólares, en un país de contrabandistas donde, además, todo se copia igualito.



Y Juanes, un lánguido espectro, un celaje que traspasa las notas y los videos, cruzando impune las realidades nacionales, un muchacho tímido metido a grande, oficiante de la religión donde todo se pesa en Grammy, globalizado, mercancía paisa, experto en música con preservativo, también ídolo adorado, una televenta que el país aplaude.



La pollera camuflá



Si en los sectores medios y altos Shakira y Juanes ya hacen parte del inconsciente colectivo norteamericano, porque cada vez pretenden volvernos más gringos preparando la invasión solicitada por el Presidente, uno pensaría que esa identidad nacional podría surgir del combo, del populacho, de las legiones compuestas por 28 millones de desempleados, rebuscadores y llevados. Pero, ¡oh desgracia!, también allí los ídolos, aunque ciertos, resultan cuando menos incómodos. Basta ver a un Diomedes Díaz a quien la fama lo llevó al delito. ¿O ya antes era así de lumpen? Periquero como buena parte de los artistas, actores, periodistas y farándula en general, incluida en ella un sector de políticos light, fugitivo implicado en asesinatos, compadrero, cliente. Diomedes dios del pueblo y músico genial, pierde todo su valor enredado en su vocación de avión, ejemplo del colombiano malandroso, producto clásico como no pocos otros en esta era del país que bien podría ser llamada como el Narcotráficus Superior. A la cual no escapa Jairo Varela y su grupo Nietzche, por aquello del superhombre. Diomedes, de quien se dice que alguna vez tras uno de sus escatológicos conciertos sentenció, para no quedarse atrás de la filosofía Maturana: "Este país no necesita desarrollarse?sino venirse". Solo nos falta para sintonizar parte del alma nacional que ronda por las brigadas móviles, el Nudo de Paramillo de Castaño o el Yarí de Tirofijo, que alguien se le ocurra componer otro segundo himno nacional, esta vez con el título de La pollera camuflá.



Como si todas estas figuras de comparsa, estos gigantes de papier maché no fueran suficientes, como si Marbelle no estuviera casada con el sub júdice coronel Royne, una vez más al final del año nos vuelven a incrustar en el hipotálamo los 14 cañonazos bailables, para no olvidar que estamos en guerra y la que viene.



Pero bueno, ahí están los grandes, los no virtuales, los ciertos como Carlos Vives, los Aterciopelados, Joe Arroyo en cuya cara sus manchas son la maravillosa traza del jaguar tótem de Suramérica, todas las Petronas, el rey del despecho, los gaiteros, los miles de músicos humildes de todos los sones, Totó la Momposina que canta tan bien que con su voz le impone el ritmo a la tambora, semejante hembra, ¡Gloria eterna al gran Gali Galeano, verdad nacional, alfa y omega! En Colombia hasta las piedras bailan.



El rey del reencauche



Y nos siguen vendiendo chucherías. En el campo de la frivolidad, nos empacan luceros comprables, amasijos de carne cruzados por el bisturí. Son ellas ideales y reproducibles en los deseos del vulgo. Luminarias como la ‘Toti‘ Vergara, que anda por el mundo levantando novios. Y nos la embuten ?verbigracia- como un paradigma. ¿Natalia París al Referendo? ¿Silvia Tcherassi a la Academia de Historia? Y ahora que por sustracción de materia está de moda, por qué tenemos que soportar no solo a Catalina Aristizábal que nunca llegó a la India pues se quedó de rumba en Amsterdam, sino también a su sucesora? Falta que nos vendan como modelo, y quieren hacerlo, a la superestrella que nunca ha hecho nada, al valor de recambio permanente, al comodín, al jóker por antonomasia, a don Humberto de la Calle, el desfacedor de entuertos, el Quijote dialéctico, el sin papel, el bateador emergente. ¿Son acaso didácticos y propios de maestros el acomodamiento y la fofera intelectual? Parece que sí, pues ahí llega de nuevo el rey del reencauche.



El anapoimismo



Ah, los políticos? Grandes estrellas que se venden y que compran. No veo por qué haya que seguir venerando a César Gaviria como el gran estadista que nos dibujaron en aquella época, cuando la imagen triunfó sobre la realidad gracias a que los políticos se volvieron periodistas y los periodistas políticos para constituir un único y unánime poder. ¡Así quién no! Que tengan mucho cuidado los venezolanos con la ‘conciliación‘ del Presidente de la OEA, no va y sea que allá también acabe con el campo, la mediana industria y funde y construya una Catedral para meter a todo el mundo preso para que se fugue. Y Horacio Serpa, el gran batallador, ahora sentado al lado de Gaviria también en la OEA, representando a la Colombia de Uribe Vélez, viviendo esta vez de su condición de ‘ni chicha ni limoná‘. Y Noemí Sanín en España, embajadora como ella misma diría ‘por sus propios méritos‘, seguramente nombrada gracias al plan de la meritocracia de Pachito Santos, otro que se merece lo que le pasa, es decir, por el poder, no poder?decir.



Todos ellos y muchos más, incluidos los ex presidentes ídolos por derecho hereditario como López o Pastrana, todos ellos filósofos de la nueva escuela del anapoimismo, estoicos de la piscina y el whisky, bebés famosos desde la cuna. Ex presidentes rentables, esperando terminar su obra maestra cuando alguien les anuncie en los medios que ‘al fin este país se acabó‘.



Abusando del respetable



Los deportistas. En ese caso no se sabe qué es peor, si los falsos ídolos o quienes los construyen, con dinero o con palabras que no pocas veces son tan rentables como un CDT hace seis años. No resulta muy claro qué es lo que ha convertido a Juan Pablo Montoya en un referente de la nacionalidad. Un tipo que no vive en el país, que tiene sus dolaretes por allá, un corredor que solo se ha ganado una carrera en la Fórmula Uno, pero que los medios han convertido en campeón. ¡Vaya negocio! O Francisco Maturana, que lo único que ha hecho es defenderse en todo, hasta en el fútbol. Y defenderse para casi siempre perder. Vuelve, como De la Calle, a salvar lo que él mismo ha enterrado. ¿Y Tino Asprilla? Un matón venerado, que fue ídolo hasta que peló el cobre y ya no pudieron levantarlo. Fabiola Zuluaga, otra bien vendida que no gana nunca, que permanece en el territorio de la mediocridad, ese que tanto les gusta a la prensa, a los autores de la fama, lo que nos venden como bueno Iván Mejía, Carlos Antonio Vélez y demás, abusando del público, también construyendo estatuas de barro que se vuelven ciénaga al primer aguacero. Pero claro, detrás del infundio hay certezas. Ahí están los gigantes como el Pibe Valderrama, Edgar Rentería, los patinadores, Lucho Herrera o Santiago Botero. A esos sí compongámosles vallenatos y cumbiambas.



Mártir de la Cadena Uno



¿Y doña Violy McCausland? ¿Por qué tiene que ser un ídolo nacional una señora que se llena de dólares en los Estados Unidos y se jacta de ello en un país de inequidades? Por qué tiene que ser un ídolo nacional una señora que tan solo es ídolo para 143 iniciados en el arte de coronar? ¿Y los otros 40.999.867 colombianos qué? ¿Y Manuel Elkin Patarroyo, por qué tiene que brillar en los cocteles y en el país de los avalorios un médico que se inventó una vacuna contra la malaria que no funciona, que no ha sido internacionalmente aprobada? Y Jorge Barón, ese líder de la nacionalidad, el sacerdote de la colombianidad que consiste en rociar con agua y patrocinado ‘entusiasmo‘ a multitudes ansiosas para poder vender La Fina. Otrora para la GCU ‘el lobazo‘, ahora nos lo ponen como constructor de país, benefactor de la patria, mártir de la Cadena Uno, paladín del chucuchucu.



Cierto que ahora ya se volvieron descarados y nos construyen de frente los éxitos de pacotilla. Los Jaider y demás protagonistas de novela, pop stars y robinsons, que ya ni siquiera son llevados poco a poco a la cima sino de una vez puestos en el pedestal para que el respetable público sufra de embelesos y otras enfermedades propias del cáncer de la comunicación. Ya decía el actor Diego Vélez, que entre los de la violencia y los inventados "en este país actúan todos menos los verdaderos actores". ¿Será que todo este proceso patriótico, todo este globo inflado de amarillo azul y rojo es producto del rating o una expresión de la Dictadura Civil Nacionalista que se está cocinando?



Aunque la patria no es más que la mochila con la cual uno anda, al paso que vamos un día de estos vamos a leer en la prensa y a ver en los telenoticieros la noticia de la elección de Monseñor Castrillón como nuevo Papa, asumiendo su pontificado bajo el muy nacional nombre de John Jairo I.

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