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23 de mayo de 2018

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Los últimos dandis de Bogotá

Alfonso, Ernesto y José representan una pequeña minoría. Para ellos andar en traje, corbata y sombrero es tan natural como su piel. Un estilo que se tejió en el pasado y hoy desvanece.

Por: SoHo
| Foto: Daniel Reina

ALFONSO

Alfonso Colmenares no es propiamente cachaco pero sí rolo. Es decir, aunque no nació en Bogotá vive aquí hace muchos años y eso lo convierte en rolo o bogotano. Nació en Medellín, la ciudad de su madre, pero como su papá era venezolano se fueron a vivir allá siendo muy pequeño, a tal punto que sus papeles dicen que nació en Venezuela. 

Conoció a Hugo Chávez cuando tenía 21 años. Estaba en una oficina en la que trabajaba su prima como secretaria; era Nancy Colmenares y fue la primera esposa del presidente venezolano.

Cuando tenía 40 años ya se olía lo que le deparaba a Venezuela, por eso volvió a su verdadero país natal con el deseo de convertirse en abogado. A los 46 tuvo que estudiar en un validadero para tener el diploma de bachiller colombiano. Luego entró a la Facultad de Derecho de la Universidad Libre en Bogotá.

En Venezuela lo reconocían por dos cosas: una, por su Mustang último modelo y dos, por andar siempre elegante y en traje. Sí, incluso cuando el termómetro marcaba 35 grados de temperatura. Todo empezó cuando tenía 14 años. Ahí se puso su primer traje y hoy, a sus 80, dice que es una costumbre que no piensa cambiar. Es la herencia que le dejaron sus dos abuelos y su padre.

Lo bueno de haberse venido a Bogotá es que aquí vivía su sastre de confianza. Los hacía donde Luigi, un italiano que tenía una sastrería en la Séptima con 18. Su eslogan, que Alfonso recuerda con precisión, era: "Vístase donde se viste el 1% de los colombianos". Y así era. Aquí venían los más prestigiosos señores del país a hacerse sus trajes a la medida. 

Para Alfonso, un traje le costaba el equivalente a tres meses de salario. Era un gasto importante, pero aclara que no lo hacía por vanidad sino por "prestarle la imagen que le corresponde a mi profesión y mi clientela".

Alfonso no es muy alto, pero desde muy joven —por el tipo de ejercicio que hacía— tenía la espalda muy ancha. Por eso, desde siempre ha mandado a hacer sus trajes. Él se consigue el paño, los botones y los forros y va a donde un sastre a que se lo hagan. Le salen más baratos que donde Luigi.

Tiene alrededor de 30 trajes, 20 pares de zapatos y el tic de tocarse la solapa de la chaqueta. Lo del sombrero sí es nuevo. Hace como dos años tuvo una operación en la cabeza y la doctora le dijo que tenía que usar algo para protegerse. Naturalmente, se compró un sombrero finísimo y a los pocos días un parrillero se lo rapó. Después de la desilusión, por llamarlo de alguna manera, se compró uno por 5.000 pesos en un puesto ambulante y le gustó tanto que siguió usando de esos. El de la foto le costó 13.000 pesos.

Ah, y todos sus zapatos son italianos. Tuvo unos muy finos que compró en un remate y después supo que estaban en descuento porque estaban hechos con la piel de un animal del Llano y que eso estaba prohibido. Cuando un amigo le reclamó por ponérselos él le dijo: "Vaya y peléele al de la tienda y dígale más bien que por qué me los vendió".

ERNESTO

Ernesto París, en cambio, sí es cachaquísimo. Tanto así, que su gran amor es Millonarios y el único momento en el que lo pueden ver sin sombrero es cuando va al Campín.

Su familia, en su totalidad y yendo bien atrás en el árbol familiar, es bogotana. Por eso, era inevitable que heredara el estilo de los cachacos de antes.

Es jubilado de Avianca, donde trabajó muchísimos años como jefe de correos. Cuando entró a ese cargo se tomó más en serio lo de vestirse impecable, pues tenía empleados a su cargo y quería dar una buena imagen.

Usa sombrero desde hace 25 años y lo hace para protegerse del sol bogotano, que aunque es escaso puede ser muy cruel con la piel. Los compra en Barbisio, una prestigiosa sombrerería que existe desde 1931 y trabaja artesanalmente con pelo de castor, de conejo y lana de la mejor calidad.

Tiene un pañuelo por cada corbata del mismo color. Su favorita es la "azul Millonarios", aunque no encuentra el pañuelo por ninguna parte. De todas maneras, nunca se va encorbatado al estadio, sino en su pinta sport: cachucha, pantalón de paño y chaqueta.

En total tiene 10 trajes y 5 sombreros. No tiene más porque cada dos o tres años los regala. Algunas veces los manda a hacer y otras los compra ya hechos. El de la foto lo compró en Miami.

Su gran hazaña, según cuenta, es que a los 80 años (actualmente tiene 83) se fue caminando desde su casa en Cedritos, en el norte de Bogotá, hasta la Plaza de Bolívar. Era un sábado. Cuando su familia se enteró casi lo mata.

Todos los viernes, sin excepción, se va en Transmilenio a Café Pasaje, en el centro de Bogotá, a encontrarse con sus amigos; dos para ser exactos, el resto ya falleció.

Nunca en su vida se ha puesto un jean y no cree que sea el momento para empezar a hacerlo.

JOSÉ

Aunque José del Carmen Ruiz nació en Tibasosa, Boyacá, es un referente de lo que es un cachaco-cachaco. A la capital lo trajo a los 12 años la señora Helena Cascante, "mamá Helena", luego de que no le quedara vivo ni un familiar en su pueblo natal.

En la ciudad hizo de todo. Trabajó en una peluquería, en los Ferrocarriles de la Sabana, en la Municipalidad de Bogotá y hasta tuvo un taxi y una buseta. Quizás una de sus labores más emblemáticas fue cuando tuvo a cargo la primera biblioteca ambulante que tuvo la ciudad y su jefe era el poeta Eduardo Carranza. De él guarda una botella de vino que le regaló en alguna Navidad y un par de libros autografiados.

No recuerda con exactitud en qué año empezó a usar traje, pero su esposa, Ana Amaya, hace una práctica sugerencia y dice que lo más probable es que haya sido durante su primer trabajo, cuando empezó a ganar plata. Según eso fue a los 20 años. En septiembre cumple 92 años y en su armario siguen predominando los trajes, las gabardinas y los sombreros.

Estaba frente al Hotel Granada cuando mataron a Jorge Eliécer Gaitán. Tan pronto supo la noticia salió corriendo para su casa y allí se quedó encerrado durante tres días. Muchos sitios fueron saqueados, incluyendo el de su sastre, Guillermo Torres.

Su esposa aclara que el trabajo de Torres era impecable y que, también, era un sastre de mucho prestigio. Tanto así, que más de 50 años después todavía conserva algunas de sus prendas en perfecto estado. 

Se pensionó en 1982 y así no tenga que salir de la casa se sigue vistiendo de traje y corbata todos los días. 

Aunque siempre ha usado sombrero, últimamente prefiere las boinas. Tiene tres y le combinan con todos sus trajes.

Su familia le insistía en que ya se podía vestir más casual, pero para él es muy cómodo y natural vestirse así. De hecho, le parece raro ver a la gente sin corbata. Sabe que ya no se usan tanto, pero un día quedó impresionado cuando recibió una visita médica en su casa y el doctor estaba en ese traje que parece piyama. Cuando terminó el examen él solo pensó "qué doctor tan mal vestido".

Producción periodística: Valeria Angarita Alzate | Fotografía: Daniel Reina Romero

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