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12 de diciembre de 2011

Testimonios

Yo comí canguro en Australia

Si los canguros forman parte del escudo nacional de Australia, son además los animales a los que les rinden culto varias tribus aborígenes y, fuera de eso, son junto con el koala las figuras que ese país exporta como símbolo, ¿es lógico pensar en comérselos?

Por: Claudia Morales

Si los canguros forman parte del escudo nacional de Australia, son además los animales a los que les rinden culto varias tribus aborígenes y, fuera de eso, son junto con el koala las figuras que ese país exporta como símbolo, ¿es lógico pensar en comérselos? Bueno, es como pensar que en Colombia el símbolo de nuestro escudo, el cóndor de los Andes, terminara frito en un plato. Mejor dicho, si las vacas fueran en Colombia lo que son los canguros en Australia, juro que no comeríamos su carne.

Pero allá, al otro lado del mundo, sí se comen su símbolo y hay canguro para todos los gustos: bife de canguro, brocheta de canguro, canguro a la parrilla, canguro con todo tipo de salsas, carpaccio de canguro, ensalada caliente de canguro y, claro, salchichas de canguro. Tengo que reconocer que ese descubrimiento, saber que se comen los canguros, fue de las cosas que más me impactaron en mi paso por ese país, que, valga decirlo, es maravilloso. Eso es posible explicarlo en un hecho: a la semana de haber aterrizado en Brisbane, ciudad en la costa este de Australia, lo primero que quise fue conocer esos marsupiales. Y lo hice, fui a uno de los tantos parques donde los tienen, vi a sus bebés en las bolsitas de sus panzas, leí todo lo que fuera posible sobre esos animales y me enamoré de ellos rápidamente.

Hoy hay más de cincuenta especies en ese país y unas noventa subespecies, y el tema es tan complejo que triplican la población australiana. Aprendí que, en 1630, el capitán holandés Francisco Pelsaert fue el primer occidental que vio a los canguros y los definió como “una especie de gatos que son muy extrañas criaturas”. Ciento cuarenta años después de la llegada de Pelsaert a las costas australianas, el famoso Endeavour, bajo el mando del capitán Cook, hizo patria en el nordeste del país en 1770. Cook escribió notas acerca de unos animales que “se mueven corriendo y saltando sobre sus patas posteriores” y “no se parecen nada a ninguno de los animales europeos que yo he visto”. Fue Cook el que los llamó ‘kangaroo’, según la poco clara denominación de los indígenas, y su relato causó tanta sensación que algunos ejemplares vivos fueron enviados como regalo al rey Jorge III de Inglaterra.

Hay canguros que no superan el tamaño de la rata y otros que tienen el tamaño de un hombre. Unos están en el árido desierto central, otros en la selva húmeda oriental, todos son vegetarianos y a todos se los comen. Y, al final, yo también comí canguro, en salchichas y a la parrilla, qué le vamos a hacer. Cómo podría explicar que estuve dos años en Australia y que no probé su carne. Además, el mejor de los planes en esa isla gigante es hacer barbecue en cualquiera de los miles de parques que componen las ciudades, y las salchichas de canguro, que son baratas y se encuentran en todos los supermercados, son el plato casi obligatorio de los estudiantes extranjeros, especialmente los orientales.

¿A qué sabe la carne de canguro? En realidad a nada especial, es como la carne de vaca, casi del mismo color, el olor al asarla es básicamente el mismo y a mí particularmente, tal vez por prevención, me pareció un tanto insípida. Pero la verdad, si comí dos no fueron tres veces. Lo resumo de la siguiente manera: si al capitán Pelsaert un canguro se le pareció a un gato, a mí se me parecen a los perros, entre otras cosas porque están en todas partes. En Colombia hay accidentes porque los perros se atraviesan en las carreteras y en Australia los canguros son los responsables del 70% de los accidentes de carro relacionados con animales. Si uno está en una casa de campo, los canguros se acercan a los jardines, y sin ir más lejos, uno de los primeros animales que tocó mi hija siendo muy bebé fue un canguro. Comí canguro y sentí que me comía un perro, y eso, claramente, no es parte de mi naturaleza ni de mis gustos gastronómicos.

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