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17 de diciembre de 2008

Cartagena rica

Por: J. J. Junieles.
Los turistas de gorda billetera gozan de Cartagena, ciudad excluyente donde el metro cuadrado puede costar hasta 12 millones de pesos. | Foto: J. J. Junieles.

"La plata no es la felicidad, pero cómo se le parece", dice el fotógrafo después de un suspiro resignado, mientras saca imágenes de una muchacha rubia que cuelga, como una mascota, del brazo de un tipo maduro. Mientras tanto los curiosos le abren camino a la pareja, y tratan de recordar en qué telenovela trabajan.

La gente se agolpa para ver llegar a las celebridades. Arriban reconocidos personajes, actores, músicos, políticos, y gente a su servicio: peluqueros, maquilladores, entrenadores personales. Estamos en el aeropuerto de la ciudad donde se ven más ombligos por metro cuadrado, la ciudad que por estos días de reinas y fiestas de fin de año se vuelve el ombligo a donde todos miran. "El que es alguien debe estar aquí, y si no estás no eres nadie", sentencia Doña Tulia en su columna editorial de El Universal, en la que cuenta chismes sobre las fiestas. Mientras la economía mundial sigue en picada y las pirámides de dinero se desploman por todo el país, aquí hay quienes están más preocupados por la caída del promedio de estatura de las candidatas

Tomamos un taxi en las afueras del aeropuerto con destino a Bocagrande. Al salir del barrio Crespo por la vía del Malecón el taxista se desvía hacia Canapote, le digo usando mi acento más costeño: "¡Oye, loco, yo soy de aquí". El taxista frena, se sonríe, gira el carro para retomar el rumbo, y me dice como si fuera mi culpa: "Me hubieras dicho antes, vale mía, con esa cara de cachaco que te mandas…".

Entonces lo encaro: "¡Carajo!, ¿no te da pena tumbar a la gente así?". Visiblemente arrepentido lo admite, y sin buscar redimirse dice:

—Sí, ya sé que es un robo, vale, pero, ¿por qué es más robo que un taxista te cobre 10.000 pesos de más…? Una botella de whisky en el San Andresito de la Calle Larga vale 70.000 pesos, mientras que en muchas discotecas y bares vale 280.000. Ahí sí no dicen ná…?

El cascabel y el gato

Dicen que los números no mienten, pero eso depende de quien usa la calculadora. A pesar de márgenes de error y las fuentes diversas, tres familias desplazadas llegan diariamente a Cartagena. El 67% de la población se encuentra bajo la línea de pobreza. Por otro lado, el fenómeno inmobiliario no se detiene; el 90% de los proyectos son para estrato seis, y en algunos casos el metro cuadrado supera los 12 millones de pesos. Frente a la Universidad de Cartagena hay una edificación donde nadie sabe quién vende ni quién compra, pues las transacciones se hacen "a puerta cerrada". Los apartamentos se venden como 'arepas de huevo' y los inmobiliarios ni siquiera necesitan poner una valla de oferta. El precio promedio del metro cuadrado dentro del Casco Histórico bordea los 7,5 millones de pesos, y pueden llegar a 8,5 cuando ofrecen terrazas privadas con jacuzzi.

En el periódico local veo una foto aérea de la ciudad. Pareciera que toda Bocagrande y Castillogrande estuvieran mudándose hacia el norte, hacia el sector de Los Morros, cerca del aeropuerto y sobre la vía al mar. Frente a las torres de edificios no hay necesidad de cercar las playas para evitar el paso imprudente de la gente porque hay muchas otras formas, indirectas y sutiles, de hacer sentir que son playas de uso privado, aunque eso no repose en ningún papel. En una de sus crónicas, el periodista Juan Gossaín cuenta la situación: "Cartagena es tierra de luz y penumbra, de oro y miseria, lámpara y mala sombra, belleza y fantasma, sol y eclipse. Cartagena es, sin más rodeos ni florituras, el diamante espléndido que cayó en un charco de mierda."

Con la llegada de las reinas nacionales también empieza el éxodo de los cartageneros que escapan del bullicio de la ciudad. En cambio, para los turistas que llegan: "Esto no es Venecia ni Mónaco, pero algo es algo", como dice un muchacho mientras bajamos del taxi en la entrada del Hotel Hilton; usa gafas oscuras que ocultan el 80% de su cara, y habla como si sufriera un problema serio en las cuerdas vocales.

¿Qué hago aquí? SoHo me ha pedido seguir el rastro de los ricos que visitan por estos días la ciudad. Pienso en ellos y no puedo evitar recordar el epígrafe que Mario Puzo usa en El Padrino: "Detrás de cada gran fortuna hay un crimen".

No es fácil colgarle el cascabel a este gato. Es difícil poner nombres y rostros ¿De qué hablamos cuando hablamos de ricos? ¿Para qué aventurar una clasificación

, si cada quien tiene la suya, según su lugar en el mundo. En su libro Historia natural de los ricos, Richard Connif los describe como animales extravagantes, una especie aparte, tacaños y arrogantes, sexualmente fríos o adictos al sexo. Una especie de club que se reúne mediante un circuito exclusivo y carísimo de hoteles, restaurantes, bares nocturnos, tiendas de alta costura, etc. Su filosofía podría resumirse en las palabras de Paris Hilton: "Vive todos los días como si fuera el día de tu cumpleaños".

A gusto en su propia piel

Aquí estamos, en la sede del Concurso Nacional de Belleza en el Hotel Hilton. Un guardia me dice que son tres las compañías de vigilancia que forman el esquema de seguridad que protege las entradas del lugar. "Aquí solo entra gente de plata, imagine que se nos cuele un vendedor de lotería, ¡no joda, hacen barrejobo con todos nosotros!". La solicitud de acreditación que la revista hizo a mi nombre no aparece en la jefatura de prensa del evento. Una encargada me dice que dé una vuelta y regrese, a ver si viene alguien que pueda revisar el correo y descubrir qué ha ocurrido. Mientras tanto, debo hacer algo para emprender la tarea y empiezo a circular por el vestíbulo y los pasillos.

Aquí lo extraño es lo natural. Se elogia a quien camina como si fuera la yegua de un narco; como si la vida fuera una eterna pasarela donde todos sufren, sin quejarse, la tortura de zapatos de 15 centímetros de altura. Parece que en vez de sangre circulara Johnny Walker sello azul por sus venas. El Sol debe estar envidioso de estas dentaduras incandescentes. Regreso a la oficina de prensa a continuar gestionando la acreditación, expongo mi estudiada sonrisa, pero todavía no hay razón.

Me observan como si tuvieran un escáner en la mirada. Siento que soy más mortal de lo que pensaba. Me arrepiento tarde de haber salido de casa sin mi única camiseta Lacoste, porque tras 15 minutos de ver pasar ex reinas, modelos, presentadores y actrices, el poco amor propio que me quedaba se ha esfumado. Llego a la conclusión de que soy más feo de lo que pensaba, y que estoy en el lugar equivocado.

¿Se respira Dolce & Gabbana o Carolina Herrera? Se necesita una nariz más adiestrada que la mía; yo, que duro media hora para escoger un desodorante. Ray Ban enormes como parabrisas, minifaldas de jean, zapatos de tacón alto, camisetas con prendería bordada... El sonido de las cajas registradoras parece la banda sonora de esta película. Compras un Rolex para que tu tiempo lo mida un metal precioso; te vuelves guardaespaldas de tu bolso Prada o tu Louis Vuitton, eres la niñera de tu Mercedes Benz. Recuerdo a Sócrates, diciendo a sus alumnos: "Vamos al mercado, muchachos, a ver todas las cosas que no necesitamos".

Doy una vuelta por Bocagrande. Entro a un hotel, el tipo de hotel para quien desea ser tratado a cuerpo de rey. De todo lo que veo, lo que más me impresiona es el salón de belleza Seven. Para qué mentirse, pobres y ricos quieren estar a gusto en su propia piel, la diferencia es que aquí el corte de pelo para mujer vale 40.000 pesos, las uñas Vip 70.000 pesos, el maquillaje 180.000 pesos, masajes corporales 150.000 pesos. A pesar de eso, la colorida clientela sobrepasa las cincuenta personas diarias.

En el país de los famosos

Las fiestas hacen que los días del calendario desaparezcan y el tiempo se mida solo en días y noches, en rumbas y resacas. En una de las noches se programa un desfile de la comunidad gay. En las faldas del monumento a la India Catalina, y a orillas de la Avenida Venezuela, la gente decide sentarse a esperar, pero después de una hora el espectáculo no empieza. Salgo en busca de los protagonistas y, después de algunas preguntas, llego a la cárcel de San Diego, a pocas calles de la ruta del desfile, donde varios hombres son vestidos y maquillados por amigos y seguidores. Al final, el espectáculo no sale del todo bien, parece que muchos se han arrepentido de desfilar.

Más tarde, en la noche, el fotógrafo ha logrado ingresar en una fiesta ofrecida por una revista en el Hotel Santa Clara, acreditado por una empresa periodística para la cual trabaja. Yo sigo siendo un mortal vulnerable. Podría ceder y hacer trampa, ya que la situación me lo impone, llamar a un par de amigas, intentar convertirme en uno de los privilegiados. Pero decido aceptar mi condición de indocumentado en el país de los famosos; prefiero quedarme tras las verjas de metal que resguardan la entrada al hotel y que separan a la monarquía de sus súbditos.

Los veo desde afuera, desde lejos, como siempre los hemos visto, desde donde quieren ser vistos. Presumo que hay que parecer humildes en algunas entrevistas, pero hasta donde sea bueno para los negocios. En la vida y en el amor, si te regalas, nadie va a querer comprarte. Volverse inaccesibles parece una buena estrategia de los poderosos para construir y preservar un estilo de vida.

Al mismo tiempo, en casas arrendadas del Centro de la ciudad, se están llevando a cabo varias rumbas glamurosas. La élite se mide a sí misma por el lugar donde se hospedan sus miembros. Los hoteles boutique son la moda. Viejas casas restauradas convertidas en loft, con ambientes al gusto del cliente. Un día de arriendo de una casa con ocho habitaciones en el barrio San Diego puede costar en temporada baja 4'800.000 pesos. Este valor se incrementa en temporadas altas, como en las fiestas novembrinas y fin de año, una casona del Centro puede costar diariamente seis millones de pesos.

Y es que el destino de la ciudad vieja de Cartagena cambió desde el día en que dos edificaciones en ruinas de la época de la Colonia se convirtieron en los hoteles Santa Clara y Santa Teresa, a mediados de los noventa. Comenzaron a ser vendidos en el mundo como tesoros de la época del dominio español en América y, entonces, muchos extranjeros no se conformaron con estar de paso en esos lugares. Compraron casas baratas y en ruinas de los alrededores, las restauraron y las destinaron para pasar vacaciones. Así, no solo se sumaron a familias poderosas y personalidades del país que compraron vivienda allí, sino que con sus dólares contribuyeron a cotizar el Centro Histórico.

Cerca de estas casas siempre hay paparazzis merodeando. Mientras espero en una esquina le pregunto a Francisco Utria, un vendedor callejero de café, en qué lo benefician estas fiestas: "En nada. Ahora es mejor vender cerveza y ron, pero pocos tienen plata para montar ese negocio", me dice. Hablo con el vendedor de un restaurante cerca del Parque Bolívar, sus clientes diarios se marchan del Centro durante las fiestas, sacándole el cuerpo al desorden que se forma en estos días: "Alguien debe ganar mucho con estas fiestas, pero vaya usted a saber quién".

En La Cava del Puro, una famosa tienda de tabacos, nos recibe el italiano Doménico Airando, algo así como un apóstol para el que fumar un purito frente al mar hace parte de los últimos ritos mediante el cual un hombre todavía puede olvidarse de la tele, de internet, y tratar de entenderse mejor consigo mismo.

El puro es un símbolo de poder. Empezó como una tradición de campesinos (hojas de tabaco limpias del coctel de químicos que les echan a los cigarrillos), ahora es un símbolo de clase aparte. Un buen tabaco en tu boca es, para mucha gente, un extracto de tu cuenta bancaria a los ojos de todo el mundo. Hasta el presidente Bill Clinton ha estado aquí comprando tabacos. Una semana después de que Clinton estuvo en la tabaquería, un periodista llegó indagando si el Presidente había comprado habanos procedentes de Cuba, lo cual es un delito para cualquier estadounidense. "Yo dije lo que pasó —dice Doménico—, que Clinton había comprado una caja de habanos del Carmen de Bolívar". Un dato revelador: un solo puro de marca Cohiba, del sello Elegante, vale 250.000 pesos.

Al otro extremo del Corralito, en la Calle Portobelo, entramos a la tienda de ropa EGO, del diseñador Édgar Gómez Stevez, quien con sus guayaberas y prendas de lino hace olvidar los casi 40 grados de calor en estas calles. Extraño descubrir a alguien tan cerca de los poderosos que todavía profesa amor por un oficio manual, hasta presentir que trabaja sus prendas más por arte y tradición que por dinero y fama. Ha vestido a Bill Gates, al rey Juan Carlos de Borbón, Gabriel García Márquez, Álvaro Uribe, Carlos Vives, Juan Pablo Montoya; hace poco el candidato a la presidencia de Estados Unidos, John McCain, se llevó una de sus camisas, y un largo etcétera de celebridades.

"Hasta ahora la camisa guayabera más costosa se la vendí a un jeque de Dubai por 500.000 pesos". Para Gómez, la elegancia es un juego entre comodidad, frescura, y belleza; afirma que "la verdadera elegancia se proyecta desde adentro: es allí donde debes ser rico". Entonces cómo diferencias a un rico de alguien que desea parecerlo, le pregunto. Me dice: "Hay mucha gente con dinero y pocas figuras distinguidas. Los que siempre han tenido dinero saben que hay cosas más valiosas: el buen gusto, la educación, la confianza de las personas. Se nota sobre todo en la forma en que tratas a la gente. Los verdaderos ricos no posan de serlo porque lo son. Si tienen salidas de tono se les perdona porque se les ven naturales".

Al final San Obama no hizo el milagro que muchos esperan todos los años, ver coronada a una señorita Chocó. Muchos dicen que por fin acaban los interminables días de esta monarquía. Mañana retornarán los habitantes a la ciudad, aquellos que la gozan y sufren todo el año, no durante quince días o un mes en plan vacacional. Entre tanto, cada día es más notorio y triste el aspecto de pueblo fantasma que reflejan los barrios San Diego y Getsemaní, en el Centro Histórico de Cartagena. Calles y casas más desoladas, donde los celadores se confunden con muros y fantasmas. Sabemos que algo pasa más allá de las murallas, hay rumores de música, de gente bailando. Durante el Reinado, los canales de televisión hicieron informes desde los barrios populares, pero esta no es la norma sino la excepción. Barrios de los que en realidad poco se sabe. O en todo caso, se olvidarán muy pronto.